martes, 2 de octubre de 2018

Lo normal y cotidiano, traspasado por la santidad (Palabras sobre la santidad - LX)

Las grandes palabras no sirven, ni los discursos grandilocuentes, que brotan de un alma exaltada en un momento dado, pero que luego, como globos pinchados, se deshinchan en un instante. Eso, poco valor tiene, y menor duración aún.

La realidad de lo cotidiano, de lo anodino, de lo gris, de las mismas obligaciones cada día desde que suena la alarma del despertador, las mismas rutinas domésticas, el cotidiano ejercicio profesional, las mismas caras, las mismas personas, parecidas situaciones, etc., ahí es donde los grandes discursos se quedan vacíos y se impone la verdad; la rutina de lo cotidiano, es decir, de lo normal y no de lo extraordinario, es el ámbito consecuente de la fe y, por tanto, de la vida de santidad.

Para lo extraordinario, ocasional y hasta deslumbrante, todos estamos dispuestos llegado el momento. ¿Quién no es generoso una vez en una emergencia? Lo difícil es lo cotidiano, siendo -siguiendo el ejemplo- generoso cada momento de cada día aunque nadie lo vea.

Es simple la afirmación aunque cargada de consecuencias: la santidad se vive en lo normal; y, en ese sentido, los santos son normales, no tipos excéntricos, raros, intratables.

Las vidas de santos, las hagiografías, escritas en otros momentos y con otros criterios, incluían muchas leyendas y anécdotas piadosas para exaltar al santo y demostrar su capacidad y virtud sobrenatural, pero han prestado, por contra, un flaco servicio al hacer pensar que la santidad se identifica con esos elementos extraordinarios, y no con tanta vida oculta y anodina, pero fiel, de cada santo.
"Nuestra mentalidad hagiográfica, [está] habituada no poco a poner la santidad en las manifestaciones carismáticas del hombre maravilloso y milagrero, las cuales, a veces, acompañan a la santidad... 

El santo no es tal, por ser extraordinario, y, por tanto, inalcanzable, sino por ser perfecto y típico en la observancia de la norma que debería ser común a todos sus fieles seguidores. Esta concepción teórica, que podemos llamar moderna, de la hagiografía, presenta, desde luego, un peligro: el simplificar demasiado el camino que lleva a la perfección; camino que, por ser evangélico, debe ser como Cristo lo define: “¡Qué estrecha es la puerta y áspero el camino que conduce a la vida!” 

El deseo de privar a la vida religiosa de todo ascetismo artificioso y arbitraria exterioridad para hacerla, como hoy se dice, más humana y conforme con los tiempos, se infiltra acá y allá en la mentalidad moderna de algunos cristianos y hasta religiosos, y puede conducir, insensiblemente, a ese naturalismo que ya no comprende la locura y el escándalo de la cruz (cf. 1Co 1,23), y cree razonable adaptarse con la comodidad del mundo" (Pablo VI, Hom. en la beatificación de Beato Ignacio de Santhia, capuchino, 17-abril-1966).


Pablo VI realiza una advertencia muy sabia para que se evite caer en el otro extremo; lo cotidiano no significa que deje de ser vida sobrenatural, como tampoco implica ningún tipo de laxitud. El camino es angosto y la puerta es estrecha, y por tanto en lo cotidiano, en lo normal, se verá el dominio de sí mismo, la ascesis, el ejercicio de las virtudes.

Así, de ese modo, lo cotidiano, sin nada extraordinario ni milagros, sigue siendo un campo para la acción eficaz de Dios y para el trabajo personal fiel y entregado, la ascesis, la colaboración con la gracia, en lo concreto de cada día.

Cada santo ha realizado el verdadero ideal humano, es decir, Cristo, el Hombre nuevo; Él ha sido su modelo, su ejemplo, su causa y su virtud, y lo ha plasmado en lo normal de cada día, en todos los aspectos de su existencia:
"¿Cuál es nuestra respuesta de miembros de este pueblo santo? Corresponder a la gracia de Dios por la fidelidad a la Palabra que nos habla con una conducta de hombres nuevos. A la santidad infinita de Dios que se nos ha comunicado responde nuestra santidad finita, que toma por modelo la de Jesucristo. Así todo se transforma y se ilumina: la vida de las personas, la vida de las familias, el uso de los bienes de este mundo, nuestras relaciones con el prójimo toda la vida la sociedad, porque Cristo libera, eleva y salva al hombre integral.
 He aquí, queridos hijos e hijas, lo que hemos venido a anunciaros: Jesucristo. Él es nuestro salvador, y al mismo tiempo es nuestro maestro, es “el camino, la verdad y la vida”, “el que le sigue no camina en tinieblas” (cf. Jn 14,6; 8,12). Éste es el recuerdo que quisiéramos gravar para siempre en nuestras almas" (Pablo VI, Homilía, Yakarta, Indonesia, 3-diciembre-1970).

La vida cotidiana, tan gris muchas veces, ha sido el lugar en que ha brotado el verdadero ejercicio de la santidad y ahí ha brillado Cristo en sus santos. No fueron "santos" de un momento, de un instante arrebatador, sino santos de cada minuto, de cada hora, de cada día, semana tras semana, mes tras mes. Vivieron una humanidad nueva, la de Cristo en ellos, y la concretaron en el trabajo, el apostolado, el hogar, la familia, la amistad, las relaciones sociales y culturales, etc. Tomaron, adquirieron y recibieron la forma de Cristo, se unieron a Él y jamás se separaron de Él, llegando -por obra del Espíritu- a ser como Cristo, pensar, obrar, amar, sentir, como Cristo.

"Cristo. Cristo mismo, hermanos; Él, Cristo, Hijo de Dios; Él, Hijo del hombre;
Él, cuyo nacimiento todavía celebramos hoy en nuestro mundo y está inscrito en nuestra historia;
Él, alfa y omega, primero y último entre todos, modelo de humanismo verdadero, “primogénito entre nosotros, todos hermanos” (cf. Rm 8,29; Col 1,15);
Él, imagen misteriosa e irradiante de la divinidad, que se ha revelado como amorosa Paternidad divina (cf. Jn 14,9-11);
Él, no sólo modelo al que referirse y al que mirar para tener la justa medida de imitación y de comparación, es decir,  el maestro, el guía, pero también misterioso principio generador y fuente a cada uno de nosotros de su suplemento de vida;
Él, pan de vida, que transmite a quien lo recibe energías intelectuales, morales y sociales, cabeza, en suma, de la humanidad convertida en su cuerpo místico.
Está tan próximo este nuestro Salvador y Mesías, que hoy casi todos nos sentimos obligados a buscarlo, incluidos aquellos que lo desean muerto y olvidado, ávidos y deseosos de poder sustituirlo y de poder crear un humanismo nuevo, sin luz, sin su amor. El humanismo verdadero y completo necesariamente tiene que ser cristiano" (Pablo VI, Mensaje de Navidad, 25-diciembre-1972).

Nadie puede entonces sentirse excluido de la vocación a la santidad, renunciando a ella como un ideal inalcanzable que no sabe ni dónde vivir ni realizar. Es -relativamente- fácil: unidos a Cristo, dejando que Cristo viva en cada uno y nos dé su forma interior, desarrollar la santidad en lo cotidiano, en lo ordinario, en lo normal, en lo que nadie ve, sólo el Padre que ve en lo escondido y sabe valorar la dosis de dominio de sí, perseverancia, fidelidad, abnegación y caridad de cada acto, trabajo o servicio.

1 comentario:

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