sábado, 18 de febrero de 2023

El fuego: la Gloria del Señor



En estrecha relación con lo anterior, la imagen del fuego, en cuanto columna, que se mueve con vida propia, refleja el poder y la gloria del Señor, su presencia.

Ezequiel ve la visión del Carro de Yahvé, al inicio de su libro, y es descrito como fuego: "Yo miré: vi un viento huracanado... una gran nube de fuego" (Ez 1,4). Solamente recoge una tradición ya muy antigua en las Escrituras que podemos hallar, incluso, en la literatura patriarcal. 



El Señor realiza un pacto con Abraham, y se compromete el Señor a realizar sus promesas mediante el pacto hecho con víctimas partidas por la mitad, entonces "puesto ya el sol, surgió en medio de densas tinieblas un horno humeante y una antorcha de fuego que pasó por entre aquellos animales partidos" (Gn 15,17): era el paso del mismo Señor.

 El fuego es un elemento teofánico que revela la potencia y majestad del Señor; por eso, aparece en la cumbre del monte en diversos momentos. El primero en la revelación de Yahvé a Moisés: "El Ángel de Yahvé se le apareció en forma de llama de fuego, en medio de una zarza. Vio que la zarza estaba ardiendo, pero que no se consumía" (Ex 3,2); saldrá de nuevo esta imagen del fuego en el Sinaí, cuando Dios, en su majestad, se manifiesta a su pueblo estableciendo una Alianza fundante de Israel: "La gloria de Yahvé aparecía a la vista de los hijos de Israel como fuego devorador sobre la cumbre del monte" (Ex 24,17), por tal razón siempre se recordará que "Yahvé os habló entonces de en medio del fuego" (Dt 4,12), manifestándose en la majestad de su gloria.



El fuego será también el signo de la presencia futura del Señor, en poder y majestad, al final de los tiempos. Es la lectura quasi-apocalíptica de Isaías y del Deuteroisaías: "Hará Yahvé oír la majestad de su voz, y dejará ver cómo descarga su brazo con ira inflamada y llama de fuego devorador" (Is 30,30), y "He aquí que Yahvé en fuego viene y como torbellino sus carros" (Is 66,15).

Fuego-gloria-santidad es un trinomio que vemos aparecer en las Escrituras; la gloria de Dios es la santidad de Dios, una santidad que purifica todo aquello que sea impuro mediante el fuego, que acepta los holocaustos de su pueblo devorándolos con fuego bajado del cielo. El fuego reflejará la santidad de Dios (y como trasfondo, el esquema litúrgico-cultual de Israel). "Salió fuego de la presencia de Yahvé que consumió el holocausto" (Lv 9,24), significando así la aceptación del sacrificio por el Santo de Israel; ésta es una constante que se irá repitiendo a lo largo de la Escritura: Dios, presente en la acción cultual, acepta y santifica el sacrificio: "salió fuego de la roca, consumió la carne y las tortas, y el Ángel de Yahvé desapareció de su vista" (Jue 6,21), "bajó fuego del cielo que devoró el holocausto y los sacrificios; y la Gloria de Yahvé llenó la Casa" (2Cro 7,1).


En el NT, se usará el lenguaje del fuego como signo teofánico. La alusión más clara, a la cual damos una interpretación de tipo alegórico, es la exclamación "he venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido" (Lc 12,49), pudiendo hacer alusión a la presencia del reino de Dios, Dios mismo, que quiere hacerse ya visible realmente en medio del mundo o, tal vez, al Espíritu Santo como fuego. En todo caso, es signo de presencia divina que se revela plenamente en la cruz, donde entrega el Espíritu (que también es descrito como fuego)[1].
  
"Nuestro Dios es un fuego devorador" (Hb 12,29) es una descripción del Dios santo que purifica y consume atrayendo todo y todos hacia sí. Es el lenguaje más apto para definir al Espíritu Santo, de ahí que el relato de Pentecostés describa que "se aparecieron unas lenguas como de fuego" (Hch 2,3), puesto que es signo palpable de la presencia y gloria de Dios. Toda la Tradición de la Iglesia hablará del Espíritu como fuego[2].

 


    [1] Cfr. Jn 19,30.
    [2] Así el himno litúrgico "Veni Creator" cantará: "fons vivus, ignis, charitas, et spiritalis unctio".

No hay comentarios:

Publicar un comentario