Como
discípulos, entramos en la escuela de su Corazón para aprender a amar. “Ved ya
aquí un gran misterio, hermanos. El sonido de nuestras palabras golpea vuestros
oídos, pero el maestro está dentro. No penséis que nadie aprende algo de otro
hombre. Podemos poner alerta mediante el sonido de nuestra voz, pero si no se
halla dentro alguien que enseñe, el sonido que emitimos sobra. ¿Queréis una
prueba? ¿Acaso no habéis oído todos este sermón? ¡Cuántos no van a salir de
aquí sin haber aprendido nada! En lo que de mí depende, he hablado a todos,
pero aquellos a quienes no habla interiormente la Unción, a los que no enseña
interiormente el Espíritu Santo, regresan con la misma ignorancia. El
magisterio exterior no es más que una cierta ayuda, un poner alerta. Quien
tiene su cátedra en el cielo es quien instruye los corazones... Quien instruye,
pues, es el maestro interior; quien instruye es Cristo, quien instruye es su
Inspiración” (S. Agustín, In ep. Io. 3,13).
Pues entremos en su escuela, seamos
discípulos con el alma abierta para recibir sus enseñanzas con atención.
¡Aprender a amar!
Para amar, respetar la
libertad
El amor, si es verdadero, busca el
crecimiento integral del otro, busca su bien completo y verdadero, en todas las
facetas y aspectos.
Pero todo lo que impide el crecimiento
del otro es un atentado contra la libertad. Donde no hay respeto –incluso
admiración y legítimo orgullo por el otro-, no puede haber libertad, y
estaríamos atropellando al otro. Hay que tener sumo respeto evitando cualquier
clase de “dominación” o de “control” de la otra persona. Amar es que el otro
sea él mismo, no plasmarlo a imagen y semejanza de uno mismo, o dominar y
controlar quitándole espacio vital, casi como si fuera una competición y ver
quién es más fuerte y controla y domina (en el matrimonio, siempre es un riesgo
que hay que vigilar): “nada de
rivalidades y envidias” (Rm 13,13c).
La
dominación que crea dependencias malsanas falsifican el amor, dependencias que
pueden darse en el matrimonio, o en el trato con los hijos cuando ya son mayores,
o en la amistad... Una persona dominadora va sutilmente creando lazos que se
estrechan, minando el ánimo del otro, incluso creándole ciertos complejos de
inferioridad. ¿Dónde queda la libertad? ¿Cómo es el amor?
·
El
amor genuino no domina, sino que ayuda
siempre con perseverancia a que el otro se desarrolle plenamente. Dice lo que
tenga que decir, por amor y con delicadeza; cuando puede provocar daño en vez
de crecimiento, sabe callar y esperar el momento oportuno.
·
Amar
no es estar juntos a todas horas... Ciertos momentos de soledad son muy beneficiosos (especialmente en el
noviazgo y el matrimonio): soledad, distancia, y el silencio de la oración.
Cristo se aparta para orar (Mc 1,35).
·
El
amor, basado en la libertad, es un intercambio
en plano de igualdad. Se intercambian los dones y talentos porque el amor
hace semejantes –parecidos- a los que se quieren, al compartir, al enriquecerse
mutuamente, como hizo Cristo: “Bien
sabéis lo generoso que ha sido nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, por
vosotros se hizo pobre, para que vosotros, con su pobreza, os hagáis ricos”
(2Co 8,5). Las virtudes aquí se van comunicando...
Señala el libro del Eclesiástico: “El que
teme al Señor endereza su amistad, pues como él es, será su compañero” (Eclo
6,17). San Ignacio de Loyola,
en la Contemplación
para alcanzar amor, de los Ejercicios Espirituales, hace dos anotaciones muy
iluminadoras: “El amor se debe poner más en las obras que en las palabras. La
segunda, el amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar
y comunicar el amante al amado lo que tiene o de lo que tiene o puede, y así
por el contrario, el amado al amante; de manera que si el uno tiene ciencia,
dar al que no la tiene, si honores, si riquezas, y así el otro al otro” (EE,
n. 231).
·
El
amor, en libertad y respeto, es lo único que sana al otro. Sólo el amor redime –como el sacrificio de Cristo es amor oblativo
y redentor-. Sólo amando, muchas carencias, limitaciones, defectos, lagunas de
la persona, se pueden curar. Sólo el verdadero amor que con respeto, delicadeza
y perseverancia, acepta al otro tal y como es, puede redimir sin forzar; curar
con paciencia; perseverar con esperanza. ¿Eres
egoísta? Mírate a ti mismo y cómo te gustaría que te tratasen. Predicaba S.
Agustín: “Sobre el prójimo se ha encontrado para ti una regla, porque has sido
encontrado tú mismo que eres igual a tu prójimo. Preguntas, ¿cómo amas a tu prójimo?
Fíjate en ti mismo. Y como te amas tú, del mismo modo ama al prójimo. No hay
por dónde equivocarte” (Serm. disc. chr. 3,3).
Es difícil mar con el amor con que Él nos amó. Ten en cuenta que amando así, te puede suceder lo que a Ël, aparentemente saldrás muchas veces perdiendo.
ResponderEliminarFe de errtas: "Es dificil amar..."
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