El himno a la kénosis de san Pablo en la carta a los filipenses (2,6-11) ofrece la perspectiva salvífica del misterio de la Encarnación, pasión, muerte, resurrección y glorificación de Cristo. Es la síntesis del Misterio.
Parte de una clave fundamental: Cristo "se vació", "se despojó", "se rebajó", y si lo hizo no fue por otra cosa más que por amor para salvarnos. Vivió despojado de sí mismo, asumiendo lo que no era (nuestra naturaleza humana) para que nosotros recibiéramos aquello de lo que carecíamos (la naturaleza divina, la divinización).
Recordemos el himno paulino cantado habitualmente en las I Vísperas del domingo:
Cristo,
a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera,
se
rebajó hasta someterse incluso a la muerte,
y una muerte de cruz.
y le concedió el
«Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla
se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua
proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
El estado de Cristo es kenótico, es decir, de vacimiento: llega a encarnarse asumiendo todo lo humano menos el pecado, renunciando a su gloria divina. Así "trabajó
con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de
hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo
verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el
pecado" (GS 22).
No sólo, por puro amor, se encarnó, sino que llegó incluso a someterse a la muerte ignominiosa, humillante de la Cruz, descendiendo a los abismos, a los infiernos. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos por el poder de su Espíritu Santo.
Desde entonces en el cielo y en la tierra, así como en el abismo, resuena el grito: "Jesucristo es Señor", y todos se arrodillan, como signo de adoración y sumisión, de reconocimiento de su Señorío y Amor.
La adoración eucarística nos sitúa directamente ante Cristo, ante su Misterio y su Persona. En cierto modo, en la Eucaristía está expropiado, vaciado de gloria bajo el humilde signo de la apariencia del pan. Expropiado, sigue dándose; bajo la apariencia humildísima del pan, sigue entregándose y dando su Amor.
¡Reconozca la fe al Señor presente, dándose, continuamente expuesto ante nosotros, exponiéndose en su Verdad y su Corazón sin velos!
Pero también, siguiendo el himno paulino, la adoración eucarística incluye otros dos aspectos; el de arrodillarse, reconociendo a Cristo y el de proclamar su santo Nombre como Señor. Se ora a Cristo, se adora a Cristo. La oración cristiana es profundamente cristocéntrica, y por Cristo, al Padre.
Así lo expresaba Benedicto XVI en una catequesis:
"El himno de la Carta a los Filipenses nos ofrece aquí dos indicaciones importantes para nuestra oración. La primera es la invocación «Señor» dirigida a Jesucristo, sentado a la derecha del Padre: él es el único Señor de nuestra vida, en medio de tantos «dominadores» que la quieren dirigir y guiar. Por ello, es necesario tener una escala de valores en la que el primado corresponda a Dios, para afirmar con san Pablo: «Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor» (Flp 3, 8). El encuentro con el Resucitado le hizo comprender que él es el único tesoro por el cual vale la pena gastar la propia existencia.La segunda indicación es la postración, el «doblarse de toda rodilla» en la tierra y en el cielo, que remite a una expresión del profeta Isaías, donde indica la adoración que todas las criaturas deben a Dios (cf. 45, 23). La genuflexión ante el Santísimo Sacramento o el ponerse de rodillas durante la oración expresan precisamente la actitud de adoración ante Dios, también con el cuerpo. De ahí la importancia de no realizar este gesto por costumbre o de prisa, sino con profunda consciencia. Cuando nos arrodillamos ante el Señor confesamos nuestra fe en él, reconocemos que él es el único Señor de nuestra vida.Queridos hermanos y hermanas, en nuestra oración fijemos nuestra mirada en el Crucificado, detengámonos con mayor frecuencia en adoración ante la Eucaristía, para que nuestra vida entre en el amor de Dios, que se abajó con humildad para elevarnos hasta él" (Benedicto XVI, Audiencia general, 27-junio-2012).
La adoración eucarística nos permite así penetrar en el Misterio de Cristo, vivirlo, adorarlo y conocerlo.
La adoración eucarística, profundamente cristocéntrica, coloca a cada orante ante la Persona de Cristo para entablar una relación de vida con Él.
Sea la genuflexión al pasar delante del Sacramento, o la postura de rodillas al rezar ante la custodia, la manera habitual -romana- de reconocer a Cristo y orar.
Poco a poco se ha ido quitando valor a la postura de rodillas en señal de adoración. No conozco la razón, quizá porque los judíos oraban de pie, quizá porque revela una actitud de sumisión en un mundo que grita su radical independencia !Es una lástima! !Una gran pérdida!
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