4.
Virtudes para la comunicación. Ser persona es vivir en relación,
comunicarse y abrirse a los demás, viendo el icono que encontramos en la Santa Trinidad, el
Padre, el Hijo y el Espíritu, en Amor y continua relación personal.
Se facilita y se le da fluidez a la
relación con los demás si quitamos algunos obstáculos, entre ellos, la tozudez
en querer llevar la razón siempre, discutiendo siempre e imponiéndose. ¿Qué
provocará sino que esa persona quede aislada, jamás se le diga nada? Personas
que siempre quieren imponer sus criterios, de forma violenta, sin escuchar a
nadie, destruyen la concordia.
Otro obstáculo, también se puede
superar, es la incapacidad de escuchar; no se sabe escuchar atentamente la vida
y las circunstancias de la otra persona, falta capacidad de escuchar porque
saltamos inmediatamente, no dejamos hablar sino que ponemos siempre nuestros
problemas y circunstancias antes que acoger y escuchar el corazón de los demás.
Un obstáculo grave es no aceptarse a uno
mismo y, por tanto, no aceptar a los demás tal como son. Amar al otro y poder
entrar en comunión con otro requiere primero aceptarse a uno mismo para luego
poder aceptar a los demás, aunque no se coincidan en gustos, opiniones o
caracteres, pero a pesar de las diferencias, se puede entrar en comunicación y
que brote en algo la concordia y la paz.
Si
éstos son los obstáculos, se pueden vencer con oración, vigilancia del corazón
para evitar la caída y corresponder a la gracia con nuestra ascesis, nuestro
esfuerzo.
La comunicación con los demás se ve
favorecida por la virtud de saber escuchar acogiendo con el corazón a la otra
persona. Saber escuchar comprendiendo y amando como si el tiempo no existiera,
lo más importante es esa persona y nada más.
Ayuda al trato cordial con los demás el
conocerse a uno mismo, sus fallos y debilidades, su carácter, sus dones, sus
posibilidades, porque quien no se autoconoce, no podrá corregirse, ni ayudar a
los demás, a los que tratará de inculpar de sus propios fallos, generando
inestabilidad y molestia, por ejemplo, no se ven los propios fallos y se acusa
a la otra persona de que es muy recta, un ogro, es que me tiene manía, etc.
Algo
muy sencillo al alcance de todos es reír, o al menos, sonreír, porque reír y
sonreír es propio de personas, los animales no sonríen, es cualidad humana, y
hasta el humor, la sonrisa, es cualidad de la santidad. Esforzarse por sonreír
es ser amable, capaz de hacer agradable y fraterna la vida de los demás.
Igualmente favorece la comunicación
y la hace ágil el saber expresar lo que hay en el propio corazón, con sencillez
y modestia, con confianza y discreción. Porque, si no dices lo que te pasa,
¿quién estará obligado a entenderte? No se puede ser inexpresivo emocionalmente,
siempre cerrado. Es bueno expresar y compartir lo interior (pasiones, miedos,
proyectos) con quienes se tenga confianza y sepan escuchar, acoger y ser
discretos. Y es que confiar es ir abriéndose, saber descansar en otro, no agobiarse
descansando sólo en uno mismo.
-Saber co-responder, con
amabilidad, así se mantienen las relaciones ya que lo que no se cultiva muere.
Si el saludo decae tres días seguidos, al cuarto no hay salutación. Esto es
crear una red amplia de relaciones personales para no estar solo, engendrar
humanidad. E incluso antes de co-responder, mejor tomar uno la iniciativa de
estar atento y cercano a los otros: una llamada, un saludo, un detalle de
cortesía, un interesarse por el otro; siempre atento a corresponder si lo hacen
con nosotros.
-Regalar:
no se tratará tanto de la calidad del regalo o del detalle cuanto de la
cantidad de afecto expresado. Son miles de detalles que alegran el alma y
expresan el afecto, pero lejos de la obligación, del calendario, de que ahora
toque regalar porque lo dicen los grandes comercios; mejor el regalo sencillo,
espontáneo. Son las cosas pequeñas que pueden hacer mucho bien. Se tratará de
estar atento y tener en el corazón a las personas a las que se le profese
afecto y ser detallistas. No hace falta mucho, el amor siempre busca
expresarse.
-Agradecer,
hacerlo con sencillez y de corazón. Nunca busquemos que nos den las gracias ni
nos molestemos si no lo hacen, pero, en lo que de nosotros depende, ser
agradecidos por cualquier cosa buena que nos hagan o nos ofrezcan, porque nada
nos merecemos ni nadie tiene obligación de hacernos nada o darnos nada. Ser
agradecidos y saber dar las gracias siempre es un paso importante en la
convivencia. En este clima recibir con sencillez lo que nos regalen, expresar
nuestra gratitud y alegría. De vez en cuando estar con aquellos a quienes se
amen festejando nada, sólo la alegría de estar juntos. Agradecer y agradecer en
vida a las personas no cuando ya se han muerto, lo que hayan hecho por
nosotros. ¡Pequeñas cosas, pero qué importantes!
Todo este conjunto tan variado de
virtudes permiten que el tejido de lo humano sea fuerte en la convivencia
matrimonial y familiar, en el trabajo, en las relaciones de amistad, en la
parroquia, en la comunidad cristiana. Dejemos de soñar en las cosas grandes, o
en los grandes problemas en que todo el mundo se vuelca y quiere ayudar;
comencemos por lo pequeño y sin descuidarlo, estaremos cuidando y acrecentando
la virtud de la caridad en lo pequeño, realizando las máximas evangélicas: “amarás al prójimo como a ti mismo”, “no
hagas a otro lo que a ti no te agrada” y “tratad a los demás como queráis que ellos os traten”.
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