Finalmente, la última oración de la Misa, otra pieza de la llamada "eucología menor". ¿Nos acostumbraremos a que la liturgia no son formularios que alguien recita, sino la oración de toda la Iglesia, que oímos, hacemos nuestra, respondemos "Amén" uniéndonos a ella y luego prolongamos en nuestra meditación personal?
Porque la liturgia, siempre maestra de vida espiritual, nos enseña mucho y bien.
5. Oración de postcomunión
Con
la oración de postcomunión, encontramos otra vez el calificativo “nuevo” y
“novedad” que orientará la evangelización que llamamos “nueva” también.
¿Cómo
será nueva la evangelización? ¿Habremos de buscar novedades porque sí? ¿Una simple
modernización o hay algo más? ¿O es una contraposición frente a las oleadas
evangelizadoras que durante dos milenios han sembrado el Evangelio y edificado la Iglesia, y que ahora se
desdeñan como “antiguas”?
La
oración de postcomunión ofrece una herramienta de interpretación:
“Renovados con
el alimento precioso
del Cuerpo y
de la Sangre
de tu Hijo,
te rogamos,
Señor,
que
transformes nuestro corazón
y nos concedas
un espíritu nuevo,
para que
caminemos fielmente en novedad de vida”.
Lo
que renueva a los evangelizadores es el alimento nuevo del Cuerpo y Sangre de
Cristo, ofrecidos y luego recibidos en comunión sacramental, así como adorados
tranquila y contemplativamente. La renovación es interna y es fruto de la
acción divina, no meramente exterior con cursos y cursillos de renovación (que
son medios y ayudas, cierto, pero insuficientes sin la renovación interior que
provoca la Eucaristía
del Señor y el Espíritu Santo).
En
todo esto ha sobrado psicopedagogía y dinámicas de grupos, y ha faltado hondura
eucarística y vivencia creyente y contemplativa; han sobrado horas de talleres
psicologizantes y han faltado horas de adoración al Santísimo. Se han fabricado
agentes y dinamizadores de grupos, pero, en su interior, no se han forjado
creyentes, hombres y mujeres renovados por la Eucaristía.
La
nueva evangelización requiere hombres y mujeres renovados internamente por la Eucaristía celebrada y
adorada; serán creyentes maduros y forjados, aunque no sean “técnicos” de
pastoral y evangelización.
Prosigue
la oración de postcomunión pidiendo el fruto de la comunión eucarística; si
antes señalaba ya que habíamos sido “renovados”, el fruto que se implora es un
corazón nuevo y un espíritu nuevo: “te rogamos que transformes nuestro corazón
y nos concedas un espíritu nuevo”.
Resuena
así la profecía de Ezequiel (36,1ss): “y
os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de
vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Os infundiré
mi espíritu”. La Misa
“por la nueva evangelización” ruega la actualización de ese don: que transforme
el corazón y conceda un espíritu nuevo. Así serán evangelizadores nuevos para
este tiempo de gracia, evangelizadores transformados en Cristo por el Espíritu
que afrontarán y asumirán el reto de la nueva evangelización.
Asimismo,
esta súplica nos permite contemplar el Corazón de Jesús, el gran y auténtico
evangelizador. Él es “manso y humilde de
corazón” (Mt 11,29), experimenta compasión por aquellos que ve como ovejas
sin pastor (cf. Mt 9,36), capaz de mirar y amar (cf. Mc 10,21). Un verdadero
evangelizador habrá entrado en la intimidad del Corazón de Cristo y será
partícipe de sus sentimientos (cf. Flp 2,5); vivirá y palpitará con el Corazón
de Cristo y amará con el amor de su Corazón. El evangelizador tendrá un corazón
nuevo porque participará del Corazón de Cristo.
“Caminemos
fielmente en novedad de vida”. Lo hemos visto: la vida cristiana es ser un
hombre nuevo que se ha despojado del hombre viejo. Vive ya una nueva existencia
con Cristo y en Cristo. La novedad de su vida es Cristo y una vida según Cristo
y con Él. Va caminando: siempre peregrinos, siempre progresando y avanzando,
nunca detenidos ni cansados, ni sentados al borde del camino, derrotados. El
Señor mismo envía a caminar predicando: “Id
y proclamad” (Mt 10,7), “poneos en
camino” (Lc 10,3); hemos de caminar mientras hay Luz, Él mismo, Luz del
mundo (cf. Jn 12,35; 8,12). Hay que “seguirle
por el camino” (cf. Mc 10,52).
El
evangelizador siempre camina, nunca se siente ya acabado, autosuficiente;
siempre progresa, lucha, avanza en su vida cristiana, con humildad, con
sencillez. La novedad de su vida se convierte en testimonio elocuente de Cristo
y su predicación se ve así confirmada por lo que se ve en su vida nueva.
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