El hombre, por naturaleza, por el mecanismo inicial
de la propia inteligencia, tiene siempre que hacer un proceso de abstracción y
de síntesis. Conoce y percibe los objetos, las ideas, las sensaciones, las
personas... y recibe multitud de datos mediante los sentidos y el pensamiento,
tal cantidad de información que desborda al hombre. Éste tiene necesariamente
que organizar esos datos sistematizarlos, jerarquizarlos y realizar un proceso
de abstracción y síntesis, quedándose con lo fundamental y relegando al olvido
aquello que no le resulta y interesante o necesario. A grandes rasgos, se
podría considerar o entender así el proceso cognoscitivo, epistemológico, del
hombre, proceso que comienza por la multitud de datos para pasar a la síntesis,
a la abstracción, a lo necesario, a lo nuclear.
O, si se prefiere otro tipo de lenguaje o
argumentación: Lo inmediato conocido es la multitud de entes, más o menos
alejados del Ser, y cuanto más alejados, más imperfectos, cuanto más cercanos,
mayor grado de perfección. El Ser es la unidad, o mejor, uno de los
trascendentales que definen al Ser es el unum (lo uno) junto al bonum (bien),
verum (verdad), pulchrum (belleza). La metafísica muestra cómo la unidad acerca
a la perfección y al Bien, la dispersión y la multiplicidad han de tender pues
a la unidad.
Esta dinámica misma está presente en el Evangelio.
Marta y María, ambas querían entrar en contacto con el Señor, entablar ese
coloquio existencial con Cristo. “Marta
andaba afanada en los muchos cuidados
del servicio...” y le dice Jesús: “tú
te inquietas por muchas cosas; pero pocas son necesarias o, más bien, una sola” (Lc 10, 38-42). Era mejor
escoger la unidad de persona y acción que el querer multiplicarse en muchas
cosas.
La persona sólo puede funcionar correctamente desde la realidad, buscando
la unidad, huyendo de la dispersión, centrándose en la unidad.
En la oración ocurre exactamente lo mismo.
El orante comienza por hacerse
complicada su vida de oración, busca y tantea, se ejercita en diversos métodos
y técnicas, recurre a estilos distintos, incluso a fuentes d espiritualidad muy
diversas. Y es normal que se aferre a los distintos pasos del método de oración, y que haga, a veces,
un problema del horario, del método, del producto que se saca a la oración, de
los frutos, del conocimiento propio adquirido.
Y, en la buena fe y buena
voluntad de tener una oración auténtica y sincera, se angustia y se preocupa,
aun cuando tenga el gozo de saber que, ya al menos, están orando.
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