Con la plegaria que el obispo recita, suplicando los siete dones del Espíritu Santo sobre quienes van a ser ungidos-crismados, el obispo impone las manos sobre todos.
Pero, además, al crismar a cada uno, pone la mano en la cabeza y con el dedo pulgar empapado en crisma, traza la señal de la cruz: "N., Recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo".
La imposición de manos es un gesto litúrgico elocuente: transmite algo, cubre con algo. Del obispo pasa el Espíritu Santo al receptor; el confirmado, además, es cubierto con la mano, como una nueva nube del desierto, que es el Espíritu Santo.
Es un signo litúrgico elocuente, expresivo, que merece su mistagogia correspondiente, es decir, la introducción a su forma y al significado que encierra.
"3. A. Por último, está la confirmación misma, dada a cada uno. Comienza cuando cada uno es llamado por su nombre. Delante de Dios, no formamos una masa. Por eso los sacramentos nunca se dan colectivamente, sino individualmente. Para Dios, cada uno de nosotros tiene un rostro ante Él, su nombre ante Él. Dios se dirige a nosotros personalmente.
Nosotros no somos ejemplares intercambiables de un mercadillo; somos amigos -conocidos, queridos, amados. Nadie es superfluo, nadie es una simple casualidad. Esto es lo que debería, en el momento de esta llamada, de ir derecho al corazón: lo que Dios quiere, es a mí. ¿Qué quiere de mí?
B. La imposición de manos aplica el gesto de las manos extendidas a cada uno. Es un gesto por el cual se toma posesión. Cuando poso mi mano sobre algo, quiero decir con ello: es mío. El Señor pone la mano sobre nosotros. Somos de él. Mi vida ya no me pertenece simplemente sólo a mí. No puedo decir: es mi vida, puedo hacer lo que quiera; si la estropeo, ésta me mira. No, Dios me ha dado una tarea que se incluye en el todo. Si destruyo o malogro esta vida, falta algo a ese todo.
Una vida negativa tiene una influencia negativa sobre los demás; una vida positiva es una bendición para todos. Nada vive para sí completamente solo. Mi vida no es mía. Se me preguntará un día: ¿qué has hecho de esta vida que te dí? Su mano se posó sobre mí...
Posar su mano, es también un gesto de ternura, de amistad. Si ya no puedo decir nada a un enfermo, porque ya está muy mal, quizás incluso parece que está inconsciente, pero poso mi mano sobre él, percibe una proximidad que le ayuda. Él sabe: no estoy completamente solo. La imposición de manos indica también la ternura de Dios hacia nosotros. Por este gesto, sé: que hay un amor que me lleva, y con el que puedo contar sin reservas. Hay un amor que me acompaña, que no me decepcionará nunca y que no me dejará caer jamás, incluso en mis desfallecimientos. Hay alguien que me comprende, incluso cuando nadie lo hace ya. Alguien ha posado su mano sobre mí: el Señor.
Posar su mano es, por último, un gesto de protección. El Señor toma partido por mí. No me ahorra vientos y lluvias, pero me protege de este mal verdadero que olvidamos habitualmente: perder la fe, perder a Dios -a condición de que me confíe en Él y no me escape lejos de sus manos".
(RATZINGER, J., "Chosis la vie!", en: Communio, ed. francesa, VII (1982), n.5, pp. 67)
¡Qué bella la comparación con la nube del desierto!
ResponderEliminarSon insuperables las palabras que se citan de quien fue nuestro Santo Padre, solo apuntar que deberían mejorarse las catequesis para la confirmación, haciendo reflexionar a los jóvenes sobre la transcendencia de este sacramento.
Los confirmados quedan obligados aún más, como auténticos testigos de Cristo, a extender y defender la fe con sus palabras y sus obras, dice el Catecismo. Y sigue:‘El cristiano también está marcado con un sello: "Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones”. Este sello del Espíritu Santo, marca la pertenencia total a Cristo’.
Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando. Aleluya (de las antífonas de Vísperas)