lunes, 15 de octubre de 2018

Enseñanzas centrales de santa Teresa



Cuando en 1970 fue proclamada Doctora de la Iglesia, se reconoció así la validez perenne de su enseñanza y su magisterio. El carisma teresiano está vivo, es enriquecedor, es factible para todos, no sólo para sus hijos carmelitas descalzos. Es un legado vivo, interpelante, digno de encomio, merecedor de ser divulgado, explicado, enseñado.



            ¿Qué nos enseña santa Teresa de Jesús?

            Los tiempos son recios, dificultosos. La secularización lo ha devastado todo y ha infectado a la Iglesia misma hasta tal punto que ni nos damos cuenta ya del ambiente secularista que se respira. Hay una crisis de civilización, una cultura cristiana hecha añicos. Hoy, ser católicos, es una decisión comprometida y contracorriente si se quiere vivir de verdad la belleza de la fe. Pues “en estos tiempos recios son menester amigos fuertes de Dios” (V 15,5), que no se separen de Dios sino permanezcan asidos a Él; que cuiden su fe sin contaminarla; que tengan clara conciencia de su identidad cristiana. ¡Amigos fuertes de Dios!

            ¿Qué nos enseña santa Teresa de Jesús?

            Ofrece un magisterio pedagógico sobre la oración. Sabe que es imposible vivir cristianamente sin oración, sabe que en la oración está el todo de nuestra vida y que la oración va transformándonos en Cristo. Por eso ella insistirá en la vida de oración, mostrará sus caminos, forjará orantes, tanto religiosos como sacerdotes y seglares. La oración es para todos, para todo bautizado, y sin ella nada podemos ni hacer ni vivir ni progresar. Es tratar de amistad con Cristo (cf. V 8,5), conversar con Él, mirarle.


            ¿Qué nos enseña santa Teresa de Jesús?

            La vida cristiana y la oración misma no es cuestión de gustos, de sentimientos, de si apetece o no, sino de un amor eficaz, concreto, que sirve al prójimo amando a Dios. Las obras concretas son la medida de la vida cristiana, acompañada de virtudes cada vez más sólidas –en vez de la inmadurez e inconsistencia-.

            ¿Qué nos enseña santa Teresa de Jesús?

            Ella impulsa a volar bien alto, teniendo una gran libertad de espíritu. “Libres nos quiere Dios, asidas sólo a Él” (cf. Cta. 30-5-1582). Muchas veces carecemos de libertad interior, esclavizándonos. Nos atan y retienen muchos lazos: parientes y amistades, dinero, honra y prestigio, el cuidado del propio cuerpo… Nos atamos sin darnos cuenta de la fragilidad de todo: “palillos de romero seco” (CC 3,1) que al tocarlos se desmoronan. El desasimiento de todo lo creado es libertad para seguir a Cristo, sin tantos reparos, ni condicionamientos, ni ajustando nuestra vida cristiana a lo que los demás opinen para conformar a todos. “No consintamos que sea esclava de nadie nuestra voluntad sino del que la compró por su sangre” (C 4,8).

            ¿Qué nos enseña santa Teresa de Jesús?

            Su corazón sólo halló plenitud y se ensanchó cuando se encontró con Jesucristo. Su Santísima Humanidad la colmó y se sintió acogida y comprendida por Cristo. Para ella, Jesucristo Dios y Hombre fue la clave de su vida. Cristo salió a su encuentro. Antes, ella tenía de Dios un concepto general, distante, le servía y le rezaba y no quería ofenderlo; pero sólo descubrió quién era Dios cuando Cristo le salió al encuentro y rompió todas sus resistencias interiores, sus incoherencias y sus ataduras afectivas. Cristo fue vivido por ella muy personalmente, cercano, formando parte real del entramado de su vida, de su afectividad. Ella personalizó ese encuentro, lo asimiló en la cotidianeidad. Se descubrió mirada por Cristo con amor: “mire que le mira el Señor” (V 13,22); halló en Él “amigo verdadero” (V 22,6), se sintió comprendida, acogida, elevada. Por eso nos enseña el camino cristiano: la absoluta centralidad de Jesucristo, mirarle, amarle, regalarse en Él, transformarse en Él. Nos enseña un cristianismo muy vivo porque es relación viva con Cristo. Y Él sigue saliendo a nuestro encuentro.

            ¿Qué nos enseña santa Teresa de Jesús?

            Ella fue muy consciente, con la sensatez y realismo que la caracterizaban, de que para cambiar el mundo y mejorarlo, de nada sirven leyes, decretos, reuniones y planes de reforma, ni mucho menos las falsas apariencias del populismo, los gestos grandilocuentes que buscan el aplauso de los incautos y llamar la atención, fingiendo humildad en demasía. Ella opta por lo más difícil: cambiarse a sí misma y, por tanto, vivir “con toda la perfección” los consejos evangélicos, “hacer eso poquito que era en mí” (C 1,2): lo que a ella le toca es entregarse a Dios fielmente, minuto a minuto, con la obligación de cumplir los consejos evangélicos y la Regla carmelitana sin mitigación. Desmonta así, eficazmente y de un plumazo, toda utopía revolucionaria, todo discurso eclesiástico populista, donde son los demás quienes tienen que cambiar y cambiar las estructuras, y se entrega ella a vivir, delante de Dios, con la mayor perfección posible, su vida consagrada. El mundo cambia y se transforma, según el plan divino, cuando un corazón se entrega a Dios de veras.

            ¿Qué nos enseña santa Teresa de Jesús?

            Una lección no muy popular precisamente en los tiempos que corren: la fidelidad a los orígenes, aborreciendo, huyendo de toda mitigación, de toda relajación, de toda falsa adaptación. Inició la fundación de los distintos Carmelos descalzos como un proyecto de volver a los principios de los frailes ermitaños del monte Carmelo: austeridad, pobreza absoluta, penitencia y contemplación.

            Había experimentado ya lo que era la acomodación al mundo y la mitigación en la vida religiosa durante sus más de veinte años en la Encarnación de Ávila: se pierde el fervor de la entrega, se mundanizan sacerdotes y religiosos y así poco pueden servir al pueblo santo de Dios. Conoció los tristes resultados de modernizar rebajando más el nivel de exigencia, cada vez más bajo. Su reforma nunca podrá buscar agradar al mundo, ni adaptarse falsamente a cada época asumiendo acríticamente los postulados del mundo y de la sociedad. Ella sabía bien adónde conducía ese sendero: a despeñarse, a estrellarse. Más bien el camino es la fidelidad heroica, la entrega absoluta, sin ceder a la mitigación ni a la relajación. No mirar a lo que el mundo opine ni lo que el mundo diga que la Iglesia tiene que hacer o dejar de hacer. Su reforma choca frontalmente con cualquier intento postmoderno de renovación, adaptación o modernización, porque ella sí entendió que estaba en el mundo, pero sin ser del mundo. ¡Éstos son los caminos que nos enseña para “reformar” la Iglesia!

            ¿Qué nos enseña santa Teresa de Jesús?

            Supo ella cuán grande y hermosa es la Iglesia, el Cuerpo del Señor, cuántos hijos de la Iglesia sirven muy de veras a Dios y se entregan a Él. Ella amó a la Iglesia con todas las fibras de su alma y tuvo como galardón saberse miembro vivo de la Iglesia. Al morir en Alba de Tormes exclama: “Al fin, Señor, muero hija de la Iglesia”. Nada mejor podría haber deseado.

            Para ella la Iglesia no fue un obstáculo en su acceso a Dios, ni la miró fríamente como una institución rígida y anquilosada: ¡cuántos piensan así desgraciadamente! Ella fue adquiriendo un gran sentido de Iglesia en su alma, cobró un amor grande por la Iglesia, alcanzó una profunda eclesialidad. Y eso que tuvo dificultades con miembros de la Iglesia (como tantos otros santos a lo largo de la historia): sacerdotes y confesores que no la entendieron, superiores provinciales que se le opusieron, frailes carmelitas que quisieron desbaratar sus Carmelos descalzos, la Inquisición que examinó el Libro de la Vida y que la interrogó en Sevilla sobre las calumnias que levantó una antigua novicia… A pesar de todo, su corazón se ensanchó sabiéndose hija de la Iglesia.

            Supo de los problemas, dificultades y pecados de la Iglesia de su tiempo y de la necesidad urgente de reforma, pero no despertó en ella una crítica amarga contra la Iglesia ni una mirada despectiva, llena de superioridad: “No sé de qué nos espantamos haya tantos males en la Iglesia” (V 7,5). Más bien entrega su vida por la Iglesia: “Pedir a Su Majestad mercedes, y rogarle por la Iglesia” (V 15,7), “rogarle que vaya siempre adelante… el aumento de la Iglesia Católica” (4M 1,7).

            Ese sentido eclesial es tan acusado que jamás querrá imponer sus opiniones, sino someterse en todo y ajustarse a la enseñanza de la Iglesia. No se cree más lista que la Iglesia entera ni la juzga. Es hija fiel y obediente. “Siempre procura [el alma] ir conforme a lo que tiene la Iglesia, preguntando a unos y a otros, como quien tiene ya hecho asiento fuerte en estas verdades, que no la moverían cuantas revelaciones pueda imaginar –aunque viese abierto los cielos- un punto de lo que tiene la Iglesia… Le parece desmenuzaría los demonios sobre una verdad de lo que tiene la Iglesia muy pequeña” (V 25,12); y afirma convencidísima: “considero yo qué gran cosa es todo lo que está ordenado por la Iglesia” (V 31,4), porque “sabía bien de mí que en cosa de la fe contra la menor ceremonia de la Iglesia que alguien viese yo iba, por ella o por cualquier verdad de la Sagrada Escritura me pondría yo a morir mil muertes” (V 33,5).

            Para hoy sigue siendo preciosa lección teresiana, cargada de consecuencias, que marca un estilo: saberse, sentirse y gozarse de ser hijo de la Iglesia.

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