Sin entrar en polémicas estériles, ni meras discusiones tan en boga hoy a veces en los medios católicos, vamos a limitarnos al campo propio de este blog, que es el de la formación catequética. En esta ocasión, para precisar algunos puntos o elementos sobre el Concilio ecuménico Vaticano II (1962-1965).
"Lo que fue": fue un Concilio y por tanto Magisterio de la Iglesia que pide el asentimiento religioso y obsequioso de la fe, la obediencia. Para ello, es imprescindible conocerlo, leer sus 4 Constituciones, sus decretos y declaraciones, porque son la enseñanza de la Iglesia y la ruta hoy para que la sigamos. Muchos sínodos después han ido perfilando y ahondando, desglosando la doctrina conciliar: laicado, presbíteros, religiosos, Palabra, etc., plasmados luego en exhortaciones apostólicas post-sinodales.
"Lo que fue": un Concilio, y un Concilio es, al final, sus documentos. No son impresiones particulares ni la explosión afectiva e impactante del momento. El Concilio es aquello que hoy son sus documentos. ¿Leídos? Yo creo que no... simplemente aludidos, pero nunca trabajados a fondo. Hay un cuerpo doctrinal válido que necesitamos conocer y asimilar.
“¿Qué tenía de particular este Concilio? Y ¿en qué medida sus resultados interesan a la vida de los pueblos que representáis?
Los Concilios, como sabéis, son por definición hechos esencialmente religiosos y que conciernen primero a la renovación interna de la vida de la Iglesia. La Iglesia hace, si se puede decir así, su examen de conciencia, en función a la vez de los principios de conducta inmutables que recibe de su divino Fundador, y de “los signos de los tiempos” que ella discierne como manifestaciones significativas de este mundo al que ella ha recibido la misión de llevar el mensaje de la salvación.
El Concilio que acaba de concluir ha tenido, en este aspecto, algo particular, que, gracias al progreso de las técnicas y al vasto desarrollo de las comunicaciones sociales, la Iglesia ha procedido en público y por así decir ante los ojos del mundo a este puesta en orden, a esta “revisión de vida”, a este “aggiornamento”, por retomar el término que expresa tan bien la feliz intuición que tuvo Nuestro Predecesor, el llorado Papa Juan XXIII” (Pablo VI, Discurso al Cuerpo diplomático, 8-enero-1966).
Por tanto, un Concilio es un hecho extraordinario de la vida de la Iglesia, donde los sucesores de los Apóstoles con Pedro y bajo Pedro, oran al Espíritu Santo y deliberan como pastores y maestros del Pueblo cristiano. En este caso concreto, no para definir doctrina, formulada en dogmas -como en Nicea o Éfeso...- sino para reformar y revisar -como en algunos de los Concilios Lateranos o Trento, por ejemplo-. Esto es necesario. La fe es la misma, el sujeto-Iglesia es el mismo, pero las adherencias históricas innecesarias deben ser eliminadas y la Iglesia embellecida, rejuvenecida. Al mismo tiempo, afrontar y dar respuesta a los desafíos concretos de cada época.
Evidentemente, y esto no admite discusión alguna, la adhesión a este Concilio debe ser firme y sin fisura, como firme y sin fisura será la adhesión a todos y cada uno de los Concilios de la Iglesia.
"No somos del Vaticano II" rechazando los anteriores Concilios; ni tampoco rechazamos o rebajamos su importancia -como algunos se empeñan- argumentando que no definió dogma alguno y era "pastoral" (olvidando que también tiene Constituciones dogmáticas); ni soñamos con un Concilio Vaticano III ya, inmediato, transgresor, que hiciera un maridaje absoluto con la moda ideológica de esta post-modernidad.
Y esta adhesión, reiteramos, pasa por la lectura y estudio, así como aplicación, de sus documentos magisteriales interpretados después por el Magisterio pontificio contemporáneo.
Esto en cuanto a "lo que fue".
"Lo que no fue" el Concilio Vaticano II es igualmente amplio para definir. Con muchísima frecuencia, en lugar de los documentos, el Concilio se ha identificado con un "espíritu" etéreo, un talante, que innovaba todo amparándose en el Concilio sin haber leído el Concilio. Amparados en ese "espíritu", muchos despropósitos se han cometido, una reinterpretación liberal y secularizadora de la fe que ha arrasado al pueblo cristiano y cuyas consecuencias hoy, tantos años después, están bien patentes.
¿Lo que se pretendía era innovar, es decir, destruir lo anterior en la vida de la Iglesia y realizar una acomodación a las modas ideológicas del momento, desplazar a Dios y situar al hombre y el horizonte social? ¡Evidentemente no!
Pablo VI explicaba así estas tendencias:
“Podríamos añadir otra objeción, quizás la más grave. Un acercamiento de la Iglesia al mundo contemporáneo, ¿no exige de la Iglesia una convulsión profunda de todo su ser?, ¿de toda su doctrina?, ¿de toda su ley moral y canónica? Se ha hablado de “aggiornamento”: ¿acaso se consiente el abandono de la tradición, de los dogmas, de la disciplina filosófica?, ¿de las estructuras eclesiásticas? ¿Se puede entonces modelar a placer una concepción nueva de la constitución de la iglesia, y se puede someter su doctrina a una interpretación nueva y obtener una “teología moderna”, que tenga en cuenta mayormente la mentalidad corriente y su repugnancia para admitir verdades superiores a su espontáneo entendimiento, y no la enseñanza definida autorizadamente por la Iglesia, incluso, tal vez, de la misma palabra de la Escritura? ¿Para ir al mundo no es más fácil aceptar su modo de pensar? ¿O debemos al menos ofrecerles un modo original y desafiante de concebir las cosas de la religión?
Y podríamos añadir otro modo de pensar y de actuar, que parece, pero no exactamente, uniformarse por completo a la indicación conciliar, es decir, el de concebir la misión de la Iglesia como dirigida primera y principalmente al servicio del hombre, más que al culto de Dios y al apostolado religioso. Tal vez sepáis cómo esta concepción de la misión de la Iglesia, y del sacerdocio en particular, ha interesado y también turbado las discusiones en el campo católico” (Pablo VI, Audiencia general, 12-julio-1967)
Se intentó -se intenta aún hoy- una Nueva Iglesia, en clara ruptura con la identidad del sujeto-Iglesia. Un antropocentrismo devastador excluía a Dios y el sentimiento religioso, y desembocaba en tareas seculares, en un pragmatismo que buscaba sólo la transformación del orden temporal. La secularización campó a sus anchas y la Iglesia -la Nueva Iglesia- se reducía a la justicia social (como lenguaje demagógico), a los valores (la solidaridad, la justicia, la paz), a los pobres (recurso igualmente demagógico, cuando siempre asistió a los pobres sin secularización alguna). El dogma se vació de sí mismo para que entrase el discurso y la ideología.
"La solicitud por la fidelidad doctrinal, que fue anunciada al comienzo del reciente Concilio de una manera tan solemne, debe, por tanto, guiar este período nuestro postconciliar y con tanta mayor vigilancia por parte de quien en la Iglesia de Dios ha recibido de Cristo el mandato de enseñar, de defender su mensaje y de custodiar el "depósito" de la fe, cuanto más numerosos y más graves son los peligros que hoy la amenazan..., peligros enormes a causa de la orientación irreligiosa de la mentalidad moderna y peligros insidiosos que del interior mismo de la Iglesia se insinúan por obra de maestros y de escritores, deseosos, sí, de dar a la doctrina católica una nueva expresión, pero a menudo más deseosos de acomodar el dogma de la fe al pensamiento y al lenguaje profano, que de atenerse a la norma del Magisterio Eclesiástico, dejando así libre curso a la opinión de que, olvidadas las exigencias de la ortodoxia, se pueden escoger las verdades de la fe que, a juicio de una instintiva preferencia personal, parecen admisibles, rechazando las demás, como si se pudiesen reivindicar los derechos de la conciencia moral, libre y responsable de sus actos, frente a los derechos de la verdad, sobre todo los de la Divina Revelación, o como si pudiera someterse a revisión el patrimonio doctrinal de la Iglesia para dar al cristianismo nuevas dimensiones ideológicas, muy diversas de las teológicas, que la genuina tradición delineó, con inmensa reverencia, al pensamiento de Dios” (Pablo VI, Disc. de inauguración del Sínodo, 29-septiembre-1967).
Lo que no fue el Concilio Vaticano II es un apoyo al sociologismo en todo, ni al análisis marxista de la realidad: un materialismo dialéctico, favorecedor de la lucha de clases incluyendo la revolución y la lucha armada, de las bases contra el sistema opresor, negando lo sobrenatural y anclando el paraíso únicamente en la tierra. Y eso aun cuando, en el postconcilio, este análisis marxista campeó a sus anchas entre católicos y se vendía la falsa idea de que lo más cercano al cristianismo era la utopía comunista.
El fin de la Iglesia ni es terreno ni es la búsqueda de la justicia social, implantando un orden nuevo mediante la revolución.
“Algunos querrían que la Iglesia... se comprometiera a fondo en lo temporal -social, político y económico- y no dudara en sostener, si fuera necesario, a cuantos quieren hacer reinar la justicia en la sociedad, reformándola por medio de la violencia. Los cristianos de este siglo, dicen ellos, deberían “actuar como revolucionarios en beneficio del hombre”...
La Iglesia no puede aprobar a quienes pretenden alcanzar este objetivo tan noble y legítimo a través de la subversión violenta del derecho y del orden social. La Iglesia tiene conciencia, es cierto, de adoptar con su Doctrina, una revolución, si con este término se entiende un cambio de mentalidad, una modificación profunda de la escala de valores” (Pablo VI, Discurso al Cuerpo diplomático, 7-enero-1967).
Lo que no fue el Concilio Vaticano II es la aprobación del disenso y del subjetivismo en virtud del cual cada uno hacía lo que pensaba mejor y, fruto del subjetivismo, se dejaba al lado a la misma Iglesia y cada comunidad se escindía en la práctica creando su liturgia, su moral, su espiritualidad, su doctrina. La relajación de la disciplina y del orden en la Iglesia, así como de la piedad y la espiritualidad, no encajan con el Concilio Vaticano II, sino más bien con otras corrientes culturales e ideológicas ajenas a la Iglesia.
Es verdad que todo ese caos era el relativismo dentro de la Iglesia, y algunos lo justificaban con la pretenciosa frase del "espíritu del Concilio"; pero era imposible que esa desintegración eclesial pudiese aportar un documento o un párrafo que avalase esas conductas pastorales.
Pablo VI, recién acabado el Concilio, advertía de esa desintegración y esos gérmenes de disenso y ruptura, pidiendo la Comunión eclesial y la unidad en la fe.
“Un nuevo período histórico comienza para la Iglesia. Es necesario de veras que cuantos amamos esta santa y bendita Iglesia de Dios, cuantos tenemos en ella autoridad, o funciones distintas, cuantos advertimos la hora peligrosa y tal vez decisiva que la fe de nuestro pueblo está atravesando, es necesario, decíamos, que procuremos tener ideas claras y seguras, movimientos estudiados y coordinados, compromiso fuerte y generoso. ¿No se puede proceder a la buena de Dios, cada uno por su cuenta respecto a las costumbres del pasado, como si fueran intangibles tradiciones, apelando al Concilio, como si su autoridad cubriese cualquier arbitraria novedad?...
A este respecto nos parece muy importante que el espíritu de nuestro clero vuelva a encontrar su lucidez y equilibrio. Nadie ignora que una duda de incertidumbre y de inquietud se ha abatido en el camino de muchos de nuestros sacerdotes, dando con frecuencia origen a una problemática muy variada, compleja y desordenada, que con facilidad repudia costumbres respetabilísimas en la piedad y en las formas eclesiásticas, hasta ayer mantenidas con merecido honor, orienta, en compensación, sus pensamientos hacia las realidades temporales y hacia un mortificante conformismo con el mundo profano” (Pablo VI, Discurso a los participantes en la XVI Semana nacional de Actualización pastoral, 9-septiembre-1966).
En muy poco tiempo, menos de un año de la clausura en sesión solemne del Vaticano II, se vio una situación extraña: en vez de florecer la vida cristiana, cundía la apatía y el desencanto a la vez que florecían los gérmenes de subjetivismo que antes describíamos.
“Os decimos a vosotros, fieles, a vosotros, jóvenes, especialmente, que tenéis tanta necesidad de luz y de certeza y que por la fe sabéis realizar cosas fuertes y grandes: es necesario dar a la fe impresiones y expresiones vivas y sinceras.
Nuestra exhortación se consuela con el fervor, que con tanta complacencia y con tanta esperanza Nos observamos que recorre el Cuerpo místico, que es la Iglesia; pero igualmente hay que destacar que nacen ciertos estados de ánimo difundidos en algunos grupos del Pueblo cristiano, los cuales parecen indicar una menor intensidad de fe, algún cansancio, algún menor entusiasmo de saberse católico; y esto especialmente cuando por fe no entendemos un simple sentimiento religioso, sino que entendemos la adhesión firme, convencida, operante, a la verdad, que la Iglesia católica de manera autorizada nos propone para creer. ¿Qué ha ocurrido? Quizás la consideración, legítima y obligada, de la personal libertad del acto de fe ha prevalecido sobre la de la plenitud y fuerza, que este acto de fe debe asumir en el ánimo del creyente, y ha producido alguna duda habitual; quizás la dificultad de comprender cómo el objeto de la fe no puede con el tiempo cambiar, mientras se asiste a la evolución historicista de cada ciencia humana, pero debe conservarse en su objetiva integridad, también cuando lo exploramos con nuestra siempre nueva meditación, lo profundizamos con mejor comprensión y lo adaptamos, firme el contenido, al lenguaje y la confrontación con la cultura profana; quizás la facilidad, con la que quien prescinde del magisterio eclesiástico modela para su espíritu como le parece la Palabra de Dios: ha tentado a alguno a preferir tal método subjetivo al dogmático y objetivo de la doctrina católica; y quizás la desconfianza, difundida por tantas voces extrañas y hostiles, hacia la autoridad docente de la Iglesia ha sorprendido al fin a la certeza de sus enseñanzas” (Pablo VI, Audiencia general, 7-septiembre-1966).
Todo esto ni mucho menos era el fruto del Concilio Vaticano II como algunos hoy, machaconamente, repiten. En un año -véase la fecha de los discursos aducidos aquí- afloró lo que ya previamente estaba introducido en la Iglesia. Las corrientes, que a principios del siglo XX se las denominó "modernismo", estaban agazapadas, no muertas, y afloraron con fuerza cuando en los años 60 -piénsese en el mayo del 68- el relativismo absoluto supuso una quiebra en la cultura y el pensamiento.
La suciedad moral y la basura de tantas corrupciones no era de ayer; había comenzado en los años 40 y 50, como desgraciadamente podemos hoy saber. Tampoco esto es fruto del Concilio Vaticano II. Esto es lo que no fue el Vaticano II. Ahora, con simplismo histórico, todos los males actuales se le quieren atribuir a dicho Concilio.
Creo que debemos situarnos.
"Lo que fue" el Concilio ya lo vimos, y su deducción lógica es que hemos de retomarlo, leerlo, estudiarlo, trabajarlo así como el Magisterio pontificio que lo desarrolla y aplica, y luego tenerlo como una hoja de ruta clara.
"Lo que no fue" el Concilio lo acabamos de describir someramente. No nos dejemos arrastrar por los análisis de un signo o de otro que destruyen finalmente el Concilio en aras de la ideología (tanto del progresismo que construye una "nueva Iglesia", como del integrismo que niega la validez al Concilio Vaticano II).
Buenos días don Javier. Esta entrada nos centra y permite argumentar con firmeza. Seguiré leyendo los documentos del concilio.Un abrazo.
ResponderEliminarTengo que entrar de nuevo para leerlo detenidamente. No tengo mucho tiempo.
ResponderEliminarFeliz día.
Hay un precioso discurso del cardenal Piacenza a los seminaristas en
ResponderEliminarhttp://www.clerus.org/clerus/dati/2011-09/30-13/LA_4X11_Incontro_Seminaristi_es.html
Les dice con otras palabras, lo mismo que don Javier en la catequesis de hoy:
"Vosotros habéis nacido en el Postconcilio (creo casi todos) y quizás, por eso sois hijos del Concilio, en cuanto más inmunes a las polarizaciones, a veces ideológicas, que la interpretación de aquel Acontecimiento providencial ha suscitado.
Seréis vosotros, probablemente, la primera generación que interpretará correctamente el Concilio Vaticano II, no según el “espíritu” del Concilio, que tanta desorientación ha traído a la Iglesia, sino según cuanto realmente el Acontecimiento Conciliar ha dicho, en sus textos, a la Iglesia y al mundo.
¡No existe un Concilio Vaticano II diverso del que ha producido los textos hoy en nuestra posesión! Y en estos textos nosotros encontramos la voluntad de Dios para su Iglesia y con ellos es necesario confrontarse, acompañados por dos mil años de Tradición y de vida cristiana.
La renovación es siempre necesaria a la Iglesia, porque siempre necesaria es la conversión de sus miembros, ¡pobres pecadores! ¡Pero no existe, ni podría existir una Iglesia pre-Conciliar y una post-Conciliar! Si fuera así, la segunda – la nuestra – ¡sería histórica y teológicamente ilegítima!
Existe una única Iglesia de Cristo, de la que vosotros formáis parte, que va desde Nuestro Señor hasta los Apóstoles..."
Y sobre la necesidad que tiene la Iglesia de sacerdotes santos, no me resisto a copiar otras frases, aunque sean off topic:
"Primado de Dios significa primado de la oración, de la intimidad divina; primado de la vida espiritual y sacramental. La Iglesia no tiene necesidad de gestores, ¡sino de hombres de Dios! No tiene necesidad de sociólogos, psicólogos, antropólogos, politólogos - y todas las demás actuaciones que conocemos y podemos imaginar -.
La Iglesia tiene necesidad de hombres creyentes y , por tanto, creíbles, de hombres que, acogida la llamada del Señor, ¡sean sus motivados testigos en el mundo!
Primado de Dios significa primado de la vida sacramental, vivida hoy y ofrecida, a su tiempo, ¡a todos nuestros hermanos! Muchas cosas pueden encontrar los hombres en los otros; en el Sacerdote, sin embargo, buscan lo que sólo él puede dar: la divina Misericordia, el Pan de vida eterna, un nuevo horizonte de significado ¡que haga más humana la vida presente y posible la eterna!"
Esto del Concilio es un tema muy serio.
ResponderEliminarEstoy plenamente de acuerdo con el post.
A mi parecer, el problema del Concilio estriba en qué actitud debe tomar el católico ante los textos que parecen (y digo "parecen")contradecir las enseñanzas anteriores de la Iglesia, sobre todo el tema del ecumenismo y la libertad religiosa.
Creo que en este párrafo está el quid de la cuestión:
""Lo que fue": un Concilio, y un Concilio es, al final, sus documentos. No son impresiones particulares ni la explosión afectiva e impactante del momento. El Concilio es aquello que hoy son sus documentos. "
Está claro que un Concilio son sus documentos. Pero no vistos de forma autónoma e independiente. Es necesario ver el Magisterio como parte de todo un organismo de doctrina,
leer los textos conciliares A LA LUZ de todo el Magisterio anterior para poder interpretarlos correctamente, y no como textos aislados o independientes. Porque los textos conciliares no son independientes del corpus magisterial anterior, sino que se nutren de él para poder ser inteligibles según el sentido correcto.
Y en las cosas que no entendemos o a nuestro parecer son ambiguas, lo que toca a un católico es la obediencia, y deponer el juicio, pensando que hay cosas que se nos pasan por alto, aspectos que giran como en prisma y muestran una faceta de la verdad que la Providencia Divina desea resaltar y que puede ser que no comprendamos.
En definitiva, un católico cree en la Iglesia primitiva, cree en la Iglesia de la Edad Media, cree en la Iglesia del s. XIX y también (necesariamente) ha de creer en la Iglesia actual, no puede dejar de creer en la Iglesia mal llamada "postconciliar", porque una y la misma es la Iglesia de siempre y de todas las épocas.
ResponderEliminarSiempre necesitada de renovación en este mundo en que peregrina, pero siempre la misma en su integridad sustancial y eterna.
Por esto, si creemos en la Iglesia, no es porque sus textos y documentos conciliares nos parezcan adecuados; (en este caso, la confianza en la Iglesia recaería en nosotros, y no en las promesas de Dios).
Creemos en la Iglesia porque creemos en Cristo
Por último, quisiera incidir en una cuestión importante.
ResponderEliminarHay quienes justifican su derecho a la desobediencia y el disenso respecto al Concilio alegando "razones de conciencia". Opinan que es preciso obedecer antes a la conciencia si ésta dice que los textos conciliares la contradicen.
A esto hay que objetar que en modo alguno se puede acudir a la conciencia para justificar el disenso. Porque es el Magisterio de la Iglesia el que educa y forma la conciencia, y ésta debe adecuarse voluntariamente a él para capacitarse en la recta emisión de jucios verdaderos.
Es decir, la conciencia ha de educarse conforme al sentido de la verdad, que enseña el Magisterio y no tiene pues autonomia para ponerse por encima de él.
Certero análisis D. Javier. Enhorabuena. Un abrazo en el Señor :)
ResponderEliminarNIP:
ResponderEliminarEs imprescindible esta etapa de profundización y aplicación de los documentos conciliares. Para ello hay que estudiarlos, trabajarlos, en su complementariedad, leyendo unos a la luz de los otros y con los documentos emanados del Magisterio pontificio posterior que los clarifican y desarrollan.
Aprendiz:
Gracias por el texto del card. Piacenza, desconocido para mí. Una alegría ver que las ideas son las mismas que las expuestas en esta catequesis de hoy.
Alonso Gracián:
ResponderEliminarDe acuerdo con toda su exposición, incluido el matiz buenísimo sobre la conciencia. Sólo precisaría que el Concilio no sólo hay que leerlo a la luz del Magisterio anterior; éste se prolonga, se amplía y se profundiza en el Concilio, y éste se entronca en lo anterior. Pero también hay que sumar el Magisterio pontificio posterior que es el que realiza la verdadera interpretación y exégesis.
Amigo Miserere:
ResponderEliminarGracias por sus palabras.
A partir de sus palabras quiero recordar algo elemental para todos. Este blog es catequesis y formación, es decir, se sitúa en una línea distinta de otros blogs. No quiere ser opinión, ni análisis del autor; quiere ser enseñanza eclesial, formación. Por tanto, una tribuna, una cátedra, un púlpito y una sede, para realizar un oficio sacerdotal, el de enseñar.
Quien venga aquí debe saber que esto es sólo enseñanza de la Iglesia. Mis opiniones, tal vez personalísimas en algunos temas, me las reservo porque no puede ser este blog (esta comunidad) el lugar de sumar opiniones, sino de formar y querer ser formados entre todos.
(P.D. Miserere: el ordenador ya me lo dejaron perfecto y el viejo portátil se lo voy a entregar a este amigo para que lo formatee, lo actualice, le cambie la batería, etc. Vuelvo al mundo de la normalidad... mientras redacto y pulo la defensa de la tesina que he de leer).
Amigo mío, dice vd.:
ResponderEliminar"Pero también hay que sumar el Magisterio pontificio posterior que es el que realiza la verdadera interpretación y exégesis. "
Esto lo entiendo en el sentido de un progresivo enriquecimiento. TODO Magisterio es verdadero y realiza por sí en acto y en la historia la verdadera interpretación. Que esta pueda desarrollarse más con posterioridad es cuestión de profundización.
Lo que el CVII pretende es "desarrollar", "profundizar" lo anterior.
no en el sentido de una re-interpretación o rectificación del Magisterio antiguo. El Magisterio posterior no es más verdadero que el anterior, sino en todo caso más amplio, más desarrollado, etc.
El Magisterio puede profundizar más sobre verdades, pero de ningun modo reinterpretarlas a la manera de una rectificación sustancial.
Es curioso cómo el Concilio Vaticano II comienza "insistiendo en el ejemplo de los Concilios anteriores" (Lumen gentium 1)
Las verdades del CVII han de comprenderse desde las verdades anteriores. Es el Magisterio antiguo, que recoge las verdades de la Escritura y la Tradición, el que ilumina el camino del nuevo. Lo que el Magisterio nuevo hace es profundizar verdades.
De hecho, la Dignitatis humanae por ejemplo se basa en un estudio de las enseñanzas de los Papas anteriores, como asimismo declara al decir que "pretende desarrollar la doctrina de los Sumos Pontífices más recientes" (DH 1)
En fin, es sólo un matiz en el que creo estamos de acuerdo, era sólo por aclararlo un poco más.
ResponderEliminarUn abrazo
Es decir, con el Magisterio posterior sabemos más de lo que ya sabíamos, pero no sabemos cosas sustancialmente nuevas o diferentes a las que ya sabíamos, sino lo mismo, pero más profundo, rico y ampliado.
ResponderEliminarCreo que su comentario citado se refiere más bien a la clarificación de aspectos del Magisterio poco desarrollados o que pueden no ser bien comprendidos.
ResponderEliminarPor ejemplo.
Es perfectamente posible que en un futuro el Magisterio aclare sobre la interpretación verdadera que hay que dar a ciertos pasajes del Concilio Vaticano II. En este caso, el Magisterio posterior iluminará sobre cómo ha de leerse el anterior para despejar dudas.
Me parece que a esto, y no a la varibilidad del magisterio, claro está, es a lo que se refería vd con eso de que el Magisterio posterior nos da la verdadera interpretación .
Un abrazo muy fuerte
Resulta muy significativo que cuando Juan Pablo II y Benedicto XVI han aclarado aspectos del CVII lo han hecho en numerosas ocasiones acudiendo al Magisterior anterior, por ejemplo al Tridentino, o al Vaticano I, o a Pío XII, o utilizando a los Padres y a los Doctores de la Iglesia. El Catecismo lo hace constantemente.
ResponderEliminarEs decir, en caso de duda, se acude a lo "antiguo", a la fuente, a lo anterior...
Es en este sentido en que podemos interpretar, en otro orden de cosas, que los últimos Papas estén intentando re-orientar la teología contemporánea hacia los que fueron los dos pilares de la teología clásica, San Agustín y Santo Tomás... y através de ellos a las fuentes patrísticas. Esto lo vemos en los teólogos más afines a los últimos papas. De Lubac, Bouyer, Columba Marmion, etc.
Amigo mío, Alonso:
ResponderEliminarParece que al principio no captó exactamente lo que yo pretendía afirmar. Su penúltimo comentario, por fin, halló la respuesta:
"Creo que su comentario citado se refiere más bien a la clarificación de aspectos del Magisterio poco desarrollados o que pueden no ser bien comprendidos...
Me parece que a esto, y no a la varibilidad del magisterio, claro está, es a lo que se refería vd con eso de que el Magisterio posterior nos da la verdadera interpretación".
Eso era, amigo mío, eso era.
Un abrazo
Realmente, es importante darse cuenta de que el Magisterio de la Iglesia ES el sentido de la Escritura y de la Tradición.
ResponderEliminarEs decir, que no es sólo un aspecto más de la Iglesia docente, sino que es una acción del Espiritu de la verdad de Cristo,que por voluntad del Padre opera a través de la Iglesia.
Está claro que el Espíritu de la Verdad sopla donde quiere, y por eso sopla en la Iglesia, porque en la Iglesia es donde quiere soplar.