jueves, 16 de febrero de 2023

La Iglesia y los sacramentos (SC - XXII)



Constantemente, para ser Iglesia, debe recibir la vida de su Señor. Los sacramentos construyen y edifican la Iglesia, le comunican a la Iglesia la gracia de Jesucristo, le hace partícipe de su vida divina, y sin ellos, la Iglesia no sería tal Iglesia, sino simple agregación humana, una sociedad de amigos, una organización filantrópica, o benéfica, o solidaria, entre tantas otras.

            Constituida por los sacramentos, éstos regeneran el Cuerpo eclesial y la unen a su Esposo, Maestro y Señor. Recordemos esa dinámica sacramental tal como la expone la constitución dogmática Lumen Gentium; es un número extenso que conviene conocer:


“El carácter sagrado y orgánicamente estructurado de la comunidad sacerdotal se actualiza por los sacramentos y por las virtudes. Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana, y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia. Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra juntamente con las obras. Participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella. Y así, sea por la oblación o sea por la sagrada comunión, todos tienen en la celebración litúrgica una parte propia, no confusamente, sino cada uno de modo distinto. Más aún, confortados con el cuerpo de Cristo en la sagrada liturgia eucarística, muestran de un modo concreto la unidad del Pueblo de Dios, significada con propiedad y maravillosamente realizada por este augustísimo sacramento.

Quienes se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de la ofensa hecha a El y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron pecando, y que colabora a su conversión con la caridad, con el ejemplo y las oraciones. Con la unción de los enfermos y la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda los enfermos al Señor paciente y glorificado, para que los alivie y los salve (cf. St 5,14-16), e incluso les exhorta a que, asociándose voluntariamente a la pasión y muerte de Cristo (cf. Rm 8,17; Col 1,24; 2 Tm 2,11-12; 1 P 4,13), contribuyan así al bien del Pueblo de Dios. A su vez, aquellos de entre los fieles que están sellados con el orden sagrado son destinados a apacentar la Iglesia por la palabra y gracia de Dios, en nombre de Cristo. Finalmente, los cónyuges cristianos, en virtud del sacramento del matrimonio, por el que significan y participan el misterio de unidad y amor fecundo entre Cristo y la Iglesia (cf. Ef 5,32), se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en la procreación y educación de la prole, y por eso poseen su propio don, dentro del Pueblo de Dios, en su estado y forma de vida. De este consorcio procede la familia…
Todos los fieles, cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” (LG 11).


            Los sacramentos son signos reales y eficaces de Jesucristo: “Id y bautizad”, “a quienes perdonéis los pecados”, “haced esto en conmemoración mía…” Quien quiera vivir la vida de Cristo, quien desee ser transformado en Cristo y cambiado el corazón, acudirá a los sacramentos de la Iglesia. Ella los recibe de Cristo y se convierte en su dispensadora, en la administradora de los misterios de la salvación.

            ¡Qué diferente es la concepción de los sacramentos según la constitución Sacrosanctum Conciliun y la constitución Lumen Gentium de las teorías posteriores! Los sacramentos sí comunican algo, sí son un don real de Dios. No son celebraciones simbólicas para la autoconciencia del cristiano, según la línea de Karl Rahner. No es que seamos todos por naturaleza hijos de Dios y el bautismo nos da la conciencia clara de que ya lo éramos, sino que realmente nos aporta la filiación divina por gracia. El sacramento de la Penitencia no nos hace ver que ya estábamos perdonados y nos da esa conciencia, sino que realmente perdona ahora, en este momento y para este penitente, sus pecados confesados con el suficiente arrepentimiento.
           
            Por eso, de los sacramentos viene la gracia a la Iglesia y la evangelización conduce a la vida sacramental. La obra de la salvación de Cristo es continuada por la Iglesia mediante la liturgia (cf. SC 6), ya que Cristo es el Autor de los sacramentos y su verdadero ministro, haciéndose presente (cf. SC 7). Son eficaces por Cristo y comunican la gracia y la santidad de manera real, no simbólica, no como autoconciencia: “se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro” (SC 7).

            Ésta es la razón por la cual la evangelización encuentra su coronamiento cuando se ofrece la vida sacramental: “a los creyentes les debe predicar continuamente la fe y la penitencia y debe prepararlos además para los sacramentos” (SC 9) de forma que “los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrifico y coman la cena del Señor” (SC 10).

            Por los sacramentos, Dios es glorificado y los hombres son santificados recibiendo la gracia: “de la liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, y se obtiene con la misma eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin” (SC 10).

            Centro de la vida de la Iglesia, su corazón más precioso y querido, es la Eucaristía, el Sacramento del amor de Cristo. En este Sacramento pedimos ofrecernos con Cristo y ser una ofrenda viva y santa: “Pedimos al Señor en el sacrificio de la misa que recibida la ofrenda de la víctima espiritual, haga de nosotros mismos una ofrenda eterna para sí” (SC 12), viviendo en santidad y desarrollando en plenitud el sacerdocio bautismal. Es la Eucaristía el centro y eje de la vida diocesana y parroquial: “hay que trabajar para que florezca el sentido comunitario parroquial, sobre todo en la celebración común de la misa dominical” (SC 42).

            Un número completo, denso en su contenido, describirá la grandeza y eficacia del sacramento eucarístico, según la doctrina católica, lejos de interpretaciones simbólicas, o descripciones secularistas (tales como fiesta, comida de amigos, etc.):

“Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera” (SC 47).

            ¿Y los sacramentos en general, todos los demás? ¿Meros símbolos que despiertan nuestra conciencia conociendo algo que ya teníamos en potencia? ¿Celebración social y cultural, acto de la comunidad? ¿Un refuerzo para nuestro compromiso de transformar el mundo y humanizarlo? ¡Nada de esto, por muy divulgado que esté! La enseñanza conciliar es bien distinta:

“Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios; pero, en cuanto signos, también tienen un fin pedagógico. No sólo suponen la fe, sino que, a la vez, la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y de cosas; por esto se llaman sacramentos de la "fe". Confieren ciertamente la gracia, pero también su celebración prepara perfectamente a los fieles para recibir fructuosamente la misma gracia, rendir el culto a dios y practicar la caridad.
Por consiguiente, es de suma importancia que los fieles comprendan fácilmente los signos sacramentales y reciban con la mayor frecuencia posible aquellos sacramentos que han sido instituidos para alimentar la vida cristiana” (SC 59).

            Los sacramentos, así como los sacramentales en su medida, poseen la fuerza del Misterio pascual del Señor y así santifican realmente a los hombres: “la Liturgia de los sacramentos y de los sacramentales hace que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los actos de la vida sean santificados por la gracia divina que emana del misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, del cual todos los sacramentos y sacramentales reciben su poder, y hace también que el uso honesto de las cosas materiales pueda ordenarse a la santificación del hombre y alabanza de Dios” (SC 61).

            Así, “toda la vida litúrgica de la Iglesia gravita en torno al sacrificio eucarístico y los sacramentos” (CAT 1113), “los sacramentos, como “fuerzas que brotan” del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, son “las obras maestras de Dios” en la nueva y eterna Alianza” (CAT 1116). Son “sacramentos que constituyen la Iglesia, manifiestan y comunican a los hombres, sobre todo en la Eucaristía, el misterio de la Comunión del Dios Amor, uno en tres Personas” (CAT 1118). “Celebrados dignamente en la fe, los sacramentos confieren la gracia que significan. Son eficaces porque en ellos actúa Cristo mismo” (CAT 1127). De modo que “los sacramentos son signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia por los cuales nos es dispensada la vida divina. Los ritos visibles bajo los cuales los sacramentos son celebrados significan y realizan las gracias propias de cada sacramento” (CAT 1131). Éste sí es el lenguaje católico sobre los sacramentos, el que habremos de hablar (no el secularizado: fiesta, autoconciencia, etc.)

            Convencidos, así pues, de que “desde Pentecostés, el Espíritu Santo realiza la santificación a través de los signos sacramentales de su Iglesia” (CAT 1152), se ve cómo la Iglesia vive de los sacramentos y éstos son eficaces, comunicadores de la gracia divina y la vida en Cristo.

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