viernes, 21 de junio de 2013

La fe genera un gran sentido eclesial

Como tantas veces nos han explicado y hasta razonado, la fe nunca es un sentimiento subjetivo, o una experiencia peculiar de trascendencia. La fe, en Cristo Hijo de Dios, en el Padre y en el Espíritu, se nos da en la Iglesia, se vive en la Iglesia, es eclesial... y genera un sentido hondo de pertenencia a la Iglesia.


Sí, así, tal cual. La fe es fe eclesial, renovando en la persona el gozoso sentido de la Iglesia, reforzando los vínculos de adhesión y pertenencia a la Iglesia. Por eso la fe no se vive por libre ni es subjetiva: es la fe de todo un pueblo, el pueblo santo cristiano, que pertenece al Señor.

En un Año de la Fe, el sentido de pertenencia a la Iglesia, aquel ignaciano "sentire cum Ecclesia", debe ser reforzado dejando la visión secularizada que sueña con que la Iglesia es el obstáculo de la fe, la institución que cohibe la vivencia de la fe. Al contrario, la Iglesia posibilita la fe, la refuerza, la celebra, la santifica, la testimonia, la envía.

Al crecer y ahondar en la fe, sin lugar a dudas, crecemos en el sentido íntimo y místico de la misma Iglesia, y nos gozamos de pertenecer a ella.


"Y traslademos esta pregunta, que aquí se presenta con mayor claridad que en otra parte, a la Iglesia en general, a la sociedad religiosa de los creyentes y orantes que precisamente llamamos Iglesia: ¿Cómo os sentís en relación a ella? Si estáis bautizados, si sois católicos -ya lo sabéis- pertenecéis a la Iglesia, sois miembros de esta sociedad religiosa, visible y espiritual a la vez, que forma el "cuerpo místico" de Cristo. Pues bien, dejadnos insistir en nuestra pregunta: ¿Cuál es vuestra conciencia respecto a la Iglesia?

Conocer a la Iglesia


¿Es fácil responder a esta pregunta? No lo es, porque, si interrogáis a vuestra conciencia sobre la idea que os forjáis de la Iglesia,  se presenta revestida de imágenes, de formas, de signos poco comprensibles: sus ritos, sus hábitos, sus palabras, sus ministros, sus formas de vida, ¿qué significan? Se diría que la Iglesia habla a un lenguaje incomprensible. Se ve, se oye, pero sin comprender y, por tanto, sin interés concreto. Es una impresión de extrañeza la que la Iglesia presenta de sí misma a la gente de nuestro tiempo o se la considera como un mundo hecho para escasos iniciados, que excluye -como el antiguo templo pagano: "odio profanum vulgus et arceo", detesto al vulgo profano y me aparto de él- a la común gente y sobre todo a la juventud, que persigue toda ella otros objetivos interesantes muy comprensibles y atrayentes. La Iglesia -se afirma-, ¿a quién interesa? Es un terreno cerrado para la mentalidad de nuestro tiempo. Y ¿acaso este sentimiento de extrañeza no va acompañado fácilmente de un sentimiento de desconfianza, de hostilidad, de antipatía o por lo menos de indiferencia? ¡Es tan fácil la mentalidad laica que se desentiende de cualquier compromiso con grandes problemas positivos, religiosos y morales! Es más fácil y cómodo no creer que creer.

Visión trascendente

Pues bien, la visita que hacéis a esta basílica, imagen de la Iglesia y al que os acoge, el Papa, os invita y ayuda a pensar. Sí, es verdad, que todo lo que aquí se ve no se comprende fácilmente; es difícil, si queréis. Pero también es verdad que todo lo que aquí se ve tiene un significado; que todo es signo, todo es símbolo, todo habla, todo impulsa a remontarse a una zona suprasensible en la que se necesita comprensión para llegar. Esta observación bastaría ya para suscitar en vuestros espíritus -me refiero especialmente a vosotros, estudiantes alumnos y atletas del pensamiento- un poco de respeto y de simpatía. Aquí hay mucho que descubrir y mucho que pensar y, si queréis ser inteligentes, deberéis deciros a vosotros mismos que la Iglesia, ya esta construcción, ya el misterioso edificio espiritual que es, es una gran invitación, un gran estímulo para pensar, comprender, superar los límites de la experiencia sensible y científica, para estimular la razón a superiores conquistas que sólo la palabra revelada de Dios y la fe correspondiente pueden alcanzarla. El primer grado de la conciencia eclesial no aleja, pues, de la mentalidad moderna, si ésta se caracteriza por el desarrollo de la inteligencia humana sino que le sale al encuentro e impulsa hacia metas muy dignas de ella.

Identificarse con la Iglesia

Hay otros grados que descubre el escenario sensible y espiritual que nos circunda, a los que podemos acercarnos fácilmente, con tal prestar atención: por ejemplo, ¿para quién se ha hecho todo cuanto contemplo aquí? ¿Para quién está presente? Cada uno puede responder tranquilamente: para mí. Sí, cada uno en la Iglesia -siempre pasamos del significado sensible de la Iglesia- construcción material -al espiritual de Iglesia-sociedad de los creyentes-, cada uno en la Iglesia es objeto de amor. Quien entra en la Iglesia entra en una atmósfera de amor. Nadie diga: Yo aquí soy forastero. Cada cual diga: Esta casa es mía. ¿Estoy en la Iglesia? Estoy en caridad. Aquí soy amado, porque soy esperado, acogido, respetado, instruido, curado, dispuesto para el encuentro que todo vale, para el encuentro con Cristo, camino, verdad y vida. 

Para encontrar verdaderamente a Cristo es necesaria la Iglesia. Y si vuestra atención se hace más tensa, tal vez oiréis que se pronuncia vuestro nombre; sí, aquí se pronuncia vuestro nombre personal porque la Iglesia es el ambiente en el cual Cristo mantiene un diálogo silencioso pero inconfundible con sus seguidores verdaderos. La Iglesia es el redil de Cristo, en el que Él, buen Pastor -como le llama el Evangelio- hace oír su voz. La Iglesia es el auditorio de Cristo. Todo fiel puede percibir aquí el sentido y el valor de la propia existencia; puede sentirse llamado a dar a su vida una misión propia, un destino humano y sobrehumano a la vez.

Aquí terminamos este sencillo discurso, pero no sin responder a la pregunta que, al principio, os hicimos: la impresión que debéis llevaros de esta audiencia es la de haber llegado a un punto de perspectiva entre los más afortunados para contemplar el panorama de la vida y encontrar a Aquél que la ilumina toda, Cristo, Señor".

(Pablo VI, Audiencia general, 13-marzo-1968).

9 comentarios:

  1. Padre algunas de las frases de este escrito me han resultado especialmente impactantes.
    Fuera de eso, me da por pensar que esa identificación de la Iglesia a través de la Fe radica mucho más en lo que no se ve, que en lo que se ve.
    Sigo rezando. DIOS les bendiga.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El domingo 16 don Javier nos alentaba así: “Un blog no es una comunicación lineal (autor-lectores), sino interactiva (también entre todos)”.

      Bien en esa línea, esta “independiente pero disciplinada” católica: Antonio, salvando que yo no haya entendido su comentario, hay mucho y muy importante en la Iglesia que es visible; somos, más o menos, mil doscientos millones de católicos; ninguna “revolución” ha reunido un contingente tan numeroso y muchos muestran diariamente que no son mediocres.

      Si a ello unimos que Juan de la Cruz, Agustín, Juan de Ávila, Teresa de Jesús… están vivos “físicamente” en sus obras, hay mucho, muy bueno y muy importante en lo que denomina “identificación de la Iglesia” en su comentario. No debemos olvidar que Jesús se encarnó, se hizo hombre visible. Quizá, a mi juicio y con mi petición de disculpas anticipada, nos falte unirnos para algo más que mirarnos entre nosotros.

      Un saludo.

      Eliminar
    2. Es verdad que en la Iglesia es mayor lo que no se ve que lo que se ve: es mayor el Misterio, la gracia, la santificación, la Comunión de los santos, que todas las cosas visibles.

      Pero, tal como recuerda Julia María, es igualmente visible, encarnada, real, palpable. Una Iglesia meramente espiritual sin visibilidad es la tesis protestante. El misterio de la Iglesia es similar al misterio del Verbo encarnado, donde se junta lo visible y lo invisible, lo humano y lo divino.

      Eliminar
  2. La fe no es sentimiento, no es experiencia subjetiva romántica. El sentido hondo de la pertenencia a la Iglesia, visible e invisible, es adhesión a Jesús de Nazaret, a Cristo; fe eclesial, fe de todo el pueblo cristiano desde el siglo I. En el medio secular también prestamos nuestra fe, fe humana, adhiriéndonos a lo descubierto por otros hombres; por ejemplo, al margen de matemáticos profesionales o aficionados, todos nosotros hemos prestado nuestra fe, sin comprobación alguna, al número π (pi) de Euclides quien, tomando estudios iniciados ya en el Antiguo Egipto, lo definió como relación constante entre la circunferencia y su diámetro.

    “Al crecer y ahondar en la fe, sin lugar a dudas, crecemos en el sentido íntimo y místico de la misma Iglesia, y nos gozamos de pertenecer a ella”, dice el texto. La mayoría de los que se marchan a otros grupos religiosos, o quieren conducir a la Iglesia bajo su capricho, o simplemente la abandonan, lo hacen sin realmente conocerla. “La Iglesia -se afirma-, ¿a quién interesa?” Respondo: a quien realmente se preocupa y se ocupa en conocer a Jesús de Nazaret, al Hijo de Dios.

    Hoy la Iglesia celebra la vida de san Luis Gonzaga, el santo de la pureza de corazón, hijo de una mujer piadosa que había apoyado la vocación de su hijo y estuvo presente en su beatificación ¡Cuanto debemos a las madres de los sacerdotes! Y una divertida frase, aunque políticamente incorrecta: “casto a pesar de Gonzaga, pobre a pesar de noble, y obediente a pesar de jesuita”.

    A veces, echamos la culpa de nuestras reacciones a los que nos rodean; pensamos: si fuesen santos, yo sería bueno (y además ¡humilde!), pues ahí va una anécdota. Cuando Luis era novicio en Roma, una tarde de paseo no pudo salir del colegio porque estaba enfermo. Cuando los novicios volvieron de su paseo, uno de ellos exclamó. -¡Qué bien lo hemos pasado! Menos mal que Luis no ha venido con nosotros-. No es la maldad de los que nos rodean la que nos impide ser buenos; convivir con un santo no es nada fácil porque, aunque no lo pretenda, te deja siempre en evidencia.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Julia María:

      ahondando en lo que dice, yo añadiría también que la Iglesia le interesa a aquél que busque realizar plenamente su propia humanidad, porque en la Iglesia encuentra la humanidad más plena, la de Cristo, y vive en un pueblo nuevo de hombres nuevos. Tal vez sea que lo humanum hoy está tan decaido, tan arrinconado, que se prefiere vivir en la reducción de lo humano.

      En cuanto a san Luis Gonzaga: no sabía la anécdota. Yo le daría la vuelta. A veces no es fácil vivir con un santo porque nos pone en evidencia, pero también a veces puede ser difícil por otros motivos. Como la santidad no anula la naturaleza ni lo humano ni el carácter ni las propias manías, hay santos con los que es muy difícil convivir y otros que sería facilísimo. Yo no me imagino conviviendo con san Jerónimo, por ejemplo...

      Eliminar
    2. ¿Conoce el chiste de la suegra y el cielo? Murió doña María para felicidad de su yerno Juan, quien no podía soportarla pues María tenía un genio vivo. Miel y dulzura se prometía Juan, pero la tranquilidad dura poco en la casa del pobre y unos días después Juan falleció repentinamente (algún mal pensado se malició una maldición de doña María).

      Juan, después de pasar por el Purgatorio donde clamó desde lo más profundo de su ser ¡Misericordia, Señor!, vio como san Pedro le abría la puerta del cielo con una llave grandota. Se quedó extasiado, hasta los mosquitos celestiales se preguntaban si hacer casa en la boca abierta de Juan que, incapaz de mantenerse en pie en pleno éxtasis, se sentó en lo que parecía un hermoso banco. Al mirar a su derecha ¿a quién vio? ¡A doña María! Y preguntó: ¿A mi lado por toda la eternidad? ¡A Dios le gustan las bromas!

      Mira que si le toca san Jerónimo como “compi” del cielo… No le “tiente” que, con su viveza de genio, bien puede decir: “pues yo me pido a don Javier”.

      Que conste que sólo tengo un yerno, quien por sobrenombre tiene: “mi querido yerno”; cariño que no es gratuito pues el muchacho me corresponde. Aún así, a mi lado toda la eternidad: no, por favor, al lado de su querida Mariajo que yo tengo muchas cosas que hacer desde el cielo.

      Un abrazo.

      Eliminar
  3. “Un lenguaje incomprensible” ¿No será que tú no quieres ocuparte en comprenderlo? ¿No será que te conformas con la simpleza (que no sencillez) del lenguaje de tu época, porque responde a lo que te “atrae”? Características todas del lenguaje de la Iglesia: mensajes importantísimos al consciente, preconsciente e inconsciente.

    La catedral parece ser la de Orvieto, pero no estoy segura. Además del románico, me gusta el gótico.

    “Cada cual diga: Esta casa es mía”. “El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre», dice el Señor”. (Laudes). Hoy les pido una oración por Nicolás, uno de los cinco fundadores de los Veilleurs, movimiento francés de oración a favor de la familia, detenido y condenado a cuatro meses de cárcel.

    ¡Qué Dios les bendiga!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Disculpe "mi precipitación" escribiendo el comentario en la entrada anterior sin esperar a que vd se diera cuenta de la ausencia de la ventana, pero es tan atrayente el texto de hoy que no he podido resistirme a comentar después de una mañana llena de "vivas" discusiones; ha sido como un remanso de paz. Le doy un poco más de trabajo pero ¿sería tan amable de borrarlos en la entrada anterior" Yo no se hacerlo.

      Eliminar
    2. Julia María:

      La foto la tengo archivada como "Catedral de León".


      No hubo precipitación por su parte. No me di cuenta de que no se podían escribir comentarios hasta su aviso.

      Saludos!!!!

      Eliminar