La liturgia, para Nicolás Cabasilas, en su obra, es también una fuente para la dogmática y, por tanto, sirve y es utílisima para la comprensión de las verdades de la fe.
Junto a la dimensión espiritual, presente en su "Explicación", hallamos igualmente la dimensión dogmática con la que explica, mistagógicamente, el misterio de la Divina Liturgia.
El orden doctrinal-dogmático es, siempre, el hilo conductor de
Nicolás Cabásilas para desarrollar la dinámica interna de la Divina Liturgia.
Ésta es la presencia dinámica de toda la economía redentora para la Iglesia, la actualización
de todos los misterios salvadores que se visualizan en ritos y gestos, que
poseen eficacia salvífica en los sacramentos. En esta obra se palpa hasta qué
punto la lex orandi es lex credendi porque absolutamente todo tiene un sentido
y una explicación teológica. La liturgia misma es una gran teología.
* El pan se prepara antes de la celebración con un
ritual, en el que se parten diversos fragmentos que se ofrecen, y se deja otra
parte para ser eulogias o pan bendito. ¿Por qué no se ofrece un pan entero sino
sólo un fragmento? Escribe Nicolás:
“Pero el cuerpo del Señor que fue separado, por el mismo Cristo, en tanto que sacerdote, de los otros cuerpos: fue presentado, propuesto y ofrecido a Dios, y finalmente inmolado. Es el Hijo de Dios en persona quien escogió, él mismo, este cuerpo y lo tomó de la masa que formamos; él mismo se entregó como ofrenda a Dios, él mismo puso esta ofrenda en el seno del Padre, él, que, sin haberse separado nunca de este seno del Padre, creó en él este cuerpo del que se revistió, de manera que este cuerpo fue formado y al mismo tiempo ofrecido a Dios. Finalmente, él mismo llevó hasta cruz este cuerpo y él mismo lo inmoló. He aquí porqué el pan que debe ser transformado en este Cuerpo, es el mismo sacerdote quien lo separa de los otros y quien lo ofrece a Dios colocándolo sobre la sagrada patena; después, lo lleva al altar y lo ofrece en sacrificio” (V, 3-4).
* Sobre el pan, en los ritos preparatorios previos
a la Misa, el
sacerdote traza sobre el pan los símbolos de la pasión de Cristo. Igualmente
este posee un sentido que es explicado desde el dogma:
“Pero los sufrimientos que Cristo soportó más tarde en su cuerpo para nuestra salvación, su cruz y su muerte habían sido simbólicamente anticipadas en la antigua Ley. He aquí porque, antes de llevar el pan al altar y de ofrecerlo allí en sacrificio, el sacerdote cumple con el rito de marcar primero en él estos diversos símbolos. ¿Cómo lo hace? Al mismo tiempo que lo separa de los demás panes y lo convierte en oblación, graba sobre él como si fuera sobre una tablilla los símbolos de la pasión y de la muerte del Salvador. Todas las acciones que realiza, unas de las cuales responden a una necesidad práctica y otras a una deliberada intención simbólica, están vinculadas a este significado; todo lo que se hace entonces es como un relato activo de los sufrimientos y de la muerte que obraron la salvación...” (VI, 2).
*Los ritos preparatorios sobre el pan –algo
típico y característico de la Divina Liturgia de san Juan Crisóstomo- poseen
valor significativo en referencia al dogma:
“Es, pues, a causa de esta forma de conmemoración del Señor que el sacerdote, después de haber dicho la fórmula: “En memoria del Señor”, realiza los ritos que representan su cruz y su muerte. Haciendo una incisión en el pan, recuerda la antigua profecía que se refiere a la pasión del Salvador: “Como cordero llevado al matadero” (Is 53, 7-8. Cf. Hch 8,32) y lo que sigue de este texto, que él va expresando de la mejor manera posible con palabras y acciones. Cortando el pan en función de una necesidad práctica, para tomar de él la parte de la oblación, hace esto también con una finalidad simbólica, para significar cómo partió de este mundo el Salvador, después de haber vencido a la muerte, para retornar al Padre, según sus palabras. “ Dejo el mundo para volver al Padre” (Jn 16,28). Y entonces, mientras hunde varias veces la lanza y fragmenta así el pan, el sacerdote va seccionando en tantas otras frases el texto profético, adaptando cada parte de la fórmula a cada una de las incisiones, a fin de mostrar que la realidad es la explicación de la palabra. De la misma manera, en efecto, que este pan, para ser ofrecido a Dios y servir para la liturgia, ha sido separado de una masa homogénea, así también el Señor se separó de los hombres, a cuya naturaleza su amor lo hizo participar: “Como un cordero llevado al matadero”, y es de esta manera como “su vida fue arrancada de la tierra”. Después el sacerdote prosigue con el resto del texto profético” (VIII, 1-2).
“Mientras pronuncia estas palabras [varios versículos sálmicos], el sacerdote cubre el pan y el cáliz con velos precisos y los inciensa por todos sus lados. Y es que, en efecto, el poder del Dios encarnado se mantuvo velado hasta llegar el tiempo establecido de los prodigios y del testimonio venido del cielo. Sin embargo, los que sabían decir de él: “El Señor reina, vestido de majestad”, y todas las demás expresiones que implicaban la divinidad, éstos “lo reconocían, lo adoraban como Dios y buscaban refugio en él”. Es lo que el sacerdote da a entender cuando añade, después de haber cubierto las ofrendas: “Cobíjanos bajo el amparo de tus alas” (Sal 17,8), y cuando inciensa los velos y las ofrendas por todos sus lados. Después de haber pronunciado estas fórmulas y realizado estos ritos, después de haber orado para que todos los efectos de la santa liturgia acontezcan según su finalidad, el sacerdote se dirige al altar y, de pie ante la sagrada mesa, comienza la santa liturgia” (XI, 2-3).
* La pequeña entrada con el Evangeliario y la
ostensión a las puertas del santuario remiten clarísimamente a la Epifanía del Señor, su
manifestación y la plenitud de la
Revelación:
“Una vez acabados estos cantos, estando de pie en medio del santuario y ante el altar, eleva el Evangeliario y lo muestra (al pueblo), significando mediante este gesto la manifestación del Salvador cuando empezó a mostrarse a las multitudes. Porque el Evangelio representa a Cristo, de la misma manera que los libros inspirados se denominan “los Profetas”, de acuerdo con las palabras de Abrahán al rico epulón: “Ellos tienen a Moisés y a los Profetas” (Lc 16,29), indicando de esta manera el conjunto de la biblia. Ahora que aquel que había sido anunciado por los profetas ha aparecido y se ha manifestado en persona, nadie cree que debe prestar una atención (exclusiva) a las palabras de los profetas; y por este motivo, después de la ostensión del Evangelio, callan los textos proféticos. Tomamos ahora nuestros cantos de los misterios del nuevo Testamento. Celebramos, en efecto, a la santísima Madre del Señor, o bien a algún otro de los santos, o bien, asimismo, alabamos a Cristo mismo por el misterio que fue la causa de haber venido entre nosotros, por los sufrimientos que soportó y por cuanto hizo mientras estuvo en medio de nosotros. Son estos misterios los que continuamente constituyen el objeto de las fiestas de la Iglesia” (XX,1-2).
* El orden tradicional de las lecturas –Profecía, Apóstol,
Evangelio- corresponde a la dinámica misma de la Revelación, que es
progresiva, y alcanza su culmen en la persona de Cristo.
“¿Por qué no se lee el Evangelio en primer lugar? Porque dar a conocer lo que dijo el Señor en persona constituye una manifestación más perfecta que dar a conocer lo que se dijo por los Apóstoles. Y no fue de una sola vez que el Señor mostró a los hombres toda la grandeza de su poder y el valor de su bondad –esto fue el fruto de su segunda manifestación-, sino que procedió de manera progresiva, desde lo más oscuro a lo más claro. He aquí porqué, si se quiere mostrar que su manifestación se hizo poco a poco, los escritos apostólicos se deben leer antes del Evangelio. Los textos que revelan su suprema manifestación quedan, pues, reservados para el final” (XXII, 5).
* La Gran Entrada de las ofrendas cuando son
trasladadas al altar se rodea de una gran solemnidad, con el canto del himno
Querubikon, luces e incienso. La descripción es elocuente, el significado es
cristológico.
“El sacerdote, después de haber glorificado a Dios en voz alta, vuelve a la prótesis, toma las ofrendas, las mantiene elevadas con mucho respeto a la altura de su cabeza y sale (del santuario). Las lleva así para trasladarlas al altar, haciendo con tal fin una lenta y solemne procesión, por en medio del pueblo, a través de la nave. Los fieles, al mismo tiempo que cantan, se prosternan a su paso con respeto y veneración, rogándole que tenga un recuerdo para ellos en la ofrenda de los santos dones. El celebrante avanza rodeado de un cortejo de luces y de incienso, y es así como entra en el santuario... Las ofrendas pueden también significar la última manifestación de Cristo, en el curso de la cual excitó hasta el límite el odio de los Judíos, cuando emprendió el viaje desde su patria hasta Jerusalén, donde debía ser inmolado; cuando, montando sobre un asno, entró en la ciudad santa, escoltado y aclamado por la multitud” (XXIV, 1.3).
* Un rito propio de la Divina Liturgia es
la mezcla, antes de la comunión, de agua hirviendo en el cáliz, el rito del
zeon, esta vez con un matiz cristológico y pneumatológico.
“Después de haber convocado de esta manera a los fieles al augusto banquete, el sacerdote es el primero en comulgar del mismo; acto seguido los que como él tienen rango sacerdotal y los que están alrededor del altar. Pero el celebrante ha vertido antes en el cáliz agua caliente, para simbolizar la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia. Porque bajó sobre ella una vez ya concluida toda la obra redentora del Salvador; ahora, viene cuando el sacrificio que ya ha sido ofrecido y los dones sagrados han alcanzado su perfección para aquellos, al menos, que pueden comulgar dignamente”.
Entonces Nicolás Cabásilas explica los
misterios de Cristo y luego la venida del Espíritu Santo:
“Toda la obra redentora de Cristo, en efecto, se ha reproducido sobre el pan en el curso de los ritos de la santa liturgia como sobre una tablilla: simbólicamente, le vemos como un niño pequeño, después conducido a la muerte, crucificado, traspasado por la lanza; luego asistimos a la transformación del pan mismo en este cuerpo santísimo que soportó realmente estos sufrimientos, que resucitó, que subió a los cielos y que está sentado a la derecha del Padre. Era necesario que la culminación suprema de estos misterios también quedara significada después de todo el resto, para que fuera completa la celebración del misterio, llegando así a unirse al conjunto de la acción y de la obra redentora su efecto definitivo. Así pues, ¿cuál es el resultado y el efecto de los sufrimientos de Cristo, de sus acciones y de sus palabras? Si lo consideramos en relación a nosotros, no se trata de otra cosa sino de la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia. Era necesario, pues, que esta venida del Espíritu Santo fuera, también, significada después de los demás misterios. Precisamente lo es por la acción de verter el agua caliente en las santas especies” (XXXVII, 1-3).
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