domingo, 23 de julio de 2017

Vigencia de la parroquia

Una comunidad cristiana, asentada en un territorio, eso es una parroquia. De ahí se deduce que las relaciones son de vecindad, en función de la cercanía y del domicilio, pero en ese territorio nace una comunidad cristiana, que crea unos lazos nuevos, de caridad y fraternidad cristianas, juntos celebran, son santificados, escuchan la Palabra divina y crecen en su comprensión por la catequesis y, finalmente, ejercen la caridad cuidando de sus enfermos y ayudando a los pobres y necesitados.

Que necesita constante revitalización, es cierto, así la parroquia no se convertirá en un templo que ofrezca solamente servicios religiosos según un horario. Pero también es cierto que la parroquia como tal es necesaria, buena, eficaz y es ya una verdadera comunidad cristiana.

En su lugar tienen sitio y se integran grupos y movimientos, pero ni acaparan la parroquia ni constituyen la totalidad de la parroquia. Tampoco es sano espiritualmente sustituir la diversidad y grandeza del pueblo cristiano en la parroquia por una vivencia reducida y siempre particular de un solo grupo, movimiento y comunidad.

Una parroquia viva enriquece a todos y genera el sentido de catolicidad, de universalidad, acogiendo a todos.

Edifiquemos la parroquia y dejémonos sustentar por nuestra propia parroquia, que debe sernos muy querida. A ella nos vinculamos, en ella vivimos, en ella entregamos nuestra aportación económica (o nuestro diezmo), hacia ella dirigimos el corazón porque nos da a Cristo.

Al dedicar una parroquia con rito solemne y consagrar el altar, Pablo VI ofreció una homilía que mostraba algunos aspectos de lo que es una parroquia.





"Nuestro primer pensamiento se dirige a Dios. Al pasar los umbrales de este nuevo edificio sagrado nos invade y se despierta en nosotros el sentimiento de la presencia divina, la cual está en todas partes, de tal manera, que debería hablarnos siempre y en todo lugar, y debería encontrarnos vigilantes para descubrirla en el lenguaje y al trasluz de todo lo que nos rodea. Nada hay profano en la creación. Todo está llamando a una elevación del espíritu humano, si éste comprende y es consciente de que cada espacio, cada tiempo, cada ser, es una voz que proviene del misterio divino. Nos lo recuerda la palabra misma de Jesús en el encuentro con la Samaritana, que ha sido escogido como lectura evangélica para esta misa: los verdaderos adoradores del Padre celestial lo tienen que adorar no vinculados por las condiciones exteriores y de lugar, sino en espíritu y en verdad. Gran lección evangélica para toda la humanidad, atenta al mensaje de la creación y creyente en el mensaje de la revelación, que nos permite la conversación trascendente con el Dios inefable, dándole el humanísimo nombre de Padre. Pero esto no quita que para llevar a cabo esta arrobadora conversación, este coloquio específicamente religioso, los hombres tengan necesidad de encontrarse juntos en un lugar que se convierte en sagrado, y de tener, por su impericia para el lenguaje religioso y para el contacto con los misterios divinos, la palabra y los sacramentos, un ministerio autorizado y dotado de prodigiosos carismas, el sacerdote, es decir, el párroco responsable; y henos ahora ante la "Iglesia", lugar y asamblea al mismo tiempo, la iglesia local, la parroquia...


"Edificar" la auténtica Iglesia

A fin de cuentas, ésta es la finalidad principal de la construcción material que estamos inaugurando: la construcción espiritual. De nada serviría el haber dedicado esmero, dinero, fatiga, para edificar estos muros, esta "iglesia" si ella quedase vacía o si no sirviese para edificar la verdadera "Iglesia", la de los creyentes en Dios, la de los vivientes por Cristo en el Espíritu de gracia y de caridad que forman la comunidad local, orante y operante, expresión genuina y viva de la Iglesia universal, cuerpo visible y místico de Cristo nuestro Señor.

La cosa es tan obvia que parece superfluo dedicaros un discurso. Y, sin embargo, no es así: es algo tan importante y en muchos aspectos tan difícil -más difícil en su género que la misma construcción que nos rodea- que no queremos perder la ocasión para haceros una sugerencia.


¿Recordáis las palabras de Jesús: "Yo edificaré mi Iglesia"? (Mt 16,18) ¿Qué quería decir el Señor con esta imagen de la construcción? Y, ¿qué significa en los labios de Cristo la palabra "Iglesia"? Lo sabemos todos. Jesús pensaba en una convocatoria orgánica de la humanidad; pensaba instituir una comunidad en constante formación; pensaba en el aspecto colectivo y unitario de la salvación, siempre en aplicación dentro de la historia; pensaba en la composición de una sociedad, querida y promovida por Él mismo: "Yo edificaré"; pero sobre Sí, como piedra viva, piedra angular (Mt 21,42), soporte de un fundamento humano, cualificado y llamado por Él mismo Pedro, sobre el cual fuesen colocadas "otras piedras vivas", como escribe san Pedro mismo (1P 2, 5), que son los cristianos, son los fieles, los cuales, secundando la obra de los apóstoles, construyen ellos también el místico edificio, construyen la Iglesia. Es decir: la Iglesia-cuerpo vivo, casa animada de Cristo, está siempre en construcción; corresponde a nosotros el levantar el edificio que documenta a lo largo de la historia la presencia del Señor y reúne en un designio visible y espiritual, al mismo tiempo, el pueblo de Dios llamado a la fe y a la salvación.

Y a vosotros, fieles de esta nueva parroquia, os repetimos: toca ahora a vosotros hacer de ella una verdadera, viva y hermosa construcción espiritual. No ignoramos que este programa no halla fácil predisposición entre la gente de hoy; el espíritu de asociación, a veces incluso entre las poblaciones que practican la religión, no es floreciente; muchos prefieren, precisamente en lo que respecta a los propios sentimientos religiosos, no manifestarlos en público; muchos no desean tener vínculos comunitarios; muchos no sienten ya, como en un tiempo, el honor y la fuerza de pertenecer a una organización; muchos rehúyen el ser clasificados, y, mucho menos, mezclarse entre la muchedumbre heterogénea por motivos espirituales. El urbanismo moderno, por otra parte, ha habituado a la masa a vivir en la misma ciudad, en la misma calle, en la misma casa, a veces sin que ni siquiera se conozcan los individuos; sucede así que ciudadanos y compañeros en un mismo complejo social permanecen fácilmente anónimos y extraños unos a otros; con frecuencia este hecho de vivir juntos no favorece el conocimiento, no logra hacer amistades, no consigue formar pueblo. No es así, tratándose de la Iglesia: ella respeta y tutela la libertad y la personalidad de cada uno de sus miembros y no obliga a ninguno a asumir vínculos sociales facultativos; pero ella tiende por naturaleza a difundir entre todos cuantos la componen una atmósfera de solidaridad y de simpatía, a armonizar ánimos y voces en una misma plegaria, a hacer hermanos, a hacer de cada familia un nido de amor, de fidelidad, de piedad; a hacer un pueblo el pueblo de Dios, al que la misma fe, la misma esperanza, la misma caridad permitan gustar anticipadamente del gozo de la unidad escatológica, es decir, de aquel gozo pleno y perfecto de la comunión final de los Santos.


Un catolicismo vivo y renovado

Por lo demás, este fenómeno, llamémoslo así, no es de suyo tan hostil como algunos podrían creer: ¿no se polarizan hoy con toda facilidad grupos juveniles espontáneos en torno a una fórmula cultural o espiritual? Y si la fórmula llega a integrarse con una finalidad de caridad social, ¿no se tiene ya el cemento para una fusión comunitaria más estable y más interior? O lo que es lo mismo, si un acto de culto que exija un ejercicio ascético de fidelidad y una cierta intensidad de reconocimiento y de oración, reúne aquí algunas personas francas y fervorosas, ¿no encontrará enseguida seguidores que forman cenáculo? Nos han llegado noticias de que esta vuestra parroquia se distingue por un culto especial a la Eucaristía y a la Virgen: ¿Qué cosa mejor se podría desear para que vuestra parroquia se desarrolle en riqueza de vida comunitaria y de fervor religioso?"  (PABLO VI, Homilía en la inauguración de la nueva parroquia de San Gregorio Barbarigo, 9-octubre-1971).

1 comentario:

  1. La parroquia, además de la familia, es el centro neurálgico de nuestra fe en Cristo con todas las consecuencias que ella conlleva.

    Vio a Santiago y a Juan, hijos del Zebedeo, y los llamó (De la antífona de la salmodia de Laudes)

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