Habremos de tener presente
siempre la reconstrucción espiritual de la
Iglesia, la reconstrucción del tejido social cristiano tan
deteriorado y la urgencia de la solidez doctrinal, espiritual y apostólica de
cada católico cual piedra viva del edificio santo que es la Iglesia.
Una Iglesia
reedificada para una Iglesia viva –nosotros, tú y yo-. El cuidado de los templos, como tesoros artísticos e históricos, pero albergando en su seno una Iglesia viva, que siempre se reedifica.
Cada cristiano,
por el bautismo, está llamado a la santidad, a vivir la plenitud de su comunión
con Cristo y, por tanto, a ser una piedra viva del edificio santo que es la Iglesia, por su fe,
esperanza y caridad; una piedra viva que construye su familia como Iglesia
doméstica y transmite y educa a sus hijos en la fe; una piedra viva en comunión
con la Iglesia,
sin vivir la fe de modo individualista.
Hay que descender, aunque sea
brevemente, a cuestionarse en un personal y sincero examen de conciencia, qué
piedra soy yo en la Iglesia
de Dios, a qué me llama el Señor, qué espera Jesús de mí, cómo es mi apostolado,
mi oración, mi testimonio... en definitiva: descubrir cuál es mi sitio, mi
vocación y mi misión en la
Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, donde Jesús me sitúa, me
conforta, me alienta, me llama.
Dos reconstrucciones, así pues;
ambas justas y precisas; ambas necesarias; ambas, ambiciosos proyectos.
Una, la
reconstrucción, la restauración, de templos históricos o la construcción de nuevas iglesias y parroquias; la otra, la reconstrucción de
un catolicismo militante, fuerte, sólido, espiritual, formado, apostólico,
comprometido, social; un catolicismo vivo, que hace oír su voz y se acredita
por sus obras; un catolicismo de hombres nuevos, interiores, renovados, que
sirven al mundo con un claro compromiso e identidad católica.
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