El medio normal y más extendido, más al alcance de la mano, es la santificación en el trabajo, en las tareas profesionales, laborales o más sencillamente domésticas. Son muchas las horas que hay que dedicar, mucho el esfuerzo y grande la rutina. Posee, por tanto, un clarísimo componente ascético, que mortifica y hace crecer.
El trabajo está incluido en el plan creador de Dios, colaborando en su designio creador. Es un medio de transformación de lo creado al servicio del hombre, usado rectamente; además el trabajo desarrolla y perfecciona a quien lo ejerce, es legítimo sustento, y, por último, contribuye al bien común con una clara vocación social.
"La actividad humana individual y colectiva o el conjunto ingente de esfuerzos realizados por el hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios. Creado el hombre a imagen de Dios, recibió el mandato de gobernar el mundo en justicia y santidad, sometiendo a sí la tierra y cuanto en ella se contiene, y de orientar a Dios la propia persona y el universo entero, reconociendo a Dios como Creador de todo, de modo que con el sometimiento de todas las cosas al hombre sea admirable el nombre de Dios en el mundo.Esta enseñanza vale igualmente para los quehaceres más ordinarios. Porque los hombres y mujeres que, mientras procuran el sustento para sí y su familia, realizan su trabajo de forma que resulte provechoso y en servicio de la sociedad, con razón pueden pensar que con su trabajo desarrollan la obra del Creador, sirven al bien de sus hermanos y contribuyen de modo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia.Los cristianos, lejos de pensar que las conquistas logradas por el hombre se oponen al poder de Dios y que la criatura racional pretende rivalizar con el Creador, están, por el contrario, persuadidos de que las victorias del hombre son signo de la grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio. Cuanto más se acrecienta el poder del hombre, más amplia es su responsabilidad individual y colectiva. De donde se sigue que el mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo si los lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo" (GS 34).
Da igual el tipo de trabajo: investigador, manual, en el campo o en el mar, en la oficina o en el comercio, o las tareas ingratas del hogar, porque todos estos oficios honestos, realizados con perfección y entrega, ofrecidos a Dios, se convierten en la materia de la santificación cotidiana.
Cualquier cosa que hagamos cada jornada, emprendiendo las tareas cotidianas, es materia de santificación, fácil y accesible a todos, cuando se vive consciente de esa ofrenda a Dios, cuando se trabaja renovando el espíritu cristiano y con visión sobrenatural.
"A la luz de esta firme esperanza, nuestro trabajo cotidiano, cualquiera que sea, asume un valor y un significado distintos, porque lo anclamos en esos valores permanentes humanos y espirituales que hacen nuestra existencia más serena y útil a los hermanos...
Este servicio hecho con amor se convierte en oración, oración aún más agradable a Dios cuando vuestro trabajo resulta poco gratificante, monótono y fatigoso... Y es cumpliendo bien el propio deber que cada bautizado realiza su vocación propia a la santidad" (Benedicto XVI, Disc. a los agentes y miembros de la Inspectoría de Seguridad Pública del Vaticano, 15-enero-2009).
Esta enseñanza, tan sencilla, abre la perspectiva justa en que vivir cotidianamente el trabajo con espíritu de fe y realizarlo sobrenaturalmente, pero, siempre, bien hecho, lo mejor posible, llenos de la caridad que viene de Dios.
Preparar un guiso de lentejas puede ser algo vacío o estar lleno de contenido; se descubre el valor cristiano del trabajo y entonces uno se santifica guisando las lentejas, haciéndolo lo mejor posible, llenos de fe, esperanza y caridad.
¡Qué difícil es en determinadas profesiones y ambientes de trabajo!
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