Escuchamos cada año el relato de las tentaciones del Señor en el desierto y cada año nos debería sorprender lo habilidoso que es el demonio para usar las Escrituras, sin usar el nombre de Dios, ni amarle. Argumenta sutilmente, corta versículos, los ofrece al hombre para que se fíe ciegamente.
El demonio suele tentar con finura, con sagacidad, para que ni siquiera nos demos cuenta de que es una tentación, y entablemos así un diálogo con él. Es un biblista excelente, un teólogo sutil en sus deducciones y argumentos; pero todo ello poniéndose él como medida de las cosas, incapaz de amar a Dios y reconocerle.
Un libro, "La fe de los demonios (o el ateísmo superado)" de Fabrice Hadjadj, en la magnífica editorial Nuevo Inicio, nos ofrece una seria reflexión sobre el demonio y el ateísmo, la tentación y el teísmo. Os aconsejo el libro así como todos los volúmenes de esta editorial.
El texto no se centra -y no lo tomemos así- en la consideración sobre Cristo, sino sobre la actuación del demonio, la forma de tentar y el uso de la Biblia. Creo que aprenderemos mucho. Es un texto de lenguaje fácil, coloquial, pero largo a la vez que encerrando profundos contenidos.
"La evidencia muestra que aquí no hay "versículos satánicos", sino un uso satánico de los versículos, sean los que fueren. Habría podido decir muy bien: "Está escrito: 'Ama a tu prójimo como a ti mismo', por tanto acuéstate con esta chica que te desea". O también: "Insulta a tu padre y a tu madre, pues está escrito: 'A Dios solo darás culto'". Ningún versículo aislado está protegido frente a las desviaciones. Pero tampoco hay que renegar de ningún versículo por haber servido a las tinieblas. Los monjes, lo hemos dicho antes, no cesan de cantar por la noche las palabras deformadas por el diablo para devolverles así su verdadero sentido. Por lo demás, a lo largo de toda la Tentación, para cerrarle el pico al diablo, el judío Jesús cita en cada ocasión la Torah (las únicas palabras suyas que no están sacadas del Deuteronomio son su mandato irresistible: ¡Apártate, Satán!). Pero sus citas conservan la apertura original y remiten a lo que trasciende infinitamente lo escrito: los versículos elegidos se vuelven hacia ese Otro al que él llama El Señor o también Tu Dios. Cada pasaje se abre como un paso en medio del mar de las páginas. Lo citado se transforma en vivido. Al revés y de forma significativa, la única cita de Satán no contiene el Nombre de Dios (solamente el pronombre Él), sino el de los ángeles. Esa referencia traiciona su manera de leer. Él mismo es un ángel. Y los ángeles guardianes, sus enemigos connaturales, forman parte de sus obsesiones. Así, lo mismo que hay una lectura antropocéntrica de la Biblia que la reduce a los mezquinos principios de una moral terrestre, el diablo hace gala de una moral angelocéntrica, sacada también de su propia interpretación.
...y pedagogo
Nuestro biblista alado manifiesta también un gran sentido pedagógico para inducir al pecado. En la primera tentación, la del pan, no profiere ningún versículo, sino que retoma la otra Ley de Dios, la no escrita, la de la creación. No cita la Escritura, incita la naturaleza. De igual forma que busca oponer la palabra a la Palabra, quiere enfrentar a la naturaleza contra su Creador. ¿Qué mal hay en contentar el hambre tras cuarenta días de ayuno? Vamos, sólo se trata de operar un milagrito discreto, sin alharacas, en el secreto de las arenas, en fin, transformar en panes algunas piedras (mientras que Mateo habla de "panes" en plural, Lucas, que insiste en el envite espiritual de esta hambre material, escribe "pan" en singular, de suerte que uno se imagina no se qué paródica eucaristía donde no se convierte el pan en el Cuerpo de Cristo, sino la piedra en el pan del demonio). ¿No es la ocasión de inventar esa restauración rápida que nos agiliza el trabajo apostólico? ¡Ábrase, pues, el primer fast-food del desierto y el misionero podrá recuperar sus energías sin perder tiempo ni en la cocina ni en el oratorio! ¿Qué hay de malo en reponer fuerzas para ir después a comenzar la predicación? El mismo realismo de la Encarnación parece invitar a ello.
Santo Tomás comenta: "La tentación que viene del enemigo se realiza a modo de sugerencia. Ahora bien, una sugerencia no se propone a todos de la misma forma: a cada uno se le presenta partiendo de aquello a lo que está apegado. Por eso, el demonio no tienta de primeras al hombre espiritual con pecados graves, sino que comienza por cosas ligeras para llevarlo más tarde a cosas graves". El seductor sigue un orden, comienza por algo sin importancia que ni siquiera parece una falta, para enseguida arrastrar a la codicia -poseer todos los reinos de la tierra- y a la vanagloria- ser Hijo de Dios paseándose tranquilamente en un coche tirado por ángeles (el orden de estas dos cosas no es el mismo en Lucas y en Mateo, pero esta permutación posible es una demostración de la flexibilidad diabólica). La usa con nosotros, como un buen educador: adapta su pedagogía en función de sus alumnos, primero se esfuerza en conocerlos y proponerles el crimen del que son capaces en breve. Rasca exactamente donde nos pica. Golpea no tanto donde está el defecto de la coraza, sino donde brilla más, en el punto del que más orgullosos estamos y por eso menos prevenidos: tienta, dice Tomás, "partiendo de aquello a lo que cada uno está apegado". Puede ser cualquier cosa, hasta la más noble: ese rezo del rosario, pro ejemplo, que nos lleva a detestar al importuno que reclama nuestra ayuda y nos impide así meditar el misterio de la Visitación.
El signo de esta pedagogía que sabe arrancar desde lo que piensa el alumno se manifiesta en Mateo con cada reanudación diabólica. Jesús dice: "Está escrito", el diablo responde: "Está escrito". Jesús dice. "También está escrito", la nueva acción del diablo se introduce con un "Todavía" (palin). La última réplica de Jesús comienza con un "Entonces" (totè): Entonces el diablo lo deja, retirada que también descubre cierto pirateo. Pienso en el final de la Anunciación: Entonces el ángel la dejó (Lc 1, 38).
Hallamos, por tanto, en el demonio no sólo un conocimiento, si no íntimo al menos integral, de la Sagrada Escritura, sino también un conocimiento, si no amante al menos lúcido, del prójimo, siendo ambos necesarios, si no para conducir, al menos para seducir a las almas como de la mano. Para llevarlas más arriba (Lc 4,5), sobre el alero del Templo (Mt 4,5), a un monte muy alto (Mt 4,8), es decir, siempre mejor al borde del precipicio. Notemos que los tres lugares, en los que el demonio opera paternalmente, no son sitios especialmente peligrosos o agujeros sórdidos. Son el desierto, la montaña y el Templo -los tres lugares tradicionales de la Revelación" (pp. 39-41).
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