martes, 21 de marzo de 2017

Perdón, Señor, cada día (V)

Cada día hemos de pedir perdón porque cada día caemos, tropezamos, pecamos. ¡Así de débiles somos! La concupiscencia nos ha dejado maltrechos y sentimos inclinaciones de pronto que no sabemos ni podemos dominar si no es por la gracia en nosotros.


Caemos, somos pecadores. Sobre nosotros también cae el pecado de nuestros hermanos que nos dañan, nos maltratan. Si arrepentidos vuelven a nosotros y piden perdón, habremos de perdonarlos siempre, el enorme número perfecto de setenta veces siete.

El perdón de Dios a nuestros propios pecados está condicionado al perdón que, sinceramente, otorguemos a quienes nos han ofendido y lo piden a nosotros.

Así nos lo enseñó el Señor en el Evangelio y así lo consignó en su Oración.


"n. 6. Decimos a continuación: Perdónanos nuestras deudas; digámoslo, porque decimos la verdad. ¿Quién hay que viviendo en la carne no tenga deudas? ¿Quién es el hombre que vive de tal manera que no le sea necesaria esta petición? Podrá hincharse, pero no hacerse.

Le viene bien imitar al publicano y no engreírse como el fariseo, quien subió al templo a jactarse de sus méritos, ocultando sus heridas. El otro, en cambio, que decía: Señor, muéstrate propicio a mí, pecador, sabía a qué había subido.

El Señor Jesús -reflexionad, hermanos míos-, el Señor Jesús fue quien enseñó esta petición a sus discípulos, a aquellos hombres grandes, sus primeros apóstoles, nuestros carneros. Si hasta los carneros oran para que se les perdonen sus pecados, ¿qué de han de hacer los corderos, de los que se dijo: Presentad al Señor los hijos de los carneros

Sabéis vosotros que esto está contenido en el Símbolo, que habéis recitado de memoria, pues entre otras cosas mencionasteis el perdón de los pecados. Remisión de los pecados hay dos: una que se nos concede una sola vez; otra que se nos da cada día. La primera es la que se nos da en el santo bautismo una única vez; la segunda, la que se nos da, mientras vivimos aquí, en la oración dominical. Por ello decimos: Perdónanos nuestras deudas.

n. 7. Dios estableció, además, con nosotros un pacto, un convenio y una escritura en firme, consistente en que digamos: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Si esto último no se dice o se dice fingidamente, en vano se dice lo primero. Es sobre todo a vosotros, que vais a acercaros al santo bautismo, a quienes decimos: Perdonadlo todo de corazón.

También vosotros, los ya bautizados, que con esta ocasión escucháis esta oración y nuestra exposición, perdonad cuanto tengáis contra quien sea de corazón; perdonad allí donde Dios ve. A veces el hombre perdona de palabra, pero se reserva el corazón; perdona de palabra por respetos humanos y se reserva el corazón, porque no teme la mirada de Dios. Perdonad completamente todo; cualquier cosa que hayáis retenido hasta hoy, perdonadla al menos estos días. Ni un solo día debió ponerse el sol sobre vuestra ira, y han pasado ya muchos. Pase de una vez vuestra ira, pues celebramos ahora los días del gran Sol, aquel del que dice la Escritura: Amanecerá para vosotros el sol de justicia y en sus alas vendrá la salvación. ¿Qué significa en sus alas? Bajo su protección. Por esto dice el salmo: Protégeme a la sombra de tus alas


Los otros, en cambio, que tardíamente se han de arrepentir en el día del juicio e infructuosamente se dolerán, de los cuales habla el libro de la Sabiduría, ¿qué dirán entonces, pagando ya por sus culpas y gimiendo en su espíritu angustiado? ¿Qué nos aprovechó la soberbia? ¿Qué bien nos reportó el jactarnos de nuestras riquezas? Todo pasó como una sombra. Entre otras cosas dirán también: Luego nos extraviamos del camino de la verdad, el sol de la justicia no lució para nosotros, ni amaneció para nosotros el sol.

Aquel Sol amanece para los justos; en cambio, a este sol visible, Dios le hace salir cada día para buenos y malos. Es a los justos a quienes pertenece ver aquel Sol; por el momento habita en nuestros corazones a través de la fe. Si, pues, llegas a airarte, que no se ponga este Sol en tu corazón por tu ira: No se ponga el sobre vuestra ira. Evita que, al airarte, se ponga para ti el Sol de la justicia y quedes en tinieblas.

n. 8. No penséis que la ira es cosa sin importancia.

Mi ojo se ha turbado a causa de la ira, dice el profeta. Ciertamente, si a uno se le turba el ojo, no puede ver el sol. Y si intentare verlo, le producirá dolor en lugar de placer. ¿Qué es la ira? El deseo de venganza. ¡Desea vengarse el hombre, cuando aún no se ha vengado Cristo, ni se han vengado los santos mártires! Si la paciencia de Dios espera todavía que se conviertan los enemigos de Cristo y de los mártires, ¿quiénes somos nosotros para buscar venganza? Si Dios quisiese vengarse de nosotros, ¿dónde estaríamos?

El que nunca os ofendió no quiere tomar venganza de nosotros, y ¿queremos tomarla nosotros, que casi cada día ofendemos a Dios? Perdonad, pues; perdonad de corazón. Si te has airado, evita el pecar. Airaos y no pequéis. Airaos como hombres cuando sois vencidos; no pequéis reteniendo en vuestro corazón la ira -cosa que, si la hacéis, contra vosotros la hacéis-, no sea que no entréis en aquella luz. Perdonad, pues.

¿Qué es la ira? El afán de venganza. ¿Qué es el odio? La ira inveterada. La ira, si se ha hecho inveterada, se llama ya odio. Así parece confesarlo aquel que después de haber dicho: Mi ojo está turbado por la ira, añadió: He envejecido en medio de todos mis enemigos. Lo que al principio era solamente ira, se convirtió en odio, porque se hizo vieja. La ira es la paja, el odio la viga. A veces reprendemos al que se aíra, manteniendo nosotros el odio en el corazón. Nos dice entonces Cristo: Ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo. ¿Cómo la paja, creciendo, llegó a hacerse una viga? Porque no fue sacada al momento. Tantas veces toleraste que saliera y se pusiera el sol sobre tu ira, que la hiciste vieja. Acumulando falsas sospechas, regaste la paja; regándola la nutriste, nutriéndola la hiciste una viga. Al menos, tiembla cuando se te dice: El que odia a su hermano es un homicida. No extrajiste la espada, no heriste la carne, no despedazaste cuerpo alguno a golpes; en tu corazón existe solamente el pensamiento del odio y eres considerado ya como homicida. Ante los ojos de Dios eres reo. Aunque vive, tú le diste muerte. Por lo que a ti respecta, diste muerte a quien odiaste.

Enmiéndate, corrígete. Si en vuestras casas hubiese escorpiones o áspides, ¿cuánto no os esforzaríais para limpiarlas y poder habitarlas tranquilos? Os airáis; las cóleras se hacen inveteradas en vuestros corazones, surgen tantos otros odios, tantas otras vigas, tantos otros escorpiones y serpientes, ¿y no queréis limpiar vuestro corazón, casa de Dios? Haced, pues, lo que está dicho: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y pedid con seguridad: Perdónanos nuestras deudas, porque en esta tierra no podréis vivir sin deudas. Sin embargo, una cosa son aquellos grandes pecados que es un bien para vosotros el que os sean perdonados en el bautismo, de los cuales debéis estar alejados siempre.

Otra cosa son los pecados de cada día, sin los cuales es imposible que viva aquí el hombre, y a causa de los cuales es necesaria la oración cotidiana con su pacto y convenio. Del mismo modo que se dice con alegría: Perdónanos nuestras deudas, dígase también con sinceridad: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. En fin, cuanto he dicho se refiere a los pecados pasados; ¿qué queda aún?"

(S. Agustín, Serm. 58, 6-8).

2 comentarios:

  1. Rvdmo Padre: Ruego elimine de su lista de blogs:
    "Señor, ¡qué cosas!"
    Hace 2 años abandonado ha sido usurpado en plan OKUPA por rumanos... ¡cómo la vida misma!. Abrazo fraterno.

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  2. Todo cuanto nos rodea demuestra la presencia de Dios,pero nada testimonia mejor su infinita misericordia que el misterio de la pasión de Cristo, de donde brotó la fuente perenne de la gracia que purifica los pecados del hombre, y eso es lo que pedimos cuando decimos Perdónanos nuestras ofensas.

    Así se expió el crimen de Jacob, tal y como dice Isaías, y este será todo su fruto: el perdón de su pecado (Is 27,9). Y David llama bienaventurados a quienes logren obtener este perdón: ¡Bienaventurado aquel a quien le ha sido perdonado su pecado, a quien te ha. sido remitida su iniquidad! (Ps 31,1).

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