domingo, 18 de febrero de 2018

Las tentaciones del Señor

Cada primer domingo de Cuaresma, señalándonos aquello mismo que ahora todos vamos a vivir, se proclama el evangelio de las tentaciones del Señor en el desierto.


Este evangelio, situado así al inicio del desierto cuaresmal, marca lo que la Iglesia entera va a vivir: la lucha de los catecúmenos para prepararse a su inmediato Bautismo en la Vigilia pascual; la lucha de los penitentes hasta alcanzar la Reconciliación en la mañana de Jueves Santo; la lucha de los fieles para vivir renovados y purificados el Triduo pascual.

Hacemos aquello mismo que hizo el Señor: enfrentarse al mal, apartándose de todo para entrar en el desierto y comenzar la Pascua como Israel; del desierto a la patria, de la lucha a la victoria.

El cual, al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento,
inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal,
y al rechazar las tentaciones del enemigo
nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado;
de este modo, celebrando con sinceridad el misterio de esta Pascua,
 podremos pasar un día a la Pascua que no acaba
(Prefacio I domingo Cuaresma).


Consideremos el sentido de esta lucha y de estas tentaciones:

"En este primer domingo de Cuaresma, encontramos a Jesús que, después de haber recibido el bautismo en el río Jordán por Juan el Bautista (cf. Mc. 1,9), es tentado en el desierto (cf. Mc. 1,12-13). La narración de san Marcos es concisa, desprovista de detalles que leemos en los otros dos evangelios de Mateo y de Lucas. El desierto del que se habla tiene diversos significados. Puede indicar el estado de abandono y de soledad, el "lugar" de la debilidad del hombre, donde no existe apoyo ni seguridad, donde la tentación se hace más fuerte. Pero también puede indicar un lugar de refugio y amparo, como lo fue para el pueblo de Israel, escapado de la esclavitud egipcia, donde se puede experimentar de una manera especial la presencia de Dios. Jesús "permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás." (Mc. 1,13). San León Magno comenta que "el Señor ha querido sufrir el ataque del tentador para defendernos con su ayuda y enseñarnos con su ejemplo" (Tractatus XXXIX, 3 De ieiunio quadragesimae: CCL 138 / A Turnholti, 1973, 214-215) .

¿Qué puede enseñarnos este episodio? Como leemos en el libro de la Imitación de Cristo, "el hombre nunca está totalmente libre de la tentación, mientras viva... pero con la paciencia y con la verdadera humildad nos haremos más fuertes que cualquier enemigo." (Liber I, c. XIII , Ciudad del Vaticano 1982, 37); la paciencia y la humildad para seguir todos los días al Señor, aprendiendo a construir nuestra vida no fuera de él o como si no existiera, sino en Él y con Él, porque es la fuente de la vida verdadera. La tentación de quitar a Dios, de poner orden solos en sí mismos y en el mundo, contando solo con las propias capacidades, ha estado siempre presente en la historia del hombre.

Jesús proclama que "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca"(Mc. 1,15), anuncia que en él sucede algo nuevo: Dios habla al hombre de una manera inesperada, con una cercanía única, concreta, llena de amor; Dios se encarna y entra en el mundo del hombre a tomar sobre sí el pecado, para vencer el mal y traer a la persona al mundo de Dios. Pero este anuncio está acompañado de la obligación de corresponder por un regalo así de grande. De hecho, Jesús añade: "Conviértanse y crean en el Evangelio" (Mc. 1,15); es una invitación a tener fe en Dios y a adecuar cada día de nuestras vidas a su voluntad, dirigiendo todas nuestras acciones y pensamientos hacia el bien. El tiempo de Cuaresma es el momento preciso para renovar y mejorar nuestra relación con Dios mediante la oración diaria, los actos de penitencia, las obras de caridad fraterna" (Benedicto XVI, Ángelus, 26-febrero-2012).



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