domingo, 30 de junio de 2013

Salmo 70: Me instruiste desde mi juventud

Una cita de S. Bernardo, santo abad cisterciense resulta iluminadora para la tarea de comentar los salmos en estas catequesis. Escribe o predica S. Bernardo, en el sermón nº 7 sobre el Cantar de los Cantares:

“Salmodiad sabiamente. Como un manjar para la boca así de sabroso es el salmo para el corazón. Sólo se requiere una cosa: que el alma fiel y sensata los mastique bien con los dientes de la inteligencia”.
    Salmodiar sabiamente es pronunciar no sólo con los labios, sino con el corazón, el salmo, porque es sabroso el salmo para el corazón, pero con la única condición de que los dientes de la inteligencia mastiquen, trituren el salmo. La inteligencia hay que nutrirla, hay que formarla: para eso están estas catequesis de los salmos, para empezar, como dice S. Pablo, a dar alimento de leche a los niños y luego que los niños puedan empezar a digerir, ellos solos, alimentos más sólidos. Que los dientes de la inteligencia mastiquen, no sólo durante la lectura del artículo, sino prolongando luego esta catequesis con la lectura del salmo y la oración, y podamos ir aprendiendo a masticar el salmo y saborear la dulzura que encierra.

    El salmo de hoy es el salmo 70. Refleja una situación humana, al menos lo que es la letra del salmo: la situación de una persona anciana o muy enferma que pide el auxilio de Dios. 

Si nos fijamos, vemos que todos los salmos  van reflejando las distintas circunstancias de nuestra vida: hay salmos para darle gracias a Dios, salmos para alabarle, salmos para la enfermedad, salmos para la muerte, salmos para confesar nuestros pecados... Toda nuestra vida está condensada y reflejada en los salmos. 

En éste hay una situación muy concreta, la enfermedad, la ancianidad o la persecución. “Mi boca contará tu auxilio”. Hagamos en primer lugar, como siempre, la lectura cristológica. Cristo reza los salmos, Cristo está escondido en los salmos. Dice Cristo en el salmo: “A ti Señor me acojo, no quede yo derrotado para siempre”. Es el grito, si no con los labios, sí con el corazón, que Cristo hace en la cruz: “que no quede yo derrotado para siempre, que no me quede yo en la muerte, que tú me resucites según tu promesa”. “Tú que eres justo, líbrame, y ponme a salvo. Inclina a mí tu oído, y sálvame”.
 
Sigue diciendo: “Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve”.

Es el deseo de que Dios sea una roca en lo alto donde los enemigos, o los problemas, o la enfermedad, o la vejez, no se acerquen; que los enemigos fracasen; que esté en lo alto, en un castillo, en un alcázar, fuerte, con defensas, donde Dios sea la defensa. “Sé tú mi roca de refugio, porque mi peña y mi alcázar eres Tú. Dios mío, líbrame de la mano perversa”

La mano más perversa es la del Maligno, la del demonio. Es el demonio el que mueve todos los hilos para que se realice la pasión. El demonio, dice S. Juan, el Maligno, entró en el corazón de Judas y lo cegó por completo; es el demonio el que instiga a los ancianos (¡que tenían que ser los más santos los más ancianos!): “Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz y creeremos en ti”. Es el demonio burlándose hasta última hora. “Dios mío líbrame de la mano perversa”, la del demonio, la de los enemigos persiguiendo a Cristo, la de las propias pasiones que se ciernen perversamente sobre uno mismo.
 
“Porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza y mi confianza, Señor, desde mi juventud”. 

Cristo, y con Cristo todo aquel que vive unido a Dios, cuando mira atrás en su vida, descubre la presencia amorosa y providente de Dios en su sufrimiento y en su juventud, en todo momento de su vida, que es lo que quiere decir el salmo. En todo momento descubre la mano cariñosa y cercana de Dios.
 
“En el vientre materno ya me apoyaba en ti”, y fijaos la imagen tan delicada: “En el seno tú me sostenías”. El niño al tomar el pecho no se iba a caer porque no era la mano de la madre, era la mano del Señor la que sostenía el niño cuando tomaba el pecho. Y uno recuerda esa experiencia de Dios en su vida y sabe que el Señor no le va a dejar. Y al recordar le dice al Señor: “tú has obrado siempre así conmigo, ahora no me dejes”. 

“Mi boca contará tu auxilio”. Cristo contará el auxilio de Dios. Aparece Resucitado, anuncia la paz; aparece en el Cenáculo, aparece a los de Emáus,  les explica todo el misterio de la salvación a los de Emaús, cuenta el auxilio de Dios. “Y todo el día tu salvación”. Cristo es el día que no conoce el ocaso, y sigue, ya glorificado, contando su salvación.  ¿Cómo la cuenta? Por las Escrituras cuando se lee en la Iglesia. ¿Cómo la cuenta? S. Gregorio Magno dice “por los predicadores de la Iglesia”. Sí, Cristo predicando por medio de sus ministros -en la homilía, en la catequesis, en retiros, en predicaciones, en blogs- sigue contando todo el día su salvación.
 
“Dios mío, me instruiste desde mi juventud”. El evangelista S. Lucas escribe: “el niño crecía en edad, sabiduría y gracia ante Dios y los hombres”. Dios lo estaba instruyendo en su naturaleza humana desde pequeñito. “Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas”. Cristo no está mudo, Cristo sigue hablando. Tiene su cátedra en el cielo, dice san Agustín, pero sigue hablando a sus fieles y se constituye en el Maestro interior. “Mi boca contará tu salvación”.
 
Ojalá que también nosotros, como Cristo, el Justo, como los mártires, como tantos y tantos santos que han vivido este salmo, podamos ver nuestra experiencia de Dios, recordarla ante el Señor y podar contar todos los días su auxilio, no desconfiando ni dudando en el momento de la prueba o de la cruz.

2 comentarios:

  1. Si, Padre, el SEÑOR instruye permanentemente. Para mi es un gran consuelo.
    Sigo rezando.
    DIOS le bendiga.

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  2. ¡Qué bella entrada! Rotundo amén a la cita de san Bernardo y a su catequesis.

    “Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas”. Así podemos también rezar nosotros y, si no hemos aceptado su instrucción y relatado sus maravillas desde la juventud física, ahora es el momento; ahora, este momento, es “una nueva juventud” porque como tantas veces ha dicho este blog: Él hace nuevas todas las cosas.

    La naturaleza intelectual del hombre, que le es propia por ser imagen de Dios, se perfecciona y debe perfeccionarse por medio de la sabiduría que proporciona la fe, concretada hoy en la oración de los salmos con el corazón, pues si el hombre no ora en “su totalidad” (corazón), escucha a Isaías y al propio Jesús: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí".

    Jesús le dio a Simón un nuevo nombre, Pedro; Saulo se convirtió en Pablo. “Porque yo soy así, porque éste es mi estilo…” no es la respuesta que espera Cristo, la que necesita la Iglesia. De la lactancia a la papilla de fruta, luego al puré de verduras... hasta llegar al "sustancioso" cordero castellano.

    ¡Bendice, Señor, a tu Iglesia. Tú que rogaste por Pedro para que no se apagara su fe, da firmeza a la fe de tu Iglesia! (Laudes de la solemnidad de San Pedro y san Pablo)







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