Nuestro cuerpo gime aguardando la redención de nuestro cuerpo, dirá san Pablo en Rm 8. Los achaques, el debilitamiento de nuestro organismo, la enfermedad pasajera o crónica, la edad, etc., nos hacen ver cómo esta tienda nuestra se desmorona. El cuerpo es frágil aunque el alma esté pronta, dispuesta, ágil.
Incluso cuando quisiéramos hacer un mayor bien, entregarnos aún más, limitar el descanso y hacer muchas más obras de misericordia o también obras apostólicas, hemos de contar que nuestro cuerpo tiene limitaciones de distinto tipo.
También la paciencia ha de vencer aquí, también la paciencia tiene que ver con nuestro cuerpo, aceptando humildemente sus límites.
Desde otro punto de vista, el cuerpo aprende a ser paciente mediante los instrumentos clásicos: la penitencia, la oración y el ayuno, de manera que frene su impetuosidad o se detenga la concupiscencia que nos arrastra a la pereza o a la gula, etc.
Veamos de qué modo lo va a explicar Tertuliano:
"Capítulo 13: De la paciencia del alma a la paciencia del cuerpo
En fin, hasta aquí se ha tratado de una paciencia espiritual y uniforme, constituida tan sólo en el alma; pero también la paciencia alcanza méritos delante de Dios de muchísimas maneras por medio del cuerpo. Este tipo de paciencia lo reveló el Señor por medio de la fortaleza de su cuerpo. Por tanto, si el alma guía al cuerpo, con facilidad le comunica la paciencia estableciéndola en él como en su morada.
Pero, ¿qué clase de ganancias hará la paciencia por medio del cuerpo? En primer lugar, gana con la mortificación de la carne, que es un sacrificio de humildad que aplaca a Dios. Le ofrece al Señor el desaliño y la pobreza de la comida, contentándose con un alimento sencillo y beber agua pura. Se enriquece si a esto añade el ayuno, y cuando consigue acostumbrar el cuerpo a la penitencia y a la modestia en el vestir.
Esta paciencia corporal hace recomendables las oraciones y asegura las plegarias porque abre los oídos de Cristo, nuestro Dios, desvaneciendo su severidad y provocando su clemencia. Así fue cómo aquel rey de Babilonia -que por haber ofendido al Señor, viose privado durante siete años de la forma humana (Dn 4, 25-31)- ofreciendo la paciencia de su cuerpo sacrificado por la penitencia y la sordidez, recuperó el reino y satisfizo a Dios, que es lo que más deben desear los hombres.
Esta paciencia corporal hace recomendables las oraciones y asegura las plegarias porque abre los oídos de Cristo, nuestro Dios, desvaneciendo su severidad y provocando su clemencia. Así fue cómo aquel rey de Babilonia -que por haber ofendido al Señor, viose privado durante siete años de la forma humana (Dn 4, 25-31)- ofreciendo la paciencia de su cuerpo sacrificado por la penitencia y la sordidez, recuperó el reino y satisfizo a Dios, que es lo que más deben desear los hombres.
Pero más altos aún y más dichosos grados de paciencia corporal hemos de indicar, como que ella eleva a la santidad la continencia de la carne; sostiene a la viudez, conserva la virginidad, y al voluntario eunuco lo levanta hasta el reino de los cielos (Mal 19,12). Todo lo cual nace de las fuerzas del alma; pero se perfecciona en la carne, que con la ayuda de la paciencia triunfa finalmente en las persecuciones. Y cuando aprieta la fuga, la carne lucha contra las incomodidades de la huida; y cuando la cárcel oprime, la carne sufre las cadenas, el cepo, la dureza del suelo, la privación de la luz y la falta de lo necesario para la vida.
Y si la sacan para experimentar la felicidad del segundo bautismo [aquí el martirio] elevándola a la altura del divino trono, entonces nada la ayuda tanto como la paciencia del cuerpo, pero si "el espíritu está pronto", sin la paciencia "la carne es débil" (Mt 26, 41). De esta manera ella es la salvación para el espíritu y para la misma carne.
Y si la sacan para experimentar la felicidad del segundo bautismo [aquí el martirio] elevándola a la altura del divino trono, entonces nada la ayuda tanto como la paciencia del cuerpo, pero si "el espíritu está pronto", sin la paciencia "la carne es débil" (Mt 26, 41). De esta manera ella es la salvación para el espíritu y para la misma carne.
Cuando el Señor afirmó de la carne que era débil, entonces nos enseñó que era necesario fortalecerla con la paciencia contra todo lo que sería inventado para castigar y arrancar la fe; a fin de que con toda constancia pudiera tolerar los látigos, el fuego, la cruz, las bestias y la espada, todo lo cual lo dominaron con el sufrimiento los profetas y los apóstoles".
Pasión paciente de Cristo.
ResponderEliminarAbrazos fraternos.
ResponderEliminarMe ha recordado a Santa María de Egipto. Sin duda, la mortificación, pentitencia y demas, nos llevaran a un camino más avanzado; siempre y cuando sea por amor.
¡La paciencia todo lo alcanza, solo Dios basta!
Gracias