San
Juan de Ávila se muestra como un buen pedagogo y un gran catequista. Compuso
catecismos y canciones para que niños y jóvenes aprendieran más fácilmente la
doctrina cristiana. Repite en distintos lugares que la ignorancia siempre
engendra males, y por tanto hay que inculcar letras y virtud.
Además
de la catequesis a niños y jóvenes, con medios pedagógicos adaptados (pero
siempre con doctrina) y siendo él mismo catequista, erige colegios, para formar
cristianos y que de ahí puedan salir también buenos sacerdotes, buenos pastores
para el pueblo cristiano. Son 15 los colegios que organizó. Cuando se vio ya
mayor entregó todos esos colegios a la Compañía, menos la universidad de Baeza.
Educar
en la fe, instruir cristianamente, estaba como un fuego inextinguible en el
alma sacerdotal de san Juan de Ávila. Pero la catequesis en cuanto instrucción
y enseñanza de la fe debe ser igualmente una pasión sacerdotal, cuidando la
catequesis y a los propios catequistas en las parroquias. El sacerdote es el primer catequista de su parroquia, como el Obispo es
el primer catequista de la diócesis.
Una parroquia crece si hay vitalidad
en la catequesis, no sólo de niños y jóvenes, sino igualmente de adultos, de
matrimonios, de los mismos catequistas, y el sacerdote es su catequista
primero, que expone los misterios de la fe, clara, razonadamente, con
fundamento. La gran ignorancia religiosa hoy entre los mismos católicos supone
una catequesis que tal vez sea deficiente en los contenidos, pobre en doctrina,
atenta sólo a la pedagogía y a la dinámica de grupo.
Si
la caridad pastoral es el motor de la vida sacerdotal, y su fuente de
santificación, hay aspectos concretos que deben ser cuidados.
En
primer lugar la atención al mundo de la pobreza, tanto material como
psicológica, moral, humana, de tantos hermanos nuestros. Es algo más que la
pobreza socialmente entendida: es la mirada a quien no tiene, ya sea trabajo,
ya sea compañía, ya sea fortaleza. El sacerdote es padre de ellos, hermano en
su caminar.
En
segundo lugar, los enfermos, los miembros dolientes de la parroquia que
agradecen la compañía, pero que sobre todo agradecen encontrarse con el Señor
mediante su sacerdote, recibir la
Eucaristía y la
Penitencia, ser ungidos con el óleo santo, y que les ayuden a
percibir la enfermedad, o la postración, como un momento redentor de sus vidas,
ofreciéndose al Señor, descubriendo el valor salvífico que el dolor encubre.
Es
imprescindible una buena organización parroquial que atienda a los pobres
(Cáritas) y a los enfermos (Pastoral de enfermos), respaldada siempre con la
entrega silenciosa del sacerdote, dedicando su afecto y su tiempo en un
ministerio que nunca luce ni destaca, pero que es profundamente paternal:
recorrer las casas de los enfermos de su parroquia, como padre para sus hijos.
En
esto san Juan de Ávila es otro ejemplo de vida pastoral. No sólo socorre a los
pobres, sino que en su programa diario aprovecha las tardes, antes de Vísperas,
para visitar a los enfermos y así lo aconseja a los sacerdotes en distintas
cartas (p.e. carta 5) y pláticas.
“Después rece nona,
vísperas y completas, y gaste la tarde en provecho de sus prójimos de esta
manera: que sepa qué enfermos hay peligrosos o para morir, y váyalos a visitar
y animar, y trabaje por hallarse a su muerte de ellos, porque ganará mucho él y
aprovechará mucho a ellos; y otras veces vaya al hospital y consuele a los
enfermos; otra vez, si supiere de algunos que estuvieren en discordia, que cree
podrá aprovecharles, hábleles; y querría que ordinariamente leyese, habiendo
algunos mancebos bien inclinados, cada tarde alguna cosica de buenas
costumbres..." (Carta a un predicador [maestro García Arias],
2-enero-1538).
“Y después haga algún ejercicio
corporal [después del descanso], sin que se canse, por que no ahogue el
espíritu de la devoción, o en algún huertecico, o escribiendo algo, o cosa
semejante, hasta hora de vísperas, y entonces dígalas, y después lea un rato; y
si hubiere algún enfermo que visitar o si fuere menester irse al campo o
visitar a alguien para provecho del alma, entonces se haga" (Carta a un
sacerdote -sin más identificación en la edición-; ESQUERDA BIFET, J., (ed.),
Juan de Ávila, Escritos sacerdotales, Madrid BAC 1969, p. 335).
No
hay discursos sobre “la pobreza” y la marginación: hay amor que se da tanto a
los pobres como a los enfermos, escuchándoles, acompañándoles, ofreciéndoles el
don de la fe redentora, sufriendo con sus sufrimientos, sin olvidarlos en favor
de otras tareas “pastorales” más gratificantes o que siempre nos parecen más
inmediatas o urgentes.
Todopoderoso y sempiterno Dios, yo protesto delante de vuestra divina majestad que nada soy y nada valgo, y que, si algo tengo, Jesucristo, mi Señor me lo ganó. Bendito seáis, Señor, que me disteis tal Hijo; y bendito sea tal Hijo, que me reconcilió con tal Padre. Al arcángel San Miguel pido me alcance gracia para conocer el tesoro que Jesucristo, mi Señor, me ganó. Amén
ResponderEliminarOración utilizada por san Juan de Ávila
“La ignorancia siempre engendra males, y por tanto hay que inculcar letras y virtud”, gran sabio el maestro san Juan de Ávila.
ResponderEliminarEstoy totalmente de acuerdo con la entrada: “La gran ignorancia religiosa hoy entre los mismos católicos supone una catequesis que tal vez sea deficiente en los contenidos, pobre en doctrina, atenta sólo a la pedagogía y a la dinámica de grupo”.
Sabios consejos de san Juan los que transcribe la entrada, válidos especialmente para los sacerdotes pero no únicamente para ellos.
Padre justo, que por la victoria de la cruz elevaste a Cristo sobre la tierra, atrae hacia él a todos los hombres (de las preces de Vísperas).
Sin duda, san juan de Ávila es un grande; desconocido a niveles más populares, pero un santo interesantísimo en su vida así como en su doctrina.
ResponderEliminarFelicidades en el día de su Patrón. A él le encomiendo.
ResponderEliminarPreciosa la entrada; dolorosa cuando se ve que en ciertos sitios el sacerdote no puede llegar a tanto...
Hermosas y tremendas las palabras del Oficio de Lectura, para que tengamos en cuenta lo que Dios nos da.
"Oh Dios, haz que también en nuestros días crezca la Iglesia en santidad por el celo ejemplar de tus ministros" (oración del Oficio de la memoria).
- Gracias por su misión, su trabajo, su entrega al amor loco de Dios.
Bendíganos en su Nombre.