martes, 10 de enero de 2017

Para padres y padrinos: el bautismo

El bautismo de un hijo es algo importante, tan importante como que se le permite al niño recibir la Gracia y ser hijo de Dios, naciendo a la vida sobrenatural. No es un rito social, una costumbre, sino una decisión coherente y consciente movidos por la fe. 

Lo normal, lo habitual, es que la Iglesia doméstica, que es el hogar, evangelice a sus propios miembros y les permitan el acceso a los sacramentos y a la vida de la fe. Así la evangelización se realizó, de manera destacada, "por las casas"; el ámbito de educación de la fe era el hogar, donde desde pequeños, los niños recibían de sus padres una instrucción cristiana, la práctica litúrgica, la enseñanza en la oración, la educación en las virtudes cristianas. Un complemento, pero sólo un complemento, era la enseñanza en la escuela parroquial o la catequesis de infancia, pero lo central y nuclear había sido dado ya en la familia por sus padres: para eso por el bautismo los padres son "sacerdotes, profetas y reyes", y con la gracia del Sacramento del matrimonio, reciben la asistencia del Señor para vivir santamente el amor conyugal y transmitir la fe en la familia.

Esta cadena de transmisión se ha roto. La secularización ha sido un golpe de efecto y los padres (y padrinos) han abdicado de la educación en la fe a la que se habían comprometido en el sacramento del matrimonio públicamente, y lo han delegado todo en el colegio.

Sin embargo, ¡atención padres y padrinos!, vosotros sois los primeros e indispensables educadores de la fe de vuestros hijos, con una responsabilidad única ante Dios. Todo lo demás (cursillo prebautismal y para los hijos: enseñanza religiosa escolar y catequesis parroquial) es una ayuda para ampliar. Pero el núcleo lo entregan padres y padrinos en el Bautismo.

"Queridos padres, el Bautismo que vosotros hoy pedís para vuestros hijos, les inserta en este intercambio de amor recíproco que hay en Dios entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; por este gesto que voy a realizar, se derrama en ellos el amor de Dios, inundándoles de sus dones. A través del lavado del agua, vuestros hijos se insertan en la vida misma de Jesús, que murió en la cruz para liberarnos del pecado y resucitando venció la muerte. Por eso, inmersos espiritualmente en su muerte y resurrección, son liberados del pecado original y en ellos empieza la vida de la gracia, que es la vida misma de Jesús Resucitado. “Él -afirma San Pablo- se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celador de buenas obras” (Tt 2,14).


Queridos amigos, dándonos la fe, el Señor nos ha dado lo más precioso de la vida, es decir el motivo más verdadero y más bello por el que vivir: por gracia hemos creído en Dios, hemos conocido su amor, con el que quiere salvarnos y liberarnos del mal. La fe es el gran don con el que nos da también la vida eterna, la verdadera vida. Ahora vosotros, queridos padres, padrinos y madrinas, pedís a la Iglesia que acoja en su seno a estos niños, que les dé el Bautismo: y esta petición la hacéis en razón del don de la fe que vosotros mismos habéis, a vuestra vez, recibido. Con el profeta Isaías, todo cristiano puede repetir: “desde el seno materno me formó para siervo suyo” (cf. 49,5); así, queridos padres, vuestros hijos son un don precioso del Señor, quien se ha reservado para sí su corazón, para poderlo volver a colmar de su amor. A través del sacramento del Bautismo, hoy los consagra y los llama a seguir a Jesús, a través de la realización de su vocación personal según el particular designio de amor que el Padre tiene en mente para cada uno de ellos: meta de esta peregrinación terrena será la plena comunión con Él en la felicidad eterna. 

Recibiendo el Bautismo, estos niños obtienen en don un sello espiritual indeleble, el “carácter”, que marca interiormente para siempre su pertenencia al Señor y los hace miembros vivos de su cuerpo místico, que es la Iglesia. Al entrar a formar parte del Pueblo de Dios, para estos niños, empieza hoy un camino que deberá ser un camino de santidad y de conformarse a Jesús, una realidad que está puesta en ellos como la semilla de un árbol espléndido, que se debe hacer crecer. Por eso, comprendiendo la grandeza de este don, desde los primeros siglos se ha tenido la consideración de dar el Bautismo a los niños justo después de nacer. Ciertamente, será después necesaria una adhesión libre y consciente a esta vida de fe y de amor, y por eso es necesario que, después del Bautismo, sean educados en la fe, instruidos según la sabiduría de la Sagrada Escritura y las enseñanzas de la Iglesia, de manera que crezca en ellos esta semilla de la fe que hoy reciben y puedan llegar a la plena madurez cristiana. La Iglesia, que los acoge entre sus hijos, debe hacerse cargo, junto a los padres y a los padrinos, de acompañarlos en este camino de crecimiento. La colaboración entre comunidad cristiana y familia es más necesaria que nunca en el actual contexto social, en el que la institución familiar está amenazada por muchas partes y se encuentra que tiene que enfrentarse a no pocas dificultades en su misión de educar en la fe. La disminución de referencias culturales estables y la rápida transformación a la que está sometida continuamente la sociedad, hacen verdaderamente arduo el compromiso educativo. Por eso, es necesario que las parroquias se esfuercen cada vez más en apoyar a las familias, pequeñas Iglesias domésticas, en su tarea de transmisión de la fe (Benedicto XVI, Homilía 9-enero-2011).

Pensemos siempre que la base de la fe la proporcionan padres y padrinos y la vida cristiana en el hogar; no nos ilusionemos vanamente pensando que en las catequesis de primera comunión y con Misas de niños "participativas", casi festivales de infancia, estamos "evangelizando" porque vienen muchos niños y sus padres. ¿Cuántos perseveran después? ¿Realmente toda esa puesta en escena es evangelizadora y educativa? No seamos ingenuos.
El primer campo de trabajo siempre, siempre, serán los padres, serán las familias, serán las catequesis de adultos... porque de un matrimonio cristiano pueden salir hijos cristianos, pero de un niño en catequesis no se deduce sin más ni que esté evangelizado ni que la familia se vaya a evangelizar por ese medio.

1 comentario:

  1. Sí, la cadena de trasmisión familiar se ha roto. Ya no es la familia la que educa en la fe con las consecuencias nefastas que estamos contemplando. Agradezco de a Dios que me librara de este peligro y mis hijos sean y se comporten como católicos; me di cuenta muy pronto que la educación del colegio católico era muy deficiente y que nosotros teníamos que esforzarnos en educarlos en la fe.

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