martes, 7 de noviembre de 2017

La paciencia (Tertuliano - XII)

El capítulo XII del tratado sobre la paciencia de Tertuliano orienta hoy nuestra reflexión, así como nuestro deseo, a conocer cómo la paciencia engendra y protege la paz y se pone al servicio de la penitencia.


La paz y la paciencia tienen una común raíz señalando así que el hombre pacífico es paciente y el hombre paciente es pacífico. Lo contrario sería la impaciencia que siempre es brusca, agresiva y colérica en ocasiones. El violento pierde la paz lanzándose con cólera hacia los demás.

Lo mismo habría que orientar sobre la penitencia. Ésta, definida por los Padres como un bautismo laborioso, necesita de paciencia para llorar los pecados y expiarlos en un proceso de conversión hasta que el corazón llegue a estar contrito y humillado en presencia del Señor.




"Capítulo 12: La paciencia al servicio de la paz y la penitencia
En cuanto a la práctica de la paz tan agradable a Dios, ¿podrá el que es totalmente hijo de la impaciencia perdonar a su hermano no digo ya las setenta y siete veces o las siete. sino una sola vez por lo menos? ¿Quién será el que mientras se encamina al juez, pueda resolver su desacuerdo en forma amigable (Mt 5, 23-24) si antes no amputa de su alma el dolor, la dureza y el resentimiento, verdaderas venas de la impaciencia? 

Ninguno que tenga el ánimo agitado contra su hermano, podrá llevar su ofrenda al altar si antes no torna a la paciencia para poder reconciliarse con él. ¡Ay, cuánto peligro corremos si se pusiese el sol sobre nuestra ira! De aquí que no sea lícito vivir sin paciencia ni siquiera un solo día.

Si la paciencia. como se ve, gobierna toda suerte de enseñanzas saludables, no es de maravillar que también ayude a la penitencia, cuyo oficio es socorrer a los caídos. Y así, cuando roto el matrimonio por aquella causa que hace lícito al marido o a la esposa a sufrir con perseverancia un género de viudez, entonces la paciencia ayuda a esperar, a desear y a rogar hasta que la penitencia llegue alguna vez a alcanzar la salvación del cónyuge descarriado. ¡Cuántos bienes le consigue la paciencia para cada uno de los dos! A uno lo ayuda a no ser adúltero; y al otro, lo corrige. 

También en este sentido tenemos las parábolas del Señor, llenas de santos ejemplos de paciencia. A la oveja perdida la busca y la encuentra la paciencia del pastor, pese a la impaciencia que, por tratarse únicamente de una sola, con facilidad la abandonara. Pero la paciencia se toma el trabajo de buscarla; y Aquél que es paciente, carga sobre sus hombros a la pecadora perdida (Lc 14, 3-5). Así tambien la paciencia del padre acoge, viste y alimenta al hijo pródigo; y todavía lo defiende de la disgustada impaciencia del hermano (Lc 14, 11-32). De este modo se salvó el que había perecido porque encontró a la paciencia, sin la cual no hubiese hallado a la penitencia.

La misma caridad -sacramento máximo de la fe y tesoro del nombre cristiano, exaltada por el Apóstol con toda la inspiración del Espíritu Santo- acaso ¿no se forja en las enseñanzas de la paciencia? En efecto, dice: "La caridad es magnánima", esto supone a la paciencia. "Es benéfica"; la paciencia no hace ningún mal. "No es envidiosa"; y esto es propio de la paciencia. "Ni se ensoberbece"; de la paciencia aprende a ser modesta. "No tiene hinchazón ni desprecia"; tampoco la paciencia. La caridad "no busca su negocio"; la paciencia ofrece el suyo si a otro le aprovecha; "ni se irrita", y sino ¿qué le quedaría a la impaciencia? "Por tanto -añade- la caridad todo lo soporta, todo lo tolera", y todo esto porque es paciente. Con razón "nunca pasará" mientras las demás virtudes se desvanecerán, pasarán. El don de lenguas, las ciencias, las profecías concluyen. En cambio la fe, la esperanza y la caridad permanecen: la te, que ha sido traída por la paciencia de Cristo; la esperanza, que es ayudada por la paciencia de los hombres; y la caridad, a la cual acompaña la paciencia enseñada por Dios mismo".

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