Para forjar la conciencia es necesario conocer las virtudes, desearlas, y empezar a crear hábitos interiores que permitan que tal o cual virtud arraiguen como forma habitual de comportamiento.
La paciencia es una virtud auxiliar, podríamos decir, de la esperanza. Nos ayuda y sostiene ante la esperanza que Dios nos prometió y nos hace desear.
Comenzamos una larga serie, de 16 partes, leyendo el tratado de Tertuliano sobre "la paciencia", un autor africano (160-220). De camino, nos adentramos en una obra patrística para familiarizarnos cada día más con los Padres de la Iglesia y los escritores eclesiásticos.
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Capítulo 1: Importancia de la paciencia
Confieso a Dios, mi Señor, que temo no poco por mí y quizás sea desvergüenza el que yo me atreva a escribir acerca de la paciencia. De ninguna manera soy capaz, como hombre carente de todo bien. Porque cuando es necesario demostrar e inculcar alguna cosa, entonces se buscan personas competentes que con anterioridad la hayan tratado y con decisión dirigido para poderla recomendar con aquella autoridad que procede de la propia conducta; sin que sus enseñanzas tengan que avergonzarse por falta de los propios ejemplos.
¡Ojalá que esta vergüenza trajese el remedio: de modo que la misma vergüenza de carecer de la que enseñamos a los otros, se convirtiera en maestra de lo que decimos! Con todo, hay algún tipo de bienes y también de males, de tan imponderable magnitud como la gracia de una inspiración divina. Porque lo que es sumo bien se halla al arbitrio de Dios, el cual por ser el único en poseerlo es también el único en dispensarlo, y esto a quien Él señala para conseguirlos a tolerarlos es indispensable dignarse hacerlo Por esta misma razón es de verdadero consuelo discurrir sobre aquello, de lo cual no podemos gozar; como los enfermos que faltándoles la salud, no terminan jamás de hablar de ella. Así yo -¡Oh miserable de mí! siempre consumido por la fiebre de mi impaciencia- para obtener esta virtud necesito suspirar y pedir y hablar de ella. Veo mi enfermedad y tengo presente que sin el socorro de la paciencia no se logra fácilmente la firmeza de la fe ni la buena salud de la doctrina cristiana. De tal modo Dios la antepuso, que sin ella nadie puede cumplir ningún precepto ni realizar ninguna obra grata al Señor.
Los mismos que viven como ciegos honran su excelencia proclamándola: virtud suma. Y aquellos filósofos paganos, que se atribuyen una animalesca sabiduría1, tanto la estiman que a pesar de hallarse, por muchos caprichos y envidias, divididos en sectas y opiniones, sin embargo tan sólo concuerdan con respecto a la paciencia, para cuyo estudio únicamente se ponen en paz. En ella están de acuerdo; en ella se unen, y de modo unánime se empeñan en fingir que la poseen. Buscan ser estimados por sabios, simulando ser pacientes. ¡Grande alabanza de ella es, el que se hagan merecedoras de honra y glorias sabios tan vanos! O quizás, ¿no será afrentoso que cosa tan divina se la revuelva con tales falacias? Véanlo ellos. Quizás dentro de poco tendrán que avergonzarse de que su sabihondez sea destruida con este mundo".
Repito a Tertuliano: "¡Oh miserable de mí! siempre consumido por la fiebre de mi impaciencia- para obtener esta virtud necesito suspirar y pedir y hablar de ella."
ResponderEliminarAprended de mí que soy manso (paciente) y humilde de corazón ((Mt. 11,29).