La
santidad es muy diversa y plural, con muchas tonalidades y colores, jardín de
muy bellas flores, bien lejos de la uniformidad del molde único, de una
fabricación en serie que no admitiese otra forma o modelo, tentación ésta muy
frecuente cuando alguien se cree que su carisma, su espiritualidad o su
movimiento es el único, el mejor, el exclusivo. ¡Cuánta cerrazón hay en esto!,
¡y cuánto orgullo espiritual que crea división, separación entre católicos de
primera clase y el resto como una masa amorfa!
Es
Dios el autor de la santidad, y Él crea “nuevos modelos de santidad”, dice la
colecta de S. Alfonso Mª de Ligorio (1 de agosto). Con la santidad de los
apóstoles y de los mártires, Dios nos dio un nuevo modelo de santidad, el de la
virginidad consagrada, esponsalidad con Cristo, viviendo el mundo y señalando
el único Amor absoluto.
Otro
modelo más fueron los anacoretas: abandonaron la ciudad para vivir en oración
constante en el desierto; es la radicalidad del seguimiento de Cristo, ya sea
solos o formando comunidades, cenobios.
De
aquí nacerá el modelo nuevo de santidad monacal, iglesia en pequeño, que reza y
trabaja, lo transforma todo, situando al monje ante Dios a quien alaba con el
Oficio divino, y se despoja de sí mismo en humildad y conversión.
Nuevo
modelo de santidad será la del fraile, las Órdenes mendicantes, que no huyen
sino que se sitúan en la ciudad, con el testimonio de vida y la misión
apostólica. ¡Cuánto bien hicieron!
En
épocas difíciles, naciendo el mundo moderno con el principio de subjetividad,
Dios regaló un nuevo modelo: el de los santos reformadores, que buscan la
pureza original de la Iglesia, el retorno a la fidelidad, sin romper la Iglesia
sino creando nuevas corrientes de vida eclesial: san Cayetano, san Felipe Neri,
santa Teresa, san Ignacio… Sus vidas son un canto de amor a la Iglesia.
Pero
también Dios regalará nuevos modelos de santidad en los diferentes estados
cristianos: san Alfonso Mª de Ligorio o san Francisco de Sales son la santidad
vivida en el episcopado, buscando edificar la Iglesia; san Juan de Ávila y san
Juan Mª Vianney, aun con siglos de diferencia, la santidad del sacerdote
viviendo plenamente el ministerio sacerdotal en todas sus facetas (como lo
cotidiano de servir una parroquia o una capellanía, estar disponible en el
confesionario, predicar, catequizar, visitar enfermos…); la santidad de las contemplativas,
dedicadas a la oración y generosa penitencia: santa Mª Magdalena de Pazzi,
santa Teresa de Lisieux…
También
Dios suscitó nuevos modelos de santidad en aquellos que se entregaron a la
educación cristiana de niños y jóvenes: san Juan Bta. de la Salle, san José de
Calasanz, san Juan Bosco… así como los santos de la caridad, entregados a los
pobres y enfermos, o a los ancianos abandonados (como sta. Teresa de Jesús
Jornet), o a los desheredados, indigentes, pobres entre los pobres, como
hiciera santa Teresa de Calcuta… que sirven
Cristo en los necesitados, movidos por caridad sobrenatural heroica, sin
discursos, sin propaganda, sin revoluciones ni lucha de clases, sin espíritu
secularizado, sino con espíritu sobrenatural, sacrificio y mucha oración.
Así,
en cada época, en cada siglo, Dios ha creado nuevos modelos de santidad, y lo
sigue haciendo. La santidad de muchos laicos revelan la dignidad del cristiano
en el mundo y su misión, ya sean políticos, o médicos (como Moscati), o jóvenes
con espíritu apostólico (Pier Giorgio Frassati), o matrimonios santos (el
matrimonio Martin, padres de santa Teresa de Lisieux), o madres que anteponen
la vida del hijo que se gesta a la suya propia (Gianna Beretta).
¡Y
cuántos modelos más! Los caminos de la santidad no son ni programables ni
previsibles ni manipulables. No dependen de los hombres, ni siquiera de la
Iglesia, sino de la actividad creadora de Dios y de la multiforme sabiduría del
Espíritu Santo. Su irrupción es novedosa y siempre sorprendente. Rompe los
esquemas establecidos.
Por
eso, difícilmente se puede hacer un diseño previo de la santidad, ni un esbozo
obligatorio para todos al que todos se deben ajustar y si no lo hacen, ser
descalificados por tener una “fe infantil”, una religiosidad natural (hablando
todos igual, haciendo todos las mismas prácticas de piedad y oración…). No es
propio de Dios fabricar santos en serie, uniformados. A Él le agrada la inmensa
variedad y también en nuestra época estará suscitando nuevos modelos de
santidad para bien de la Iglesia y del mundo.
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