Fue
siempre considerado un símbolo de Cristo. Recibió honor religioso y litúrgico
especial. Contiene las perícopas del Evangelio de la Misa.
Los
códices con sus textos estaban escritos con letras unciales de oro y plata
sobre finísimos pergaminos de púrpura suntuosamente encuadernados y guardados
en cajas preciosas (Righetti, I, p. 278). Era una encuadernación en oro, plata,
piedras preciosas y marfil (casi todas las placas de marfil de los museos
provienen de los antiguos Evangeliarios).
Tenemos
testimonios en la época patrística por ejemplo de S. Ambrosio (Ep. IV, 1) y de
S. Jerónimo (Ep. 22, 32), pero el esplendor de los Evangeliarios comenzó con
Carlomagno, con los grandes calígrafos. Esto se enriqueció aún más cuando
después del siglo XII se le añadieron a los Evangeliarios la iluminación con
bellísimas miniaturas. El Misal plenario dio al traste con los Evangeliarios,
perdiendo casi del todo su importancia.
Desde
finales del siglo V el Evangeliario fue colocado sobre el altar al principio de
la Misa y llevado en la procesión de entrada (¡el único libro que se puede
depositar sobre el altar!), leído en la Misa entre cirios e incienso,
poniéndose todos en pie para su lectura, honrado con el beso, usado en la
consagración de obispos… Y el Evangeliario, entronizado, preside todos los
Concilios de la Iglesia.
El
honor recibido es porque representa a Cristo y contiene sus palabras; cuando se
lee, es Cristo mismo hablando:
“Así
pues, debemos escuchar el Evangelio como si el Señor estuviera entre nosotros.
No digamos “bienaventurados los que le vieron”, pues muchos de los que le
vieron le hicieron morir y muchos de nosotros que no le vimos, hemos creído en
Él. Las preciosas palabras que salieron de su boca han sido escritas para
nosotros, conservadas para nosotros y recitadas para nosotros, y lo serán
todavía para los que han de seguir hasta el fin de los siglos. El Señor está
allá arriba, pero acá está también su Verdad… Escuchemos, pues, al Señor” (S.
Agustín, In Ioh. ev., tr. 30,1).
Hoy,
uno de los libros de la liturgia, es el Evangeliario, bien cuidado, hermoso,
encuadernación vistosa:
“Puesto
que la proclamación del Evangelio es siempre el ápice de la liturgia de la
palabra, la tradición litúrgica, tanto occidental como oriental, ha introducido
desde siempre alguna distinción entre los libros de las lecturas. En efecto, el
libro de los Evangelios era elaborado con el máximo interés, era adornado y
gozaba de una veneración superior a la de los demás leccionarios. Es, por lo
tanto, muy conveniente que también ahora, por lo menos en las catedrales y en
las parroquias e iglesias más importantes y frecuentadas, se disponga de un
Evangeliario bellamente adornado, distinto de los otros leccionarios. Con
razón, este libro es entregado al diácono en su ordenación, y en la ordenación
episcopal es colocado y sostenido sobre la cabeza del elegido” (OLM 36).
El Evangeliario en
la Misa: trato y rito de proclamación
Las
rúbricas del IGMR nos explican el trato que recibe el Evangeliario en la Misa:
“Sobre
el mismo altar puede ponerse el Evangeliario, libro diverso al de las otras
lecturas, a no ser se lleve en la procesión de entrada” (IGMR 117), por tanto,
puede estar antes de la Misa sobre el altar. El diácono es quien lleva el
Evangeliario en la procesión de entrada; si no hay diácono “el lector, que
puede llevar el Evangeliario, mas no el leccionario, un poco elevado” (IGMR
120). ¡Nunca se lleva el leccionario en procesión, sólo el Evangeliario!
Cuando
se va a proclamar el Evangelio, el diácono, una vez recibida la bendición, se
acerca al altar y “hace inclinación al altar y toma reverentemente el
Evangelio” (CE 140); “entonces si el Evangeliario está en el altar, lo toma y,
precedido por los ministros laicos que pueden llevar el incensario y los
cirios, se dirige al ambón, llevando el Evangeliario un poco elevado. Los
presentes se vuelven hacia el ambón para manifestar especial reverencia hacia
el Evangelio de Cristo” (IGMR 133).
Tras
el beso, “En las celebraciones más solemnes el Obispo, según las
circunstancias, imparte la bendición al pueblo con el Evangeliario” (IGMR 175).
Después el Evangeliario se retira decorosamente: “Por último, el Evangeliario
puede llevarse a la credencia o a otro lugar conveniente y digno” (IGMR 175).
El
rito de leer el Evangelio está rodeado de solemnidad desde la primitiva
Tradición litúrgica de la Iglesia. Hoy se prescribe así:
“En
los ritos de la liturgia de la palabra hay que tener en cuenta la veneración
debida a la lectura del Evangelio. Cuando se dispone de un Evangeliario, que en
los ritos iniciales ha sido llevado procesionalmente por el diácono o por el
lector, es muy conveniente que el diácono o, en su defecto, el presbítero tome
del altar el libro de los Evangelios y, precedido por los ministros con
ciriales e incienso, u otros signos de veneración autorizados por la costumbre,
lo lleve al ambón. Los fieles están de pie y veneran el libro de los Evangelios
con sus aclamaciones al Señor. El diácono que ha de leer el Evangelio,
inclinado ante el que preside, pide y recibe la bendición. El presbítero,
cuando no hay diácono, inclinado ante el altar, dice en secreto la oración:
“Purifica mi corazón…”
En
el ambón, el que proclama el Evangelio saluda al pueblo, que está de pie,
anuncia el título de la lectura, haciendo la señal de la cruz sobre el libro y
luego sobre su frente, labios y pecho; después, si se usa incienso, inciensa el
libro y, finalmente, lee el Evangelio. Terminado el Evangelio, besa el libro,
diciendo en secreto las palabras prescritas.
La
salutación, el inicio: “Lectura del santo Evangelio…”, y: “Palabra del Señor”,
al final, es conveniente cantarlos, a fin de que la asamblea pueda aclamar del
mismo modo, aunque el Evangelio sea tan sólo leído. De este modo, se pone de
relieve la importancia de la lectura evangélica y se aviva la fe de los
oyentes” (OLM 17).
Evangeliario en el
Sacramento del Orden
Un
rito singular se realiza con el Evangeliario en la ordenación de un nuevo
obispo. Dos diáconos sujetan el Evangeliario abierto sobre la cabeza del nuevo
obispo arrodillado mientras se reza la plegaria de ordenación. “Por la
imposición del libro de los Evangelios sobre la cabeza del ordenando mientras
se pronuncia la Plegaria de Ordenación, y por la entrega del mismo en manos del
ordenado, se declara como función principal del Obispo la predicación fiel de
la palabra de Dios” (PR 26).
Tras
la ordenación, la entrega del Evangeliario al nuevo obispo con las siguientes
palabras rituales:
Recibe el Evangelio,
y proclama la palabra de Dios
con deseo de instruir y con toda paciencia
(PR 50).
Asimismo,
el Evangeliario es empleado en la ordenación de diáconos, a quienes se les
entrega el libro como signo de su nuevo ministerio en la Iglesia. “Por la
entrega del libro de los Evangelios se indica la función diaconal de proclamar
el Evangelio en las celebraciones litúrgicas y también de predicar la fe de
palabra y de obra” (PR 188).
Se
le entrega con la siguiente fórmula:
Recibe el Evangelio de Cristo,
del cual has sido constituido mensajero;
convierte en fe viva lo que lees,
y lo que has hecho fe viva enséñalo,
y cumple aquello que has enseñado (PR 210).
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