martes, 18 de julio de 2017

Espiritualidad de la adoración (XXIII)

La postura propia de la adoración eucarística es estar de rodillas. La genuflexión, doblando la rodilla derecha hasta el suelo, con reverencia, es el saludo al Señor. Luego la oración personal, todo el tiempo que se pueda, estando de rodillas, en adoración, reconociendo la grandeza de Cristo y la propia pequeñez ante Él.


En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor (CAT 1378).

La manera de orar durante la adoración eucarística, de rodillas, es sumamente expresiva y ayuda a centrarse únicamente en Cristo-Eucaristía.

Quien primero se ha arrodillado ante el hombre para salvarlo ha sido Jesús mismo lavando los pies a sus discípulos. Se ha inclinado, con amor, para recogernos cuando estábamos perdidos como ovejas o heridos y tirados al borde del camino, haciéndose Buen Samaritano. Se ha inclinado, humillándose a sí mismo, tomando la condición de esclavo.

La respuesta del amor adorante ante tanto Amor es orar de rodillas ante el Sagrario o ante el Señor expuesto en la custodia, recordando los sentimientos del Corazón del Redentor, inclinado ante la miseria humana, compasivo y misericordioso.

"Aquí encontramos el tercer elemento constitutivo del Corpus Christiarrodillarse en adoración ante el Señor. Adorar al Dios de Jesucristo, que se hizo pan partido por amor, es el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y hoy. Arrodillarse ante la Eucaristía es una profesión de libertad:  quien se inclina ante Jesús no puede y no debe postrarse ante ningún poder terreno, por más fuerte que sea. 

Los cristianos sólo nos arrodillamos ante Dios, ante el Santísimo Sacramento, porque sabemos y creemos que en él está presente el único Dios verdadero, que ha creado el mundo y lo ha amado hasta el punto de entregar a su Hijo único (cf. Jn 3, 16). 

Nos postramos ante Dios que primero se ha inclinado hacia el hombre, como buen Samaritano, para socorrerlo y devolverle la vida, y se ha arrodillado ante nosotros para lavar nuestros pies sucios. Adorar el Cuerpo de Cristo quiere decir creer que allí, en ese pedazo de pan, se encuentra realmente Cristo, el cual da verdaderamente sentido a la vida, al inmenso universo y a la criatura más pequeña, a toda la historia humana y a la existencia más breve. 

La adoración es oración que prolonga la celebración y la comunión eucarística; en ella el alma sigue alimentándose:  se alimenta de amor, de verdad, de paz; se alimenta de esperanza, pues Aquel ante el cual nos postramos no nos juzga, no nos aplasta, sino que nos libera y nos transforma" (Benedicto XVI, Hom. en la solemnidad del Corpus Christi, 22-junio-2008).

La adoración eucarística encierra tantas dimensiones espirituales, pastorales, evangelizadoras, que merece ser extendida en todas las parroquias, asociaciones y comunidades, superando el eclipse y supresión que padeció años atrás.

Hoy, caminar con la Iglesia, es ofrecer a todos la posibilidad frecuente, semanal al menos, de poder adorar al Señor en la Eucaristía, reconocer su Presencia real y dejar a Cristo que actúe en las almas.

"¡Cuánta necesidad tiene la humanidad actual de redescubrir en el Sacramento eucarístico la fuente de su esperanza! Doy gracias al Señor porque muchas parroquias, además de la fervorosa celebración de la santa misa, están impulsando a los fieles a la adoración eucarística y deseo que, también con vistas al próximo Congreso eucarístico internacional, esta práctica se difunda cada vez más" (Benedicto XVI, Disc. al Comité pontificio para los Congresos eucarísticos, 9-noviembre-2006). 

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