El
Señor en el evangelio usaba una pedagogía particular, especial, según las
diferentes personas. Correspondía así a las distintas situaciones de
acercamiento y proximidad a su Persona y la disposición correspondiente a su
seguimiento.
Predicaba
el Señor a las multitudes; predicaba luego a grupos más reducidos y los
preparaba, como los 72, y luego, más extensamente y en privado, todo a los
Doce. Son distintos niveles de seguimiento y exigencia, plasmaciones distintas
de la santidad.
San
Juan de Ávila también practica, por así decir, esa pedagogía divina y es modelo
para nuestra práctica sacerdotal. Lo mismo predica a inmensas multitudes, que
enseña a grupos concretos (de discípulos, de sacerdotes) o que dirige y orienta
a personas concretas. Ese método hemos también de cuidarlo. Igual que san Juan
de Ávila sabe pasar de muchedumbres o de grupos a personas concretas,
dedicándoles tiempo, escritos, cartas e incluso tratados, los sacerdotes en la
parroquia debemos prestar tiempo y acompañamiento a personas que, con mayores
interrogantes, buscan una mayor exigencia de vida: ya sea en el confesionario o
dirección espiritual, ya sea un pequeño cenáculo de catequesis de adultos o
grupos de espiritualidad.
San
Juan de Ávila dedica muchas horas, por ejemplo, a componer el Audi filia en
atención a una seglar conversa, Dña. Sancha Carrillo. A sus ojos tiene tanto
valor el avance cristiano de esta persona como las muchedumbres que pueden
reconocer su valía oratoria y sacerdotal. También, igualmente, dedicaba tiempo
para sus discípulos, en grupo y uno a uno, formándolos y discerniendo su
vocación.
El
tiempo sacerdotal debe incluir también a las personas concretas, la escucha y
acompañamiento, el presentar constantemente la vocación a la santidad, al alto
nivel de la vida cristiana ordinaria[1].
A quien vemos que tiene ‘materia’, capacidad, para darse más al Señor, se lo
hemos de proponer y ayudar.
Sólo y exclusivamente una pastoral “de masas”,
amplia, no puede servir ni resultar eficaz a la larga. Así como es necesaria
una pastoral de “primera evangelización” para quienes empiezan, y otra pastoral
de “formación”, para quienes necesitan poner sólidos cimientos, también hace
falta un ejercicio pastoral de discernimiento, acompañamiento, para ser
maestros de vida espiritual a quienes el Espíritu haya suscitado un deseo mayor
y más intenso de Cristo.
¡No
en vano fue llamado “Maestro de santos”!
Ayer no pude comentar pero como "todos los santos tienen octava", hoy repito lo que hice en la Santa Misa: encomendar a todos los sacerdotes diocesanos a san Juan de Ávila.
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