jueves, 20 de julio de 2017

La paciencia (Tertuliano - VII)

La paciencia nos humaniza, nos hace saber esperar, resistir, crecer.

Con ella alcanzamos bienes, sin ella podemos echar a perder todos los bienes.


"Capítulo 7: La paciencia y los bienes temporales
Hemos ya tratado sobre las causas de la impaciencia, ahora veremos otras obligaciones según se vayan presentando. Si el ánimo se halla perturbado a causa de la pérdida de los bienes familiares, casi no hay enseñanza del Señor que no inculque el desprecio de las cosas mundanas. Nada inspira tanto menosprecio del dinero como pensar que al Señor no se le encuentra jamás entre ninguna clase de riquezas. Siempre ensalza a los pobres; y a los ricos los amenaza con la condenación.

Si ordena el desprecio de la opulencia, la adelanta en la paciencia la resignación, para que no se haga cuenta de unas riquezas que se tienen que perder. En consecuencia, lejos de nosotros apetecer algo que el Señor tampoco quiso, sino que hemos de soportar sin pena su disminución y aun su pérdida. El Espíritu del Señor, por medio del Apóstol, declaró: "La codicia es la raíz de todos los males" (2Tm 6,10). Y esto lo interpretamos diciendo que no está la codicia tan sólo en el afán de lo ajeno, sino también en lo que parece ser nuestro; pues esto mismo es ajeno. Nada en verdad es nuestro, ni siquiera nosotros, por cuanto todo es de Dios. De consiguiente, ni resentidos por el daño sufrido, lo llevamos con impaciencia doliéndonos de la pérdida de algo que no era nuestro, entonces estamos cerca de ser víctimas de la codicia. Codiciamos lo ajeno cuando con amargura sufrimos la pérdida de lo que no era nuestro.

El que se impacienta por las pérdidas, antepone lo terreno a lo celestial y muy de cerca peca contra Dios, pues ultraja al Espíritu que de El hemos recibido, posponiéndolo a las cosas terrenales. Perdamos, por tanto, con gusto lo que es terreno y defendamos lo celestial. Es preferible perder todo lo de este mundo, si con ello nos enriquecemos de paciencia.

El que no se halla dispuesto a soportar el menoscabo proveniente del robo o de la violencia, o quizás del propio descuido, ignoro con qué facilidad y buena gana pueda extender su mano para dar limosna. Porque, ¿acaso se herirá a sí mismo, quien de ninguna manera tolera ser herido por otro? El perder con paciencia enseña a dar con liberalidad. No lamenta ser generoso quien no teme la privación; porque de otra manera, "¿cómo el que tiene dos túnicas dará una al que no tiene? ¿cómo al que roba la túnica ofrecemos la capa?" (Mt 5, 40). Y "¿cómo nos fabricaremos amigos con las riquezas" (Lc 16, 9) si tanto las amamos que no soportamos perderlas?

Nos perderemos con lo perdido. Porque, ¿encontraremos algo en este mundo que no debamos perder? Es propio de los paganos mostrar impaciencia por cualquier pérdida, porque ellos estiman al dinero más que a sus almas. Esto se deduce por cuanto se los ve que, dominados por la avaricia de las ganancias, soportan los grandes peligros del mar; o cuando por avidez de dinero defienden en los tribunales causas que ni siquiera dudan que están perdidas; o se contratan para los juegos y se enganchan en el ejército como mercenarios; y cuando, finalmente, asaltan en los caminos como si fueran bestias. Empero, a nosotros, que tanto nos diferenciamos de ellos, nos conviene dejar no el alma por el dinero, sino el dinero por el alma; o sea, ser generosos en dar y pacientes en perder".

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