Leamos lo siguiente como si fuera la primera vez que lo vemos: la Cuaresma es el camino hacia la Pascua. Hay que repetirlo muchas veces hasta que penetre, no sólo en la inteligencia, sino en la sensibilidad y el afecto. La Cuaresma es el camino hacia la Pascua y ningún camino se puede constituir como meta en sí mismo, dejando al caminante encerrado en el camino, sino conduciéndolo a la meta, al hogar, al destino. En este caso, la Cuaresma es un camino que nos conduce a la Pascua.
El piadoso desarrollo de la Cuaresma con sus ejercicios piadosos y devociones ha llevado, en muchos casos y en muchos lugares, a considerarla en sí misma, desvinculándola de la Pascua, y viviendo ésta de manera débil, a veces incluso sin participar en las celebraciones del Triduo pascual, ni en la vigilia pascual, y no sabiendo muy bien cómo vivir ni qué hacer durante los cincuenta días pascuales.
La Cuaresma era un tiempo precioso y especial que miraba y se encaminaba a la Pascua. Nace la Cuaresma para los catecúmenos que después del largo catecumenado de uno o más años, recibían la elección y una preparación intensiva para los sacramentos de la Iniciación cristiana en la santísima vigilia pascual; nació también para los penitentes, aquellos que confesaban sus pecados en privado al Obispo (apostasía, homicidio, adulterio...) y se incorporaban al Ordo de penitentes, con ayunos, salmos y penitencias, hasta ser reconciliados y absueltos de sus pecados en la mañana del Jueves santo (costumbre romana) o en el Oficio litúrgico del Viernes santo (costumbre del rito hispano-mozárabe). Por último, y por extensión lógica, la Cuaresma incluyó a todo el pueblo cristiano que se convertía también en penitente: recibía la ceniza en la cabeza, oraba, se mortificaba, y vivía en ayuno estricto.
Los textos patrísticos muestran el sentido de la Cuaresma enfocado hacia la Pascua y nos permiten a nosotros resituar estos tiempos litúrgicos para nuestra vivencia interior y comunitaria; en el caso de san Atanasio hay que saber que la Cuaresma aún se estaba gestando y toda la preparación se reducía especiamente a nuestra actual Semana Santa:
"Cuando Israel era encaminado hacia Jerusalén, primero se purificó y fue instruido en el desierto para que olvidara las costumbres de Egipto. Del mismo modo es conveniente que durante la santa Cuaresma que hemos emprendido procuremos purificarnos y limpiarnos, de forma que, perfeccionados por esta experiencia y recordando el ayuno, podamos subir al cenáculo con el Señor para cenar con él y participar en el gozo del cielo. De lo contrario, si no observamos la Cuaresma, no nos será lícito ni subir a Jerusalén ni comer la Pascua" (San Atanasio, Carta Festal 6,13).
Del mismo san Atanasio, otro texto señalando los ayunos de la Semana Santa hasta poder romper el ayuno y hacer fiesta en la Vigilia pascual (y no antes):
"Comenzamos el santo ayuno el día 5 de Pharmuti (el lunes de la Semana Santa, día 31 de marzo) y lo proseguiremos, sin solución de continuidad, durante esos días santos y magníficos que son el símbolo de la creación del mundo. Pondremos fin al ayuno el día 10 del mismo Pharmuti, el sábado de la Semana Santa, cuando despunte para nosotros el domingo santo, el día 11 del mismo mes" (San Atanasio, Carta Festal 1,10).
El ayuno se hace más intenso y crece a medida que se acerca la Pascua. Recordemos, como ya sabemos de otras ocasiones, que el Viernes Santo y el Sábado Santo era día de total ayuno hasta poder comulgar la Eucaristía en la Vigilia pascual, y era la Comunión eucarística la que rompía el ayuno y daba inicio a la fiesta.
La disciplina del ayuno crecía ayudando a desear más la Pascua del Señor.
"Si la clemencia divina nos lo concede, mereceremos celebrar con los ángeles la Pascua del Señor. Comenzaremos la Cuaresma el día ocho del mes egipcio de Famenothi; con su ayuda ayunaremos con mayor rigor durante la semana mayor, esto es, de la Pascua venerable, que comenzaremos el día trece del mes de Pharmuthi, de forma que pueda ponerse fin al ayuno, según la tradición evangélica, entrada ya la noche, el día dieciocho del mencionado mes de Pharmuti" (Teófilo de Alejandría, Carta Festal 20, año 401).
Así, una buena Cuaresma, bien vivida, será prodiga en ayunos, no solamente en la abstinencia de carne, sino en ayunos prolongados, vigilias y oraciones. La Pascua, después de tantos ayunos, se vivirá de forma distinta, se captará su novedad y su carácter de fiesta, gozando del cielo y festejando la victoria de Jesucristo resucitado.
El Miércoles de Ceniza se nos dice: "Convertíos y creed en el Evangelio". La Cuaresma es pues, un tiempo de conversión.
ResponderEliminarConvertirse significa "volver", "cambiar", "corregir el camino". Cuaresma es cambiar de vida, cambiar el corazón.
Cuando el hombre de hoy comprende lo serio que es cambiar de vida y poner en cuarentena el corazón, se da cuenta que necesita la Cuaresma.
Bondadoso San José, Esposo de María, protegednos; defended a la Iglesia y al Sumo Pontífice y amparad a mis parientes, amigos y bienhechores (Jaculatoria)