domingo, 17 de marzo de 2019

La avaricia es pecado capital (y V)

La avaricia es uno de los siete pecados capitales, que engendra, por tanto, otros pecados unidos a ella. Muestra su rostro repulsivo en un afán inmoderado, sin freno, de bienes materiales, de dinero, haciendo lo que sea con tal de lograrlo; pero no se trata ya solamente de incrementar bienes: también la avaricia se puede dar en quien tiene menos pero desea de modo avaro y retiene lo suyo de manera inmisericorde incluso aunque alguien lo pueda estar necesitando.


La avaricia es asunto del corazón, que se vuelve ciego con la pasión por el dinero. El avaro realmente es pobre: carece de humanidad, de corazón, de luz, de sensibilidad. Él mismo, tan ciego, se percibe pobre y quiere más y más. Jamás cree que tiene suficiente, ni lo necesario.

El dinero engendra arrogancia (1Jn), fomentando la codicia. El avaro es, además, un arrogante por lo que tiene y un fracasado, insatisfecho e infeliz, porque aún quiere más. Si no corta la avaricia de modo tajante, tendrá que rendir cuentas graves al Señor.

Con ese tono, san Basilio amonesta:






           " n. 5. ¡Y dices que eres pobre! Estoy de acuerdo contigo, pues es pobre el que mucho necesita. El deseo insaciable os hace estar necesitados de muchas cosas. Te esfuerzas en añadir diez talentos a otros diez talentos; cuando son veinte, buscas otros tantos, y lo que añades nunca frena tu afán, más bien inflama tu ambición. En efecto, lo mismo que para los ebrios el tener vino delante se vuelve pretexto para beber, así también los nuevos ricos, después de haber adquirido muchas cosas, desean todavía más; con lo que amontonan agravan su mal sin cesar, y su ansia se convierte para ellos en lo opuesto, pues no les causa alegría tener tantos bienes, cuanto les aflige aquello de lo que carecen o suponen que les falta; de modo que su alma se consume constantemente al hacerse problema con estas inquietudes.
            Sería propio alegrarse y dar gracias por estar mejor que muchos otros, pero se enfadan y se quejan porque uno o dos ricos los aventajan. Cuando alcanzan a este rico, de inmediato se empeñan en cotejarse con otro más rico, y cuando han alcanzado a éste, transfieren su empeño a otro. Como los que suben las escaleras, que siempre levantan el pie hacia el escalón superior y no se detienen hasta llegar arriba, así éstos no frenan el ímpetu de su poder hasta que están en lo más alto, y es estrellan en la caída desde alturas insospechadas".



(S. Basilio, Hom. contra la riqueza, BPa 73).

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