Hay
una clara exageración, que parte del desconocimiento de la naturaleza de la
liturgia y su valor pastoral, en insistir en que la participación es solamente
algo externo, que hay fomentar, incluso añadiendo o inventando cosas no
previstas en los libros litúrgicos de la Iglesia.
Esa
clara exageración suele ir en detrimento de la participación interior, devota,
consciente, fructuosa, que son el núcleo de la verdadera liturgia. El cuidado
de la liturgia, la cura pastoral, la pastoral litúrgica, deben fomentar las
disposiciones internas, los sentimientos espirituales auténticos, para entrar
en el Misterio del Señor que se celebra en la liturgia.
Pío
XII lo advirtió ya en la encíclica Mediator Dei:
“Pero el elemento esencial del culto tiene que ser el interno; efectivamente, es necesario vivir en Cristo, consagrarse completamente a El, para que en El, con El y por El se dé gloria al Padre. La sagrada liturgia requiere que estos dos elementos estén íntimamente unidos; y no se cansa de repetirlo cada vez que prescribe un acto de culto externo” (nn. 34-35).
Lo externo, como los cantos, respuestas, posturas
corporales e incluso los distintos servicios litúrgicos (lectores, acólitos, coro,
oferentes en la procesión de los dones, monitor) buscan únicamente la
participación interior de los fieles, favorecer la unión con Cristo:
“se encaminan principalmente a alimentar y fomentar la piedad de los cristianos y su íntima unión con Cristo y con su ministro visible, y también a excitar aquellos sentimientos y disposiciones interiores, con las cuales nuestra alma ha de imitar al Sumo Sacerdote del Nuevo Testamento”[1].
Lo
interior debe ser la reproducción en nosotros de los sentimientos de Cristo,
buscando la comunión más íntima y personal con Jesucristo y con Él, ofrecernos
al Padre para vivir en santidad.
Esa
participación interior, culto en espíritu y verdad, debe ser la meta última de
la pastoral litúrgica, el punto de convergencia de todo, para no caer en el
activismo, en el esteticismo, en los protagonismos, en definitiva, en
secularizar la liturgia.
Acudiendo a los grandes principios de la Constitución Sacrosanctum
Concilium, encontramos los siguiente: “fomenten con diligencia y paciencia la
educación litúrgica y la participación activa de los fieles, interna y externa”
(n. 19). Se desea que “el pueblo cristiano pueda comprenderlas fácilmente [las
cosas santas] y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa
y comunitaria” (SC 21). Plena, pues, ha de ser la participación. E insiste:
“participen conscientes, piadosa y activamente en la acción sagrada” (SC 48),
sabiendo lo necesario que es que no sólo sea activa, exterior, sino también
consciente, con el corazón y la mente, y piadosa, con piedad, es decir, con
adoración, respeto, veneración, sentido de Dios, sacralidad.
Podríamos
considerar las vertientes distintas de esta participación interior, aquello que
hay que cuidar, para que demos al Padre un culto en espíritu y en verdad.
En sucesivas catequesis, con tranquilidad, iremos desbrozando las virtudes y disposiciones internas que cualifican esta participación interior en la liturgia, tan fundamental, para que sea verdadera participación y no meramente "intervención".
¡Qué claro lo dice!: "·Hay una clara exageración, que parte del desconocimiento de la naturaleza de la liturgia y su valor pastoral"
ResponderEliminarMe quedo con esto: " Lo interior debe ser la reproducción en nosotros de los sentimientos de Cristo, buscando la comunión más íntima y personal con Jesucristo y con Él, ofrecernos al Padre para vivir en santidad.
Te damos gracias, Señor Jesús, y por medio de ti bendecimos también al Padre en el Espíritu Santo
y te pedimos que hoy todas nuestras palabras y obras sean según tu voluntad (Preces de Laudes).