domingo, 12 de marzo de 2017

Espiritualidad de la adoración (XVIII)

La fe nace de un encuentro personalísimo y único con Cristo. No es fruto de la razón ni de la voluntad; no viene la fe por un esfuerzo de la razón o por un compromiso ético, como si todo dependiera de nosotros. La fe es un don de Dios, preciosísimo, que surge en nosotros cuando Cristo entra en nuestra vida, nos llama mirándonos a los ojos, nos pregunta: '¿qué buscas?' y al manifestar nuestro deseo, nos acoge íntimamente y nos invita a realizar una experiencia única, la de estar con Él: 'venid y veréis'.


La fe es algo más que un conjunto de verdades reveladas, perfectas; a este contenido objetivo de la fe corresponde también algo subjetivo, la vida entera que se fía del Señor y se pone en marcha, siguiendo al Señor. La confianza en Jesucristo determina la fe verdadera. La fe se hace confianza personal en Cristo, a quien se le entrega la vida, y seguimiento tras sus huellas.

"La fe no es fruto del esfuerzo humano, de su razón, sino que es un don de Dios: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Tiene su origen en la iniciativa de Dios, que nos desvela su intimidad y nos invita a participar de su misma vida divina. La fe no proporciona solo alguna información sobre la identidad de Cristo, sino que supone una relación personal con Él, la adhesión de toda la persona, con su inteligencia, voluntad y sentimientos, a la manifestación que Dios hace de sí mismo. Así, la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», en el fondo está impulsando a los discípulos a tomar una decisión personal en relación a Él. Fe y seguimiento de Cristo están estrechamente relacionados" (Benedicto XVI, Hom. en la Misa de la JMJ, Madrid, 21-agosto-2011).

Como la fe es una relación personal con Jesucristo que ha salido al encuentro, siempre deberá crecer, avanzar, robustecerse. Ahora bien, ¿cómo crece la confianza con una persona? ¿Cómo avanza la amistad? Únicamente mediante el trato, el tiempo en que se dedica a compartir el corazón y la intimidad, el diálogo y la conversación, donde uno conoce al otro y ve que merece su confianza y su adhesión.

La fe avanza si hay un trato personal con el Señor, una conversación frecuente, un espacio íntimo de amistad. Y esto, en lenguaje cristiano, se llama oración. 

"Y, puesto que supone seguir al Maestro, la fe tiene que consolidarse y crecer, hacerse más profunda y madura, a medida que se intensifica y fortalece la relación con Jesús, la intimidad con Él" (ibíd.).

 La adoración eucarística robustece y alimenta la fe al permitirnos tratar con Cristo cara a cara y ver su Cuerpo sacramental expuesto en la custodia. La adoración eucarística es un coloquio con Cristo, un personalísimo encuentro con Jesús para crecer en la intimidad con Él. Entonces la fe se robustece, aprendiendo a confiar más en el Señor que en los propios recursos y capacidades; se crece en la confianza al poder tratarla cara a cara como un amigo habla con su amigo y dejarle a Él, sobre todo a Él, que hable, que desvela su interioridad y así le conozcamos mejor.

La adoración eucarística permite la hondura en la fe, el crecimiento en la confianza, el abandono libre en sus manos. Los apóstoles y los santos recorrieron un largo camino para llegar a una confianza absoluta con el Señor y en el Señor; a nosotros nos toca ahora recorrerlo, y la espiritualidad de la adoración es una ayuda inestimable.


1 comentario:

  1. Dejad que Él nos hable mientras repetimos pausadamente, sin prisa, su Santo Nombre. La mente se serena y crecemos en la intimidad con Cristo.

    ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? (de las antífonas de Laudes)

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