1. Muy especialmente en la Liturgia de las Horas, y
en devociones tales como el rosario, una de las plegarias por las que
participamos en la liturgia es el “Gloria”. Se le llama “doxología menor” para
diferenciarla de la “doxología mayor” que es el himno “Gloria a Dios en el
cielo”.
Ya
desde muy antiguo, la Iglesia
alabó así, brevemente, a la santísima Trinidad, nombrando a las Tres Personas y
confesando que sólo a Dios se le debe la gloria, la alabanza, el honor y el
poder. Así esta doxología es una alabanza y una confesión de fe al mismo
tiempo: “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo”.
Las
doxologías o alabanzas[1], que la Iglesia canta en su
liturgia dependen de las del NT, y éstas, a su vez, guardan relación con las
doxologías del Antiguo Testamento. En el NT hay una serie de doxologías
dirigidas sólo al Padre; otras dirigidas al Padre por Cristo y algunas
solamente a Jesucristo. Se entonan estas doxologías considerando los atributos
de Dios, o las obras de su creación y sobre todo sus maravillas en la historia
de la salvación y de la redención de los hombres.
2.
Su origen hay que situarlo[2], al
parecer, en Antioquía, acompañando el canto antifonal de los salmos, y de
Antioquía se fue extendiendo a todo el orbe cristiano. En sus inicios, allá por
los siglos II-III, la fórmula variaba en las preposiciones; se decía “Gloria al
Padre por el Hijo en el Espíritu Santo”, expresando cómo el término de todo es
el Padre, a quien tenemos acceso por Jesucristo y somos movidos por el Espíritu
Santo. Es un lenguaje muy bíblico que hallamos en las cartas paulinas.
“Al
Padre por el Hijo en el Espíritu Santo”: era la fórmula más antigua y
difundida; es una fórmula muy correcta en que la relación de las divinas
Personas se expresa sobre todo por la función particular que cada una desempeña
en la economía de la salvación y en cómo se nos han revelado distintamente.
La
preposición “por” marca cómo Jesucristo es el único Mediador entre Dios y los
hombres por su Encarnación; para el Espíritu, la preposición “en” señala cómo
el Espíritu Santo es como la atmósfera sobrenatural en que respiramos para
poder alabar y glorificar a Dios.
Los
arrianos la usaron mucho interpretándola torcidamente. Al decir “Gloria al
Padre por el Hijo en el Espíritu Santo”, afirmaban que el Hijo estaba
subordinado al Padre como criatura y no en igualdad de naturaleza: ¡no era Dios
como el Padre! Los católicos reaccionaron divulgando la fórmula que ya cantaban
los cristianos sirios: “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo”.
Además, en el
siglo IV, junto al arrianismo, algunos negaron la divinidad del Espíritu Santo
(los llamados “pneumatómacos”) y prefirieron que se dijera “en el Espíritu” o
“junto con el Espíritu”. Pero san Basilio Magno defiende que decir “y al Hijo y
al Espíritu Santo” es correcto porque es igual que la fórmula bautismal (“te
bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”) y confiesa la
igualdad de naturaleza, de poder y honor, de las Tres Personas.
Resulta
muy interesante ver cómo san Basilio argumenta desde la liturgia misma (¡qué
importante beber de los textos litúrgicos!) y cómo lo comenta y explica:
“Efectivamente, la preposición “en”
indica más bien lo referente a nosotros; “con” expresa, en cambio, la comunión
del Espíritu con Dios. Por eso nos servimos de ambos términos: del uno, para
señalar la dignidad del Espíritu; del otro, para publicar la gracia que hay en
nosotros. Así es también cómo nosotros rendimos gloria a Dios: “en” el Espíritu
y “con” el Espíritu. No decimos nada de nuestra cosecha, sino que, como de una
regla, trasladamos de la enseñanza del Señor la expresión a cosas persistentes,
bien entrelazadas y con necesaria unión en los misterios…
Pero ellos no paran de repetir a
diestro y siniestro que la doxología: “con el Espíritu Santo” no está
atestiguada ni está escrita, ni otras cosas por el estilo.
Está dicho que, en cuanto al
sentido, lo mismo es decir: “Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo”,
que: “Gloria al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo”.
A nadie, pues, le es posible
rechazar ni borrar la sílaba “y”, pues viene de la boca del mismo Señor, y
tampoco hay impedimento para aceptar la que le es equivalente y de la cual
hemos demostrado en lo anterior cómo se diferencia de aquella y cómo se le
parece.
Nuestra palabra la confirma también
el Apóstol, que se sirve indiferentemente de una y de otra, diciendo, bien: En el nombre del Señor Jesucristo y en el
Espíritu de nuestro Dios, o bien: Juntado
vosotros y mi Espíritu, con la fuerza del Señor Jesús. Pablo pensaba que,
para unir los nombres, no había diferencia en servirse de la conjunción o de la
preposición” (S. Basilio, De Sp. Sto., 27,68).
Por
tanto, el “Gloria al Padre” tuvo formas muy variadas en sus principios. En la
liturgia latina ha perdurado la forma “Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu
Santo”, destacando con la “y” copulativa la igualdad de las tres Personas
divinas.
No tardó mucho
en recibir un complemento: “Como era en el principio, ahora y siempre…”,
reafirmando aún con mayor vigor la doctrina trinitaria. Originalmente estaba
parte estaba referida al Hijo, afirmando su eternidad junto al Padre como Dios,
es Hijo “como era en el principio, ahora y siempre”. Los griegos, en cambio, no
admitieron este complemento.
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