Es
una súplica constante en labios del creyente, del pueblo de Israel y hoy de la Iglesia: “Ven”.
Necesitamos de Dios y de su acción, vivimos de Él y de su gracia, y sin Él, o
lejos de Él, o apartándonos de Él, no hay vida sino muerte; no hay agua sino
desierto; no hay vergel, sino tierra seca, páramos estériles.
“¡Ven!”
“Levántate y ven en mi auxilio” (Sal 34), “Dios mío, ven en mi auxilio” (Sal 69),
“despierta tu poder y ven a salvarnos… ven a visitar tu viña” (Sal 79).
El
deseo es urgente: “¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!” (Is 63,19). En
labios de la Iglesia
es una súplica dirigida a Cristo, Cabeza y Esposo, para que vuelva ya glorioso:
“El Espíritu y la esposa dicen: Ven; y quien lo oiga diga: ven” (Ap 22,17).
Siempre, constantemente: “Marana thá” (1Co 16,22), “Ven, Señor Jesús” (Ap 22,20).
Pero
también es epíclesis, petición de que descienda el Espíritu Santo con toda su
gracia: “Dios mío, ven en mi auxilio”, a fin de que el Espíritu ore en
nosotros, nos asista, module nuestra oración, logre que cantemos santamente la Liturgia de las Horas y
que “nuestra mente concuerde con nuestra voz” (Regla de s. Benito, 19,7).
“Ven”,
se lo suplicamos al Espíritu Santo: “Veni Creator Spiritus”, “Ven Espíritu
divino”, “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles”.
Igual
petición se hace a Dios Padre en la liturgia de cada sacramento para que sea
eficaz: una epíclesis sacramental.
En el Bautismo, al bendecir el agua
bautismal: “te pedimos, Señor, que el poder del Espíritu Santo, por tu Hijo,
descienda sobre el agua de esta fuente…”;
en la Confirmación, al orar
el Obispo imponiendo las manos: “Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor
Jesucristo, que regeneraste, por el agua y el Espíritu Santo, a estos siervos
tuyos y los libraste del pecado; escucha nuestra oración y envía sobre ellos el
Espíritu Santo Paráclito; llénalos de espíritu de sabiduría y de inteligencia,
de espíritu de consejo y de fortaleza…”;
en la Santa Eucaristía, se impone las
manos sobre la oblación y se ruega: “santifica estos dones con la efusión de tu
Espíritu…”, y así en los demás sacramentos.
¡Ven!,
suplicamos al Espíritu Santo.
Tradicionalmente la Iglesia ha orado al Espíritu Santo de una forma muy simple, con un verbo en imperativo: "Ven". Se le invoca para que venga, para que inspire nuestra oración. Entonces, Él hace su obra en nosotros.
ResponderEliminarDecimos que el Espíritu Santo es "el gran desconocido". Lo es, no solo por desinterés nuestro, sino porque pertenece a la propia personalidad del Espíritu Santo el ser desconocido. Nunca habla por su cuenta (Jn 16,13), sino que nos pone en relación con la persona del Padre y con la de Jesús. No oramos al Espíritu, sino que es el Espíritu quien ora en nosotros (Rm 8,26).
Envíanos tu Espíritu, luz esplendorosa,y haz que penetre hasta lo más íntimo de nuestro ser (Preces de Laudes).