Una cita de S. Bernardo, santo abad cisterciense resulta iluminadora para la tarea de comentar los salmos en estas catequesis. Escribe o predica S. Bernardo, en el sermón nº 7 sobre el Cantar de los Cantares:
“Salmodiad sabiamente. Como un manjar para la boca así de sabroso es el salmo para el corazón. Sólo se requiere una cosa: que el alma fiel y sensata los mastique bien con los dientes de la inteligencia”.
El salmo de hoy es el salmo 70. Refleja una situación humana, al menos lo que es la letra del salmo: la situación de una persona anciana o muy enferma que pide el auxilio de Dios.
Si nos fijamos, vemos que todos los salmos van reflejando las distintas circunstancias de nuestra vida: hay salmos para darle gracias a Dios, salmos para alabarle, salmos para la enfermedad, salmos para la muerte, salmos para confesar nuestros pecados... Toda nuestra vida está condensada y reflejada en los salmos.
En éste hay una situación muy concreta, la enfermedad, la ancianidad o la persecución. “Mi boca contará tu auxilio”. Hagamos en primer lugar, como siempre, la lectura cristológica. Cristo reza los salmos, Cristo está escondido en los salmos. Dice Cristo en el salmo: “A ti Señor me acojo, no quede yo derrotado para siempre”. Es el grito, si no con los labios, sí con el corazón, que Cristo hace en la cruz: “que no quede yo derrotado para siempre, que no me quede yo en la muerte, que tú me resucites según tu promesa”. “Tú que eres justo, líbrame, y ponme a salvo. Inclina a mí tu oído, y sálvame”.