miércoles, 15 de marzo de 2017

La variedad de la Iglesia (Palabras sobre la santidad - XXXVI)

La Iglesia es realmente hermosísima: un Cuerpo que tiene a Cristo por Cabeza y diversidad de miembros, útiles y necesarios; un Templo grandioso de la Presencia de Dios con ladrillos distintos, amasados por el Espíritu Santo; un jardín, con variedad de flores y frutos.


En ella aparecen vocaciones y carismas, ministerios y funciones distintas y todas necesarias y complementarias; en ella brotan estilos espirituales distintos, caminos de vida cristiana, modos de oración, que ofrecen una variedad hermosísima y contribuyen a la belleza real y concreta de la Iglesia.

Predicaba san Agustín:
"Tenedlo presente, hermanos: en el huerto del Señor no sólo hay las rosas de los mártires, sino también los linos de las vírgenes y las yedras de los casados, así como las violetas de las viudas. Ningún hombre, cualquiera que sea su género de vida, ha de desesperar de su vocación: Cristo ha sufrido por todos" (Serm. 304,3).



En este jardín, de abundantes y variados frutos, la santidad, los santos concretos, difieren unos de otros, aportando colores diferentes, que unidos, dan belleza al jardín de la Iglesia.

"Cristo sigue estando presente en el mundo y sigue revelándose a través de aquellos que, como san Justino De Jacobis, se dejan animar por su Espíritu. Nos lo recuerda el concilio Vaticano ii que, entre otras cosas, afirma: «Dios manifiesta de forma vigorosa a los hombres su presencia y su rostro en la vida de aquellos que, compartiendo nuestra misma humanidad, sin embargo se transforman más perfectamente a imagen de Cristo (cf. 2 Co 3, 18). En ellos, él mismo nos habla y nos da un signo de su reino» (Lumen gentium, 50). 

Cristo, el eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, que con la especial vocación al ministerio sacerdotal ha «conquistado» nuestra vida, no suprime las cualidades características de la persona; al contrario, las eleva, las ennoblece y, haciéndolas suyas, las llama a servir su misterio y su obra. Asimismo, Dios nos necesita a cada uno de nosotros «para revelar en los tiempos venideros la inmensa riqueza de su gracia mediante su bondad para con nosotros en Cristo Jesús» (Ef 2, 7). A pesar del carácter propio de la vocación de cada uno, no estamos separados entre nosotros; al contrario, somos solidarios, en comunión dentro de un único organismo espiritual. Estamos llamados a formar el Cristo total, una unidad recapitulada en el Señor, vivificada por su Espíritu para convertirnos en su «pléroma» y enriquecer el cántico de alabanza que él eleva al Padre. Cristo es inseparable de la Iglesia, que es su Cuerpo. En la Iglesia Cristo une más estrechamente a sí a los bautizados y, alimentándolos en la mesa eucarística, los hace partícipes de su vida gloriosa (cf. Lumen gentium, 48). La santidad se sitúa, por tanto, en el corazón del misterio eclesial y es la vocación a la que estamos llamados todos. Los santos no son un adorno que reviste a la Iglesia por fuera, sino que son como las flores de un árbol que revelan la inagotable vitalidad de la savia que lo irriga. Es hermoso contemplar así a la Iglesia, de modo ascensional hacia la plenitud del Vir perfectus; en continua, fatigosa, progresiva maduración; dinámicamente impulsada hacia el pleno cumplimiento en Cristo" (Benedicto XVI, Disc. al Pontificio Colegio Etíope, 29-enero-2011).

Cada santo es una flor nueva, un árbol distinto, en el campo de Dios que es la Iglesia.

Esa variedad de flores y frutos ensancha el alma y permite descubrir la unidad en la diversidad como nota propia de la Iglesia.

Cada santo es distinto de los demás. La santidad es muy personal. En esta variedad de la Iglesia, cada cual debe encontrar su puesto, su vocación, su peculiar estilo. No todos pueden vivir la santidad como la vivió san Bruno en la Cartuja, ni la caridad extrema de la beata Teresa de Calculta, ni el martirio de san Lorenzo, ni el modo específico de santidad del Santo Cura de Ars. 

Dios nos llama a la santidad a todos, pero cada cual en su camino, de manera distinta y a la vez complementaria, pues todos nos necesitamos en este Cuerpo de Cristo, en este Jardín de Dios que es la Iglesia.

1 comentario:

  1. Internet se ha convertido en un nuevo altar para aquellos que llevaron una vida de virtud y ejemplo y que a su muerte rubricaron su santidad con milagros. Navegando, podrás conocer el Santoral y las virtudes de los santos.

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