Si se participa bien en la liturgia, esto es, consciente, activa, fructuosamente, interiormente, los fieles todos vivirán santamente el culto a Dios de su vida diaria, que se convierte en sacrificio santo al Señor. La vida queda afectada -es decir, marcada, sellada- cuando la participación en la liturgia posee hondura interior.
Así, hemos visto que la vida:
a) queda modelada por la liturgia
b) unión profunda con Cristo
c) Somos presencia de Cristo
d) "Pneumatóforos" con una vida teologal.
Continuamos viendo los efectos y la transformación que produce en la vida, y en este caso:
e) Hacer la voluntad del Padre
La
vida cristiana tiene como alimento, igual que Jesucristo, hacer la voluntad del
Padre (cf. Jn 4, 34). Es su voluntad nuestro alimento ya que como hijos,
movidos por la piedad filial, es vivir la voluntad del Padre. “Nuestra paz,
Señor, es cumplir tu voluntad”, rezamos en unas preces de Laudes[1].
La
vida en lo cotidiano y monótono, en la prosa de lo diario, tal vez monótona, es
un servicio divino, un servicio santo, que se ofrece a Dios y se vive en Dios
realizando su voluntad humildemente: “que la participación en los divinos
misterios sirva, Señor, de protección a tu pueblo, para que entregado a tu
servicio obtenga, en plenitud, la salvación de alma y cuerpo”[3].
Y
pues rezamos tres veces al día la oración dominical[4],
rogando que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo, suplicamos que,
por la fuerza de los santos misterios, nuestra vida se encamina según la
voluntad del Padre: “que concedas a quienes alimentas con tus sacramentos la
gracia de poder servirte llevando una vida según tu voluntad”[5].
La
liturgia, por la acción misteriosa y eficaz de Dios en nosotros, nos eleva y
transforma y así vivimos en una relación constante de obediencia filial,
haciendo de nuestra existencia una oblación agradable a Dios, buscando ser
gratos a Dios en el cumplimiento de su voluntad: “condúcenos a perfección tan
alta y mantennos en ella de tal forma que en todo sepamos agradarte”[6].
En
la vida cristiana, entonces, nos regimos por la voluntad de Dios, a la que
amamos y que buscamos: “concede, Señor, a los que has alimentado con el
sacramento de la unidad, la aceptación perfecta de tu voluntad en todas las
cosas”[7],
sintiendo internamente y enteramente reconociendo la voluntad de Dios:
“purifica nuestros corazones de todo mal deseo, y haz que estemos siempre
atentos a tu voluntad”[8], y
obrando según su voluntad: “míranos benigno, Señor, ahora que vamos a comenzar
nuestra labor cotidiana; haz que, obrando conforme a tu voluntad, cooperemos en
tu obra”[9].
El
discernimiento será constante y necesario para sentir internamente la voluntad
de Dios y distinguirla de las voces del mundo o de las voces de nuestra propia
concupiscencia. Para ello se requiere una disposición habitual y una percepción
sobrenatural de la voluntad de Dios: “haz que nuestros ojos estén siempre
levantados hacia ti, para que respondamos con presteza a tus llamadas”[10].
[1] Laudes viernes II del
Salterio.
[2] OF, Por la Iglesia, D.
[3] OP, 21 diciembre.
[4] En Laudes, en Vísperas y
en la Misa cotidiana.
[5] OP, I Dom. T. Ord.
[6] OP, XXI Dom. T. Ord.
[7] OP, S. Martín de Tours, 11
de noviembre.
[8] Preces Laudes, Jueves III
del Salterio.
[9] Preces Laudes, Lunes III
del Salterio.
[10] Preces Laudes, Sábado IV
del Salterio.
Me quedo con: "haz que nuestros ojos estén siempre levantados hacia ti, para que respondamos con presteza a tus llamadas”.
ResponderEliminarSi no vivimos interiormente la Liturgia, nos será muy difícil dejar actuar en nosotros a esa acción misteriosa y eficaz de Dios a la que se refiere la entrada. Benedicto XVI nos dijo que: "la liturgia sagrada es “participación en la oración de Cristo, dirigida al Padre en el Espíritu Santo", tal y como dice el Catecismo.
Concédenos vivir más profundamente el misterio de Cristo,
para que podamos dar testimonio de él con más fuerza y claridad (de las Preces de Laudes).