En la reflexión teológica sobre la santidad, y por tanto, en nuestra vida pastoral y espiritual, hemos de ofrecer y vivir todas las dimensiones.
Ser santos es nuestra vocación; la santidad es la vocación fundamental del pueblo de bautizados. Cuanto mejor se considere la santidad desde el punto de vista teológico, más claro tendremos el camino para vivirla y para predicarla y para enseñarla y para proponerla a todos.
El marco general en que vivimos nuestra vocación a la santidad es la Comunión de los santos: en ella hemos sido situados, y ningún santo es un solitario -incluso viviendo en soledad física- sino que está arropado y englobado en la Comunión de los santos. Esta misma Comunión no solamente lo enardece en su camino, sino que le muestra la ayuda solícita de los santos, se enriquece con sus ejemplos, ve la obra de Dios en ellos y comprende lo que Dios puede estar realizando en él mismo.
"Soy transformado a imagen de Cristo de manera absolutamente única y personal, pero lo soy en comunión con todos mis hermanos. Por eso puedo descubrir en mis hermanos conformados a imagen de Cristo, su Rostro, y puedo vivir en su familiaridad, en la alegría común de glorificar juntos al Dios que nos salva" (LE GUILLOU, M-J., El rostro del Resucitado, Encuentro ed., Madrid 2012, p. 366).
Así dice la Constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II:
"Mirando la vida de quienes siguieron fielmente a Cristo, nuevos motivos nos impulsan a buscar la ciudad futura (cf. Hb 13, 14 y 11, 10) y al mismo tiempo aprendemos el camino más seguro por el que, entre las vicisitudes mundanas, podremos llegar a la perfecta unión con Cristo o santidad, según el estado y condición de cada uno [157]. En la vida de aquellos que, siendo hombres como nosotros, se transforman con mayor perfección en imagen de Cristo (cf. 2 Co 3,18), Dios manifiesta al vivo ante los hombres su presencia y su rostro. En ellos El mismo nos habla y nos ofrece un signo de su reino [158], hacia el cual somos atraídos poderosamente con tan gran nube de testigos que nos envuelve (cf. Hb 12, 1) y con tan gran testimonio de la verdad del Evangelio" (LG 50).
Situados en la Comunión de los santos, siempre fecunda, se entiende mejor la necesidad real de un contacto personal con los santos. Nuestra recta devoción hacia ellos no será, ciertamente, multiplicar novenas, o pasar la mano por la imagen del santo, u otras prácticas que -aisladas de la Iglesia, de los sacramentos, etc.- a veces se ven. La recta devoción es la amistad y familiaridad con ellos, y como ocurre en la vida terrena, social, con unos nos llevamos mejor que con otros; con algunos santos nos sentimos más identificados, más cercanos, y son para nosotros un reflejo del Rostro de Cristo y de la acción del Espíritu Santo.
Leer, por ejemplo, las obras escritas de los santos, y leer una buena biografía -hagiografía se llama- nos permiten comprender por dónde Dios los llevó, cómo los fue transformando, qué luchas afrontaron, etc. Es buenísimo leer las vidas de los santos para comprender la acción de la Gracia de Dios.
Entonces, contemplar a un santo, es un método muy válido para vivir nuestra vocación a la santidad en esta etapa que nos toca correr en el estadio, que dice la Escritura.
"Un santo puede, pues, llegar a ser para mí aquel que me remite al misterio de la creación de mi ser en Jesucristo en el Espíritu Santo, y al rostro que ha de revelarse en mí por Jesucristo en el Espíritu Santo. La contemplación de este santo me remite al misterio de mi predestinación en Jesucristo: me remite a lo más profundo de mi ser, al misterio de mi vocación en el Espíritu.
Al mirar a este santo, me vuelvo dócil a la acción del Espíritu que ha de recrearme a imagen de Cristo: me dejo transformar por la acción del Espíritu que ha suscitado a este santo en Jesucristo y que ha de suscitarme a imagen de Cristo en una comunión fraterna percibida con este santo.
Amar o imitar a este santo no tiene nada que ver con una reproducción servil de las virtudes del santo. Se trata del descubrimiento de una comunidad de vocación. Porque en él he visto la misma llamada que me ha sido hecha, me abro a la acción del Espíritu que me configura a imagen de Jesucristo. Se trata de una imitación dinámica y completamente original, cuyo motor es el Espíritu Santo.
Descubro en este santo el espacio de libertad y de seguridad en el que me puedo encontrar a mí mismo para así dejarme recrear en Jesucristo. Me siento llevado por el movimiento creador del Espíritu que ha suscitado a este santo y que también ha de suscitarme.
Esto explica que haya como un descubrimiento espontáneo de afinidades: es el misterio del encuentro personal. Con una u otra persona, me siento en seguida en profunda sintonía. Pequeños indicios me han revelado su misterio y me han hecho entrar en comunión con ella. Lo mismo ocurre con los santos. Con su contacto mi propio rostro se revela ante mis ojos.
El corazón de la comunión con uno u otro santo es el Espíritu Santo, creador del hombre nuevo en Jesucristo" (LE GUILLOU, El rostro..., p. 367).
Así sabemos que la santidad es real, posible, que otros hermanos han sido santificados y cómo el Espíritu Santo ahora nos trabaja a nosotros haciéndonos una nueva criatura.
La lectura de la vida de los santos es un ejercicio sano de estudiar la obra de Dios y de su Gracia.
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