Lo
nuestro es un culto a Dios en espíritu y verdad que se desarrolla no sólo en el
templo, sino allí donde vivimos, luchamos y trabajamos. Es el culto litúrgico
de nuestra vida diaria. “Por
tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para
gloria de Dios” (1Co 10, 31); también dirá el Apóstol: “Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor...
Servid a Cristo Señor” (Col 3, 23s.) y así “cualquier cosa que hagáis, sea de palabra o
de obra, hacedlo todo en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Col 3,17).
La
participación interior en la liturgia nos cualifica después para vivir en el
Señor, para hacerlo todo en el nombre del Señor. Nada hay ajeno a Cristo, que
es la medida de todas las cosas; por tanto, si se participa en la liturgia, se
va adquiriendo la forma de Cristo para vivir luego de un modo distinto y santo,
como Cristo, en la liturgia de la vida.
Esos son los sacrificios espirituales
que ofrecemos a Dios en el altar del corazón: “También vosotros, como
piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, formando un
sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por
Jesucristo”
(1P 2,5).
El
bautizado vive su existencia santamente, como un sacrificio litúrgico (cf. Flp
2,12), una liturgia viva, ofreciendo sacrificios espirituales y glorificando a
Dios:
Por
eso pedimos en la liturgia: “Señor Jesús, sacerdote eterno, que has querido que
tu pueblo participara de tu sacerdocio, haz que ofrezcamos siempre sacrificios
espirituales agradables a Dios”[1].
Esto
es posible por una prolongación real de la participación en la liturgia,
especialmente eucarística; entonces esa participación interior de los fieles
los sitúa en medio del mundo:
“Los fieles, en cambio, en virtud de
su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la Eucaristía y lo ejercen en la
recepción de los sacramentos, en la oración y acción de gracias, mediante el
testimonio de una vida santa, en la abnegación y caridad operante” (LG 10).
Lo
específicamente cristiano es ese culto en espíritu y verdad que se prolonga, se
realiza y se verifica en lo cotidiano de la vida; ya no es una ceremonia
religiosa, restringida al ámbito del templo y de lo sagrado, sino el influjo
santificador que llega hasta los momentos diarios de nuestro vivir.
En
ese sentido, será san Pablo en la carta a los Romanos, quien señalará cómo
vivir un culto existencial y una liturgia viva: “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que
ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a
Dios: tal será vuestro culto espiritual” (Rm 12,1). Ya el sacrificio
no es una víctima con derramamiento de sangre, sino viva, es decir, el corazón
del bautizado que recibe una vida nueva por el sacrificio único de Cristo.
Ese
sacrificio del cristiano es él mismo. San Pablo “califica ese sacrificio
sirviéndose de tres adjetivos. El primero —"vivo"— expresa una
vitalidad. El segundo —"santo"— recuerda la idea paulina de una
santidad que no está vinculada a lugares u objetos, sino a la persona misma del
cristiano. El tercero —"agradable a Dios"— recuerda quizá la
frecuente expresión bíblica del sacrificio "de suave olor" (cf. Lv
1, 13.17; 23, 18; 26, 31; etc.)”[2].
Con
Jesucristo y en Él, nuestros sacrificios espirituales, racionales, se han
integrado en su ofrenda y reciben un nuevo valor santificador y redentor.
“Los animales sacrificados habrían debido sustituir al hombre, el don de sí del hombre, y no podían. Jesucristo, en su entrega al Padre y a nosotros, no es una sustitución, sino que lleva realmente en sí el ser humano, nuestras culpas y nuestro deseo; nos representa realmente, nos asume en sí mismo. En la comunión con Cristo, realizada en la fe y en los sacramentos, nos convertimos, a pesar de todas nuestras deficiencias, en sacrificio vivo: se realiza el "culto verdadero"”[3].
La
Eucaristía especialmente, pero toda la liturgia, es un “misterio que se ha de
vivir” ya que se reciba una “forma eucarística de la vida cristiana”, tal como
reza el título de la III parte de la exhortación “Sacramentum caritatis”. La fe
se no reduce al templo ni a los momentos de culto litúrgico, arrinconada según
la praxis secularista al ámbito privado, sino que la fe, sostenida, alimentada,
confirmada, por la vida litúrgica y la Eucaristía conforman un nuevo modo de
vivir, de ser y de estar en el mundo. Escribe Benedicto XVI:
“Resulta significativo que san
Pablo, en el pasaje de la Carta a los Romanos en que invita a vivir el nuevo
culto espiritual, mencione al mismo tiempo la necesidad de cambiar el propio
modo de vivir y pensar: «Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por
la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de
Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto» (12,2). De esta manera, el Apóstol
de los gentiles subraya la relación entre el verdadero culto espiritual y la
necesidad de entender de un modo nuevo la vida y vivirla. La renovación de la
mentalidad es parte integrante de la forma eucarística de la vida cristiana, «para
que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados al retortero por todo
viento de doctrina» (Ef 4,14)” (Sacramentum caritatis, n. 77).
La liturgia da forma a
la vida cristiana, una forma eucarística como cumbre, es decir, adquirir la
misma forma Christi.
Solamente añadir que tenemos que tomar fuerzas de la Eucaristía y de la adoración eucarística; que ambas deben fundirse en nuestro corazón y alma porque ¡Es tan difícil! Antes de que te des cuenta ya está tu voluntarismo actuando.
ResponderEliminarSeñor, danos la vida en Cristo (de las Preces de Laudes)
Por su infinita Misericordia somos uno con Él en su santa Iglesia, Esposa amadísima, por la que Cristo lo ha dado todo. Uno en el Amor, uno en el pensamiento, uno en la liturgia, uno en todo lo que pensamos hacemos y padecemos. Tambien en el gozo legítimo de una vida abierta y dócil al Señor. Todo es gracia. La gloria siempre para Él. Gracias Don Javier por su incansable labor de evangelización online. Dios le bendiga en abundancia.
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