2. Conviene aplicar nuestro ánimo a la oración y la súplica con tal perseverancia, que lleguemos a superar con firmísima voluntad las molestas sugestiones de los deseos carnales que se insinúan a través de los sentidos, e insistir todo el tiempo hasta que las venzamos con nuestra tenacidad, ya que una súplica negligente ni siquiera logra conseguir de los hombres lo que desea.
3. Cuando uno ora, invoca la asistencia del Espíritu Santo. Mas tan pronto como él llega, al punto se desvanecen las tentaciones de los demonios que asaltan al alma humana al no poder soportar la presencia de Aquel.
4. Orar es propio del corazón, no de los labios, pues Dios no atiende a las palabras del que suplica, sino mira al corazón del que ora. Pero si el corazón ora en secreto y la voz se calla, aunque (la plegaria) se oculte a los hombres, no puede ocultarse a Dios, que está presente en la conciencia. Efectivamente, es preferible orar interiormente en silencio, sin sonido de palabras, que con solas las palabras, sin aplicación de la mente.
5. Nunca se ha de orar sin lágrimas, pues el recuerdo de los pecados engendra aflicción; mientras oramos recordamos las culpas, y entonces nos reconocemos más culpables. Así, pues, cuando comparecemos ante Dios, debemos gemir y llorar al acordarnos cuán graves son los crímenes que cometimos y cuán terribles los suplicios del infierno que tememos.
6. El alma, cual se presenta en la oración, así debe mantenerse después de ella. Porque de nada aprovecha la oración si reiteradamente se comete el pecado del que nuevamente se pide perdón. Aquel, sin duda, percibe el fruto que espera de la plegaria que no reitera con sus faltas lo que pide se le perdone en la oración.
7. Nuestra alma es celestial, y entonces contempla rectamente a Dios en la oración cuando no está embarazada por ninguna preocupación o extravío terreno. En su propio ambiente está dispuesta para el bien, en otro distinto se turba.
8. Es pura la oración cuya práctica no impiden los cuidados del siglo, mas está lejos de Dios el ánimo que durante la oración se halla distraído con pensamientos terrenos. Entonces, pues, oramos sinceramente cuando no pensamos en otra cosa. Pero son muy pocos los que practican tal clase de oración. Y, aunque se da en algunos, es difícil, no obstante, que siempre sea así.
9. El alma que antes de la oración, alejada de Dios, se entretiene con pensamientos torpes, cuando se entrega a la oración le asaltan las imaginaciones que recientemente tuvo, dificultándole el fácil acceso a la plegaria, a fin de que su espíritu no se eleve libremente al deseo celestial.
10. Por ello, en primer lugar se ha de purificar el ánimo y apartarlo de la consideración de los asuntos temporales, para que con pureza e intención se dirija a Dios verdadera y sinceramente. Porque entonces en realidad confiamos poder conseguir los dones divinos cuando nos presentamos en la oración con sencillez de afecto.
11. De múltiples maneras se distrae la atención en la plegaria cuantas veces las vanidades del mundo invaden el ánimo de quienquiera que practica la oración. Pero entonces el diablo sugiere con más ahínco al espíritu humano el pensamiento de los cuidados temporales cuando se da cuenta que uno está orando.
12. De dos modos se impide la oración a fin de que uno no pueda alcanzar sus peticiones, esto es, cuando uno todavía comete pecados o cuando no perdona al que le ofendió. Doble vicio, que, si uno aleja de sí, al punto se consagra seguro a la práctica de la oración y alza libremente su ánimo hacia aquellas peticiones que espera conseguir con la plegaria.
13. El que es injuriado no deje de orar por los que lo injurian; de no hacerlo así, conforme a la sentencia del Señor, peca el que no ora por los enemigos (cf. Mt 5,44).
14. Como ningún remedio aprovecha para la herida si todavía tiene dentro la metralla, así de nada sirve la oración de aquel en cuyo ánimo persiste el dolor, y el odio en su pecho.
15. Tan grande debe ser el amor a Dios del que ora, que no debe desconfiar del resultado de la plegaria, porque en vano hacemos oración sino tenemos confianza en ella. Así, pues, pida cada uno con fe, sin titubear lo más mínimo, pues el que duda se asemeja al oleaje del mar, que el viento provoca y dispersa a la vez (cf. Sant 1,6).
(San Isidoro, Sentencias III, c. 7, 1-15)
"Orar es propio del corazón, no de los labios, pues Dios no atiende a las palabras del que suplica, sino mira al corazón del que ora."
ResponderEliminarEntre todos los estupendos consejos que nos señala San Isidoro, esta frase me resulta especialmente importante.
La oración parte de nuestro ser. Nace de lo más profundo de lo que somos. Dios mira al corazón del que ora. Mira al ser de quien se acerca a El. Las palabras se las lleva el viento si no tienen el peso de la necesidad de Dios.
Un abrazo en Cristo. Seguimos unidos en oración :)
Uhy Javier, el punto cinco de este post me recuerda lo dificil que me es a mi la confesión. No porque me cueste decir mis pecados, todo lo contrario, porque al reconocerlos en voz alta es tal la pena que siento de defraudar a mi Amado que aunque suene cursi, os digo a los que leeis que se me encoge el corazón y me pongo a llorar como una niña y no me salen ni las palabras. Menos mal que mi sacerdote que me conoce, tiene mucha paciencia conmigo y me espera. Es un sentimiento que no puedo controlar. Luego los hermanos que ya me conocen se rien conmigo y hacen comentarios divertidos como: Pero bueno tan dura te pone la penitencia D, Antero que mira como te pones, y cosas asi.
ResponderEliminarSaludos y buen dia a todos.
Estas sentencias de san Isidoro me han traído a la mente la parábola del fariseo y el publicano que subían al templo a orar, y cómo éste salió justificado. Y es que un corazón quebrantado y humillado, Tú no lo desprecias.
ResponderEliminarEl Señor utiliza caminos inescrutables para llevarnos a la humildad, a hacernos pequeños, como niños, para entrar en el Reino de los Cielos.
Feliz día. Saludos a todos.
La oración, privilegio, deseo y obligación, llena el vacío del hombre, suple su pobreza con la abundancia de la riqueza divina. Orar es la cosa más grande que podemos hacer: desear encontrar a Dios en nuestro interior, con intención de buscar cumplir su voluntad y anhelando amarle por encima de todas las cosas. Orar es un camino del corazón, es desear a Dios. Gran santo Isidoro, hijo con sus santos hermanos, de Cartagena, una de las ciudades de mi tierra de adopción.
ResponderEliminar¡Qué Dios les bendiga!
D. Javier, he estado un tiempo sin acudir al blog pero no por ello he olvidado rezar todos los días por usted y por todos. Ahora, poco a poco me pondré al día.
ResponderEliminarY al volver me he llevado una alegría inmensa por su tesina ! enhorabuena ! . Muchisimas gracias por compartirlo con nosotros por el blog , por sus catequesis ! da gusto volver a casa ! .
Precioso el post ( e importantísmo )" lo primero y lo secundario ( pongamos orden en la pastoral )" , es verdad que nos pasamos la vida empezando la casa por el tejado. Se lo decía el Papa a los jóvenes - " la Verdad no es una idea , ni una ideología, ni un eslogan , es una persona : Cristo , Dios que ha venido entre los hombres " .
Y cuando te encuentras con Él, lo demás viene por añadidura - la moral etc -. Precioso también, el post " Ser cristiano es ir contracorriente.Bueno , lo dicho , poco a poco a repasar lo atrasado . Es un lujo de blog . Gracias D. Javier , enhorabuena y gracias a los comentaristas .
Un abrazo a todos ! que bien se está en casa !
María M.
Traer textos de san Isidoro es una doble ocasión: profundizar en la formación teológica y espiritual y a la vez, y eso también me interesa, conocer la espiritualidad de los Padres hispanos, aquella que se vivía y se expresaba en España bajo la etapa visigoda y que alimentó a los mozárabes durante la invasión musulmana y la persecución.
ResponderEliminarMaría M.:
¿Ha vuelto a casa? ¿Qué significa? ¿Algún problema? Bienvenida sea.
Póngase al día con todo.
Gracias por seguir rezando junto con esta comunidad virtual.
Y lo de la tesina ha sido un parto difícil, pero ya está la criatura crecida; y con buena nota.