jueves, 8 de febrero de 2018

El mundillo intelectual (y también la teología)

Para que la intelectualidad sea tal, y no degenere en ideología, o en un pensamiento débil, que se mueve al compás de las modas y los tiempos, renunciando a la Verdad, podremos intentar hoy asimilar los conceptos que Benedicto XVI nos ofreció en una homilía.

La Verdad nos ha sido dada, se nos ha entregado, se ha revelado. Es, por tanto, un Don. Pero hoy, decir que se conoce la Verdad en la Persona de Cristo, ¿no suena a intolerancia?, ¿no nos llegamos a creer que somos intolerantes? ¿No disimulamos acaso, señalando que cada uno tiene "su verdad", y que es respetable?

La Verdad, por definición, es una y a ella hay que aspirar; en ella vivimos y la verdadera intelectualidad, el pensamiento, la cultura, deberá profundizar en sus abismos y dejarse sanear por la Verdad.

"Si leemos hoy, por ejemplo, en la Carta de Santiago: «Sois generosos por medio de una palabra de verdad», ¿quién de nosotros se atrevería a alegrarse de la verdad que nos ha sido donada? Nos surge inmediatamente la pregunta: ¿cómo se puede tener la verdad? ¡Esto es intolerancia! Los conceptos de verdad y de intolerancia hoy están casi completamente fundidas entre sí; por eso ya no nos atrevemos a creer en la verdad o a hablar de la verdad. Parece lejana, algo a lo que es mejor no recurrir. Nadie puede decir «tengo la verdad» —esta es la objeción que se plantea— y, efectivamente, nadie puede tener la verdad. Es la verdad la que nos posee, es algo vivo. Nosotros no la poseemos, sino que somos aferrados por ella. Sólo permanecemos en ella si nos dejamos guiar y mover por ella; sólo está en nosotros y para nosotros si somos, con ella y en ella, peregrinos de la verdad.

Creo que debemos aprender de nuevo que «no tenemos la verdad». Del mismo modo que nadie puede decir «tengo hijos», pues no son una posesión nuestra, sino que son un don, y nos han sido dados por Dios para una misión, así no podemos decir «tengo la verdad», sino que la verdad ha venido hacia nosotros y nos impulsa. Debemos aprender a dejarnos llevar por ella, a dejarnos conducir por ella. Entonces brillará de nuevo: si ella misma nos conduce y nos penetra" (Benedicto XVI, Homilía, 2-septiembre-2012).

Con esto se disipa sin lugar a dudas el relativismo, la dictadura del relativismo que ha crecido de manera alarmante y tiránica.

Pero nos lleva a un segundo paso: la humildad. Si la Verdad nos ha sido dada, nada hay peor que la soberbia intelectual, el academicismo que destroza el estudio y la investigación; más aún si ese estudio es la teología. Esta ciencia no puede hinchar de orgullo a los teólogos y estudiosos, sino de profunda humildad a medida que más teólogos son de veras.

"Queridos amigos, pidamos al Señor que nos conceda este don. Santiago nos dice hoy en la lectura que no debemos limitarnos a escuchar la Palabra, sino que la debemos poner en práctica. Esta es una advertencia ante la intelectualización de la fe y de la teología. En este tiempo, cuando leo tantas cosas inteligentes, tengo miedo de que se transforme en un juego del intelecto en el que «nos pasamos la pelota», en el que todo es sólo un mundo intelectual que no penetra y forma nuestra vida, y que por tanto no nos introduce en la verdad. Creo que estas palabras de Santiago se dirigen precisamente a nosotros como teólogos: no sólo escuchar, no sólo intelecto, sino también hacer, dejarse formar por la verdad, dejarse guiar por ella. Pidamos al Señor que nos suceda esto y que así la verdad sea potente sobre nosotros, y que conquiste fuerza en el mundo a través de nosotros".

 Son líneas claras que nos permiten discernir a un verdadero intelectual de un ideólogo pagado de sí mismo; pero que también nos permiten discernir a un verdadero teólogo del academicista que sólo tiene títulos y soberbia arrogante.

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