Las realidades centrales de nuestra fe tal vez no sean fáciles de explicar con palabras humanas: cruz, resurrección y glorificación de Cristo, sin embargo son centrales, nucleares, y aunque cueste trabajo explicarlas, las tenemos recibidas por unos testigos cualificados. Los apóstoles son testigos de lo que han vivido y simplemente testifican unos hechos que los marcaron ya para siempre.
Lo primero es el anuncio del Señor resucitado.
Aquel que murió en la cruz, que fue depositado en un sepulcro nuevo excavado en la roca que aún no había sido usado, y allí reposó hasta la mañana del domingo, ha resucitado, está vivo y glorioso en circunstancias nuevas, con el mismo cuerpo pero "espiritual", no sometido al espacio y al tiempo.
"La Resurrección implica un paso del estado de muerte a una vida superior, por el hecho de que el cuerpo está animado, por el Espíritu, de una vida divina. Por este hecho, la Resurrección de Jesús difiere de la de Lázaro: no se reduce a la reanimación del cadáver. A diferencia de Lázaro, que después de haber salido del sepulcro ha reanudado su vida terrena, Jesús, después de su resurrección, no prosigue su existencia en compañía de sus discípulos; se les aparece tan sólo durante breves momentos. Su vida de resucitado no pertenece ya al desarrollo ordinario de la historia humana" (GALOT, J., Jesús, Liberador. Cristología II, Madrid 1982, p. 392).
Esta resurrección de Cristo, tan concreta y tan real, significa un avance más en la historia de la salvación, en el proyecto de Dios en Cristo hasta recapitular todas las cosas en Él.
Con la resurrección, los cielos se abrieron, la vida eterna se ofrece y el tiempo apunta ya a la eternidad, porque el Eterno mismo está ofreciendo esta posibilidad a nuestro tiempo con su resurrección. Él es alfa y omega, principio y fin.
La resurrección de Cristo, verdad centralísima de la fe, inicia el tiempo nuevo y definitivo (el nuevo "eón").
"La Resurrección consuma esa penetración de la eternidad en el tiempo, transformando la existencia terrena; instala la carne humana en su estado definitivo, escatológico, en el que esa carne se llena de vida divina, y establece un nuevo principio de desarrollo histórico, que coincide con el desarrollo escatológico. Desde este punto de vista, se puede decir que la Resurrección es el comienzo de la Parusía" (Id., p. 393).
Es decir, el momento último de la Venida del Señor se acaba de iniciar con su santa resurrección.
Esto conlleva una última y feliz consecuencia. Lo creado no tiende a ser destruido, este mundo, este cielo y esta tierra, sino a ser transformados y llenos de Cristo resucitado con su potencia.
El inicio de la nueva creación es, precisamente, la Pascua de Jesucristo.
"Más que medio, Cristo, en su estado de gloria, es el fin hacia el que tiende el nuevo universo; el fin último es un mundo enteramente penetrado de la vida de Cristo resucitado.
La Resurrección pone especialmente de relieve el aspecto cósmico de la Redención. La vida gloriosa conferida al cuerpo de Cristo inscribe definitivamente en el cuerpo, en la materia, su auténtico destino. El cuerpo humano debe participar en la salvación y en la divinización del alma...
Por lo que respecta al mundo material, éste es solidario con el cuerpo humano, y es impulsado hacia un destino similar. El cuerpo resucitado de Cristo es en principio una resurrección de todo el universo visible. La materia ha sufrido la influencia del pecado y debe participar en la salvación, según el criterio formulado por san Pablo: la creación gime con dolores de parto hasta que sea 'liberada de la servidumbre de la corrupción para recibir la libertad de la gloria' (Rm 8,21) que el Hijo de Dios comunica a su propio cuerpo para extenderla luego al universo.
El mundo material, que existe únicamente para el hombre, debe participar en el destino del hombre, y por consiguiente en la vida divina que Cristo resucitado otorga al cuerpo. La Resurrección aparece así como un triunfo completo, que no deja realidad ninguna fuera de la Redención y de la victoria de Cristo. Todo aquello que ha sido afectado por el pecado, incluyendo la más modesta realidad material que ha padecido, contra su propia naturaleza, la ley del mal, está ya restaurada por Cristo glorioso y elevada a una vida superior" (Ibíd., pp. 424-425).
La Pascua del Señor, como vemos, desencadena otros procesos de salvación que afectan a todo y a todos. La esperanza crece y se afianza por la resurrección de nuestro Salvador.
Me quedo com: "... el fin último es un mundo enteramente penetrado de la vida de Cristo resucitado."
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