jueves, 28 de marzo de 2019

La noche y la Pascua (textos)

Los largos y austeros días cuaresmales, con el rigor del ayuno y las oraciones penitentes, miran desde el principio a la noche santísima de la Pascua. El esfuerzo cuaresmal es escalar la alta montaña para disfrutar de la cima: la Vigilia pascual.

Ésta, por su carácter y naturaleza, transcurre de noche, porque es una vigilia, una noche de vela, o una noche de guardia, para esperar al Señor, y gozó de una gran popularidad entre los fieles cristianos. Es un contrasentido querer adelantar la Vigilia pascual a la tarde, cuando aún luce el sol, como fue un contrasentido adelantarla a la mañana del Sábado santo (y que por la mañana del Sábado ya repicasen las campanas a "Gloria").

Era una noche de colorido distinto, de tensión espiritual, de escucha, canto, alabanza, sacramentos, santificación, Presencia del Señor, esperanza en su Retorno definitivo y glorioso.

El lucernario es el rito de la luz y el encendido de las lámparas de la iglesia para que inundada de luz el aula eclesial, todos puedan celebrar la vigilia en honor del Señor. Inútil sería este rito si se celebra en pleno día o con la luz del sol entrando por las vidrieras. Es la noche el tiempo propio de la Vigilia pascual. Incluso el mismo Pregón pascual canta anualmente la gloria de esta noche única:

"Ésta es la noche en que sacaste de Egipto a los israelitas, nuestros padres, y los hiciste pasar a pie el mar Rojo. 
Ésta es la noche en que la columna de fuego esclareció las tinieblas del pecado. 
Esta es la noche en que, por toda la tierra, los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y son agregados a los santos. 
Ésta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo...


 ¡Qué noche tan dichosa! Solo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos. 
Esta es la noche de la que estaba escrito: "Será la noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo". 
Y así, esta noche santa ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos.
En esta noche de gracia, acepta, Padre santo, este sacrificio vespertino de alabanza...

  ¡Qué noche tan dichosa, en que se une el cielo con la tierra, lo humano con lo divino! 
Te rogamos, Señor, que este cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche, y, como ofrenda agradable, se asocie a las lumbreras del cielo..."

A veces, escuchando los textos litúrgicos en el transcurso de la misma celebración, no percibimos sus matices; viéndolo aquí, nos damos cuenta del número de veces que alaba "la noche" en que se está celebrando, y se califica de noche "dichosa", "santa, "de gracia".

Así fue para generaciones de cristianos y así, ojalá, lo sea también para nuestra generación: una noche santísima para Cristo y de Cristo. El juego de la luz santificada y de la noche oscura, celebrado en el equinoccio de primavera, con la primera luna llena, es un simbolismo cósmico revelador del sentido de la Pascua:

"Mirad cómo brillan los rayos luminosos de la luz de Cristo; la lumbre del Espíritu puro se eleva, y se abren de par en par los divinos tesoros de la gloria y de la divinidad; la noche inmensa y oscura ha sido engullida, las negras tinieblas han sido destruidas por esta luz y la triste sombra de la muerte se ha precipitado en el abismo. La vida ha sido proyectada sobre todas las cosas; todos los seres se han visto envueltos en una inmensa claridad; y una aurora perenne envuelve la totalidad del universo. Aquel que precede a la estrella matutina y está por encima del universo, Cristo, el inmortal, el grande, el inmenso, brilla más que el sol sobre todas las cosas. Por eso, un día sin ocaso, grande, eterno, luminoso, se instaura entre todos nosotros que creemos en él: la Pascua mística, celebrada en figura bajo la ley, ha sido llevada a plenitud por Cristo en la realidad; es la Pascua maravillosa, prodigio de la divina virtud, obra de su poder, fiesta verdadera, memorial eterno. De la pasión la impasibilidad, de la muerte a la inmortalidad, de la herida la curación, de la caída la vuelta gloriosa, del descendimiento al abismo, la resurrección" (Pseudo-Hipólito, Hom. sobre Pascua, 1,1-2).





Así, con esos acentos poéticos, elevados, esta homilía comenzaba y proseguía, más adelante, exultando y saludando la Pascua:


"¡Oh fiesta mística! ¡Oh solemnidad espiritual!
¡Oh Pascua divina! Tú desciendes a la tierra desde los cielos y desde la tierra tú asciendes nuevamente a los cielos.
¡Oh festividad de todo el cosmos!
¡Oh alegría y honra del universo, festín y delicia del mismo!
Por ti fue destruida la muerte tenebrosa y la vida se difundió sobre todos los seres. Han sido abiertas las puertas del infierno y han sido rotas las cadenas de la esclavitud. El pueblo abatido resucitó de entre los muertos después de haber recibido la buena noticia y un coro de hombres fue asociado desde la tierra a los coros angélicos del cielo.
¡Oh Pascua divina, tú nos has unido espiritualmente con el Dios que ni los cielos son capaces de abarcar!
Por ti se ha llenado la sala del festín nupcial...
¡Oh Pascua, luz de la nueva fiesta de las luces, resplandor de las antorchas de las vírgenes!
Por ti ya no se apagarán las lámparas de las almas; por el contrario, el fuego divino y espiritual de la caridad arde en todos, alimentado, en el espíritu y en el cuerpo, por el mismo óleo de Cristo" (Id., 62,1-4).

La Vigilia pascual era deseada, anhelada. Y esa noche pascual -"¡oh noche amable más que el alborada!"- es vivida de una forma nueva por el pueblo creyente. Es su noche, su noche única, porque es la noche de Cristo Glorioso. Su entusiasmo es contagioso:

"¡Oh noche más resplandeciente que el día!
¡Oh noche más luminosa que el sol!
¡Oh noche más blanca que la nieve!
¡Oh noche más brillante que el rayo!
¡Oh noche que alumbras más que las antorchas!
¡Oh noche más deliciosa que el paraíso!
¡Oh noche libre de tiniebla!
¡Oh noche rebosante de luz!
¡Oh noche que vences al sueño!
¡Oh noche que enseñas a velar con los ángeles!
¡Oh noche terrible para los demonios!
¡Oh noche ansiada durante todo el año!
¡Oh noche que engendras a la Iglesia!
¡Oh noche madre de los neófitos!
¡Oh noche en la cual el diablo es sorprendido durmiendo y derrotado!
¡Oh noche en la que el heredero ha hecho compartir su herencia con la heredera!" (Asterio el Sofista, Hom. sobre el salmo 5,6; siglo IV) .

Sí, esta es la noche. La Pascua transforma la noche en un ascua de luz y Cristo vence. Los fieles velan, pasan la noche despiertos con Cristo en la iglesia, pero el diablo duerme.

La Pascua transcurre de noche. Toda otra costumbre, por bienintencionada que sea, de adelantar la Vigilia e iniciarla aún con luz del sol, es poco significativa y rompe el carácter nocturno, fundamental, de la santísima Vigilia pascual.


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