miércoles, 19 de octubre de 2016

Palabra y silencio, bien articuladas (y II)

Mas el criterio que vehicula la relación entre la palabra y el silencio puede determinarse por el orden teológico, por el plano sobrenatural.

Dios es Palabra, que se revela gratuitamente, libremente, soberanamente, y el silencio es la recepción activa, por fe, de esa Palabra pronunciada por Dios.

La articulación de la palabra y el silencio, su mutua relación y dependencia, cobran luz y vigor contempladas según la pedagogía de la Revelación de Dios y determina, primero, el proceso mismo de la fe, pero también en segundo lugar, la manera cristiana de comunicarse y vivir.

Éste es el planteamiento que seguía Benedicto XVI en el Mensaje de 2012 para la Jornada de las comunicaciones sociales, con una lección de teología sublime y clara.

"Hay que considerar con interés los diversos sitios, aplicaciones y redes sociales que pueden ayudar al hombre de hoy a vivir momentos de reflexión y de auténtica interrogación, pero también a encontrar espacios de silencio, ocasiones de oración, meditación y de compartir la Palabra de Dios. En la esencialidad de breves mensajes, a menudo no más extensos que un versículo bíblico, se pueden formular pensamientos profundos, si cada uno no descuida el cultivo de su propia interioridad. No sorprende que en las distintas tradiciones religiosas, la soledad y el silencio sean espacios privilegiados para ayudar a las personas a reencontrarse consigo mismas y con la Verdad que da sentido a todas las cosas. El Dios de la revelación bíblica habla también sin palabras: “Como pone de manifiesto la cruz de Cristo, Dios habla por medio de su silencio. El silencio de Dios, la experiencia de la lejanía del Omnipotente y Padre, es una etapa decisiva en el camino terreno del Hijo de Dios, Palabra encarnada… El silencio de Dios prolonga sus palabras precedentes. En esos momentos de oscuridad, habla en el misterio de su silencio” (Exhort. ap. Verbum Domini, 21). En el silencio de la cruz habla la elocuencia del amor de Dios vivido hasta el don supremo. Después de la muerte de Cristo, la tierra permanece en silencio y en el Sábado Santo, cuando “el Rey está durmiendo y el Dios hecho hombre despierta a los que dormían desde hace siglos (cf. Oficio de Lecturas del Sábado Santo), resuena la voz de Dios colmada de amor por la humanidad.

Si Dios habla al hombre también en el silencio, el hombre igualmente descubre en el silencio la posibilidad de hablar con Dios y de Dios. “Necesitamos el silencio que se transforma en contemplación, que nos hace entrar en el silencio de Dios y así nos permite llegar al punto donde nace la Palabra, la Palabra redentora” (Homilía durante la misa con los miembros de la Comisión Teológica Internacional, 6 de octubre 2006). Al hablar de la grandeza de Dios, nuestro lenguaje resulta siempre inadecuado y así se abre el espacio para la contemplación silenciosa. De esta contemplación nace con toda su fuerza interior la urgencia de la misión, la necesidad imperiosa de “comunicar aquello que hemos visto y oído”, para que todos estemos en comunión con Dios (cf. 1 Jn 1,3). La contemplación silenciosa nos sumerge en la fuente del Amor, que nos conduce hacia nuestro prójimo, para sentir su dolor y ofrecer la luz de Cristo, su Mensaje de vida, su don de amor total que salva.


En la contemplación silenciosa emerge asimismo, todavía más fuerte, aquella Palabra eterna por medio de la cual se hizo el mundo, y se percibe aquel designio de salvación que Dios realiza a través de palabras y gestos en toda la historia de la humanidad. Como recuerda el Concilio Vaticano II, la Revelación divina se lleva a cabo con “hechos y palabras intrínsecamente conexos entre sí, de forma que las obras realizadas por Dios en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas” (Dei Verbum, 2). Y este plan de salvación culmina en la persona de Jesús de Nazaret, mediador y plenitud de toda la Revelación. Él nos hizo conocer el verdadero Rostro de Dios Padre y con su Cruz y Resurrección nos hizo pasar de la esclavitud del pecado y de la muerte a la libertad de los hijos de Dios. La pregunta fundamental sobre el sentido del hombre encuentra en el Misterio de Cristo la respuesta capaz de dar paz a la inquietud del corazón humano. Es de este Misterio de donde nace la misión de la Iglesia, y es este Misterio el que impulsa a los cristianos a ser mensajeros de esperanza y de salvación, testigos de aquel amor que promueve la dignidad del hombre y que construye la justicia y la paz.

Palabra y silencio. Aprender a comunicar quiere decir aprender a escuchar, a contemplar, además de hablar, y esto es especialmente importante para los agentes de la evangelización: silencio y palabra son elementos esenciales e integrantes de la acción comunicativa de la Iglesia, para un renovado anuncio de Cristo en el mundo contemporáneo. A María, cuyo silencio “escucha y hace florecer la Palabra” (Oración para el ágora de los jóvenes italianos en Loreto, 1-2 de septiembre 2007), confío toda la obra de evangelización que la Iglesia realiza a través de los medios de comunicación social".

 En el mundo virtual, hemos de hacer un espacio a Cristo (¡cuántos blogs, por ejemplo, lo son ya!), que permita la escucha de la Palabra en el silencio. Incluso, lo sabemos, en las redes sociales se ha experimentado una difusión amplia de esta comunicación de la Palabra, con mensajes claros de contenido católico. ¡A cuántos pueden llegar!

Pero, en este mundo de comunicaciones, que a veces es muy poco comunicativo, miremos a Dios. Pronuncia su Palabra y debe ser oída en silencio, saboreada y meditada. La vida de oración requiere una ascesis, una disciplina del silencio, para hacer fecundo lo interior.

Cuando la palabra y el silencio se unen, es que está naciendo un evangelizador, un apóstol, que con hondura tiene una Palabra que comunicar, que difundir, que ofrecer, y es una Palabra de vida. Lo hará en persona, oralmente en catequesis, cursos, etc., pronunciará esa palabra con el testimonio claro de fe en sus ambientes, y también la mostrará en las redes sociales y en el mundo virtual.

También habría que hablar de la Palabra y el silencio en la liturgia; no es la primera vez que aquí se hace, pero volveremos a ello en mejor ocasión.


3 comentarios:

  1. Muy hermosas sus palabras.Cuando la Palabra y el silencio se unen nace un evangelizador, está oración, detuvo mi lectura, la medito.

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  2. Muy hermosas sus palabras.Cuando la Palabra y el silencio se unen nace un evangelizador, está oración, detuvo mi lectura, la medito.

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  3. Lo que sobra es la palabrería inútil, sesgada, de doble sentido...Y ¡cuánta falta nos hace el silencio!

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