Proseguimos las catequesis sobre la avaricia, que nos deben estar permitiendo reconocer qué es la avaricia, cuáles sus raíces, el daño que provoca y su maldad.
La conciencia recibe una luz al ser formada que le lleva a conocer el pecado y aborrecerlo, extirpando lo que pueda haber de pecado en el alma.
La avaricia, como todos los pecados, intenta justificarse diciendo que "no es malo" o "a quién hace daño"; en este caso, es la avaricia la que piensa que si disfruta y acapara lo que es suyo, lo que por derecho propio le pertenece -por ejemplo, como fruto del trabajo- no hace nada malo. Y sin embargo, con eso oculta su sed de acaparar más, tener más, y olvida lo mucho que ha retenido y que podría haber dado a otros más necesitados.
La avaricia es insensible al dolor y pobreza de los otros; la avaricia se cree justa por abrazar con ansia y disfrutar, y hasta dilapidar, lo propio sin mesura ni templanza.
Termina el sermón san Basilio Magno:
"n.
7. También dices: “¿A quién injurio si conservo lo mío?”. Dime, ¿qué es lo
tuyo? ¿De dónde lo tomaste para traerlo a esta vida? Es como si uno, por haber
adquirido una entrada para el teatro, prohibiera luego que entraran los demás,
considerando exclusivo de él lo hecho para uso común de todos. Así son también
los ricos: apoderándose de antemano de los bienes comunes, los consideran suyos
por haberse anticipado. Si cada uno, proveyéndose de lo imprescindible para su
necesidad, dejara al necesitado lo que excede, no habría ni rico, ni pobre, ni
necesitado.
¿No
saliste desnudo del seno materno? ¿No volverás a la tierra desnudo otra vez?
¿De dónde te llegan los bienes presentes? Si dices que del azar, eres un impío,
porque no reconoces al Creador ni das gracias al Benefactor; y si admites que
vienen de Dios, dinos la razón por la que los recibiste. ¿Será un Dios injusto
el que nos reparte los bienes de la vida de manera desigual? ¿Por qué tú eres
rico y aquél pobre? Sin duda para que tú recibas la recompensa de tu bondad y
fiel administración, y el otro sea recompensado por su paciencia en las grandes
dificultades.
Pero
tú, encerrando todo en el insaciable vientre de tu avaricia, ¿crees que no
haces daño a nadie al despojarlo de tantos bienes? ¿Qué es un avaro? El que no
subsiste con lo suficiente. ¿Quién es ladrón? El que roba las cosas de otro. ¿Y
tú no eres un avaro? ¿No eres un ladrón, si lo que recibiste sólo en
administración lo hiciste tuyo? También se llama ladrón al que despoja de sus
ropas al que está vestido. Y el que no viste al desnudo pudiendo hacerlo ¿de
qué otra denominación es digno?
El
pan que tú retienes es del hambriento; el manto que tú custodias en tus
armarios es del que está desnudo; el calzado que se pudre en tu casa es del
descalzo; el dinero que tú tienes enterrado es del necesitado. De modo que
perjudicas a tantos cuantos podrías proporcionárselo”.
(S. Basilio, Hom. sobre “Destruiré mis graneros” y
la avaricia; BPa 73).
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