martes, 14 de febrero de 2023

La virtud de la humildad (y IV)

6. La humildad es el cimiento de todas las virtudes, y sin la humildad, las virtudes se vienen abajo, se destruyen. La humildad les da fuerza y consistencia. 




Se ha de pedir siempre la humildad sincera como un don precioso del Señor, y toda oración personal acabarla en conocimiento propio, en conocerse tal como uno es en presencia de Dios, que esto da humildad. 

A mayor trato e intimidad con Cristo en la oración, mayor humildad que es andar en verdad reconociendo lo poco que uno es y lo grande y bueno que es el Señor a pesar de nuestra miseria.

Existen unos medios para adquirir y ganar humildad, siendo el primero pedir la verdadera humildad al Señor.

Para adquirir humildad con el prójimo, es importante admirar sin celos ni envidias las cualidades del prójimo. Además no fijarnos en los defectos del prójimo –que siempre resaltan más a los ojos del soberbio- sino excusar sus defectos o callarlos. Y finalmente, considerarnos inferiores a los demás porque sabemos bien que nos falta mucho para responder plenamente a la gracia.

 
Para adquirir humildad con uno mismo, lo primero es la oración de propio conocimiento o examen de conciencia, sereno y suave, pero conocernos de verdad a la luz de Dios; además saber aceptar todo lo que nos venga para vencer el orgullo abandonándonos en las manos del Padre y, finalmente, aceptar la ingratitud, el olvido y menosprecio de los demás. 

Grado muy elevado en el camino de santificación es aceptar y no huir de las ocasiones en que seamos humillados, y no tener miedo a ser humillados.

A Cristo el Humilde, por intercesión de María, la humilde esclava, pidamos alcanzar esta virtud de la humildad verdadera.


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