sábado, 2 de mayo de 2015

Llamada universal a la santidad (Palabras sobre la santidad - XIII)

El Bautismo y la Confirmación nos han santificado, otorgándonos una santidad a nuestro ser que luego se deberá conformar a nuestra santidad moral; santos en nuestro ser para ser también santos en nuestro obrar. Ya san Pablo hablaba de los cristianos como "los santos" y san Pedro hablará de que somos una "nación santa, un pueblo consagrado a Dios". Lo vivimos en el seno de la Iglesia que es santa.


Así, cada cristiano está llamado a la santidad, como una vocación primordial que a todos incluye. La voluntad de Dios es nuestra santificación (cf. 1Ts 4,3). Después, a partir de esa vocación universal a la santidad, vendrán las vocaciones particulares, carismas o misiones, pero su base es la vocación universal a la santidad. Ésta es vivida en el propio estado de vida, en la perfección de la caridad, desarrollando en unión con Cristo las obligaciones del propio estado, la cotidianeidad de la existencia.

Lo afirmaba claramente la constitución Lumen Gentium del Vaticano II:

"El divino Maestro y Modelo de toda perfección, el Señor Jesús, predicó a todos y cada uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de vida, de la que El es iniciador y consumador: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48). Envió a todos el Espíritu Santo para que los mueva interiormente a amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas (cf. Mt 12,30) y a amarse mutuamente como Cristo les amó (cf. Jn 13,34; 15,12). Los seguidores de Cristo, llamados por Dios no en razón de sus obras, sino en virtud del designio y gracia divinos y justificados en el Señor Jesús, han sido hechos por el bautismo, sacramento de la fe, verdaderos hijos de Dios y partícipes de la divina naturaleza, y, por lo mismo, realmente santos. En consecuencia, es necesario que con la ayuda de Dios conserven y perfeccionen en su vida la santificación que recibieron. El Apóstol les amonesta a vivir «como conviene a los santos» (Ef 5, 3) y que como «elegidos de Dios, santos y amados, se revistan de entrañas de misericordia, benignidad, humildad, modestia, paciencia» (Col 3, 12) y produzcan los frutos del Espíritu para la santificación (cf. Ga 5, 22; Rm 6, 22). Pero como todos caemos en muchas faltas (cf. St 3,2), continuamente necesitamos la misericordia de Dios y todos los días debemos orar: «Perdónanos nuestras deudas» (Mt 6, 12).

Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena. En el logro de esta perfección empeñen los fieles las fuerzas recibidas según la medida de la donación de Cristo, a fin de que, siguiendo sus huellas y hechos conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo. Así, la santidad del Pueblo de Dios producirá abundantes frutos, como brillantemente lo demuestra la historia de la Iglesia con la vida de tantos santos" (LG 40).

Una misma es la santidad pero luego se despliega en multitud de formas cristianas: sacerdotal, religiosa, matrimonial, en diferentes carismas, apostolados, consagraciones, en la variedad de formas espirituales, caminos, movimientos. Pero una misma es la santidad que presenta un aspecto multiforme.

Todos, pues, estamos llamados a la santidad, y este principio acarrea numerosísimas consecuencias y replantea las acciones pastorales en parroquias y comunidades, la orientación espiritual que demos. Hoy es momento de despertar y suscitar un renovado anhelo de santidad.

"El Concilio Vaticano II ha subrayado intensamente... que todos los bautizados están llamados a la perfección de la vida cristiana: sacerdotes, religiosos y laicos, cada uno según su propio carisma y su propia vocación específica...

'Apostolicam actuositatem' subraya ante todo que 'la fecundidad del apostolado seglar depende de su unión vital con Cristo' (n. 4), es decir, de una sólida espiritualidad, alimentada por la participación activa en la Liturgia y expresada en el estilo de las bienaventuranzas evangélicas.

Para los laicos, además, son de gran importancia de competencia profesional, el sentido de familia, el sentido cívico y las virtudes sociales. Si es verdad que están llamados individualmente a ofrecer su testimonio personal, particularmente precioso allí donde la libertad de la Iglesia encuentra impedimentos, el Concilio insiste en la importancia del apostolado organizado, necesario para influir en la mentalidad general, en las condiciones sociales y en las instituciones. En este sentido, los padres alentaron a las diferentes asociaciones de laicos, insistiendo también en la formación en el apostolado" (Benedicto XVI, Ángelus, 13-noviembre-2005).

La santidad es una llamada y una exigencia real del propio bautismo, que luego se concreta, por la unión íntima con Cristo, en cada vocación y cada estado de vida.

La santidad es la primera prioridad pastoral hoy, como señalara Juan Pablo II en la carta Novo millennio ineunte (n. 30), y debe ser suscitada para todos con la predicación y la catequesis, con el propio testimonio y mostrando las vidas de los santos, para luego acompañar en el crecimiento y vida de santidad mediante la formación, la oración, la espiritualidad, los sacramentos.

3 comentarios:

  1. Podemos ser santos en todo lugar y momento: "Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios"(1 Corintios) La santidad es para la gente común y corriente que realizan con gozo la voluntad de Dios, en fe y en verdad.

    De momento a momento—de oración a oración—de día a día: "No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante" (Filipenses).

    Todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios. Aleluya (de las antífonas de Laudes).

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  2. Dios nos llama a que seamos santos, Dios nos ha puesto en el camino de la santidad, Dios desea que alcancemos esa santidad, y esto nos obliga a poner en santificarnos todo el corazón. Si nuestro corazón ha de estar en el cumplimiento de la voluntad divina, ha de estar en la santificación que Dios desea, y ha de estar con la gratitud, con la vigilancia, con la delicadeza, con la generosidad que exige la vocación divina, que, al fin y al cabo, es una infinita misericordia. Si por vocación somos santos, no podemos descansar hasta que hayamos realizado por entero esa vocación.

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  3. Sin duda, la Iglesia se construye y progresa (cf. 1ª lectura de hoy, Hch 9), cuando alguien descubre su vocación a la santidad y avanza en ella. Pero si no la descubre nadie, sino que nos mantenemos todos en la medianía, esa Iglesia estaría enferma.

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