lunes, 25 de mayo de 2015

Realmente, ¡resucitó!

Flaco favor hicieron quienes quisieron explicar la resurrección del Señor como un fenómeno subjetivo de los apóstoles. 

Dirán que el Señor "resucitó" en sus espíritus, o que resucitó en las palabras de los discípulos. Se convencieron que Jesús tenía razón en su mensaje y salen a predicar atribuyendo la resurrección al convencimiento de los apóstoles. 

Dirán que el Señor no resucitó y se les apareció y comieron con Él, sino a una experiencia interior, casi un fenómeno de psicología colectiva, que viendo la fuerza del mensaje, se convencieron de que este mensaje estaba vivo. 

Pero, ¿es esto realmente lo que dice el Nuevo Testamento? ¿Se imaginaron subjetivamente, con la imaginación, que el Señor estaba vivo porque su mensaje era válido?

Se ha negado la realidad corporal e histórica de la Resurrección (histórica, porque aconteció en la historia, en un día concreto) y se ha difuminado como un dato que "sintieron" los Apóstoles; entonces Jesús vivió "en la causa del Evangelio y de los pobres". 

Pero el Señor resucitó realmente y los Apóstoles fueron testigos del Resucitado: lo vieron, lo oyeron, lo tocaron, convivieron con Él, comieron con Él y Él comió ante ellos. No era una imaginación, ni una impresión, ni un sublimar un mensaje: era una Presencia real. Y la resurrección del Señor lo cambió todo.

"La resurrección tiene su término histórico en Jesús de Nazaret, el crucificado y enterrado, término que impide el que se la pueda considerar como puro acontecimiento de fe. La continuidad e identidad entre el crucificado y resucitado se basa, sin embargo, sólo en la fidelidad de Dios a la creación y a la alianza. Esto saca a la resurrección de Jesús fuera de toda correlación y analogía con cualquier otro acontecimiento y significa que el nuevo eón ha irrumpido en la historia" (KASPER, W., Jesús, el Cristo, Salamanca 1992, 8ª ed., p. 179).

La resurrección fue un hecho producido en la historia, y por tanto real y verificable, como los apóstoles testimonian. Pero ha sido un fenómeno único, y nos faltan datos para poder explicarlo a partir de otros elementos. Es la Resurrección de Cristo la primicia y así el eón -el tiempo definitivo y feliz de Dios- ha entrado en la historia para cambiarlo todo, renovarlo todo, conducirlo al Padre.

La eternidad ha entrado en el tiempo. El Señor está vivo, glorioso y resucitado.

¿Nos referimos al alma humana de Jesús, a su espíritu humano? Entonces no habría resurrección porque alma y espíritu, por su propio ser son inmortales. La resurrección de Jesús no es la de su alma humana, ni la de su espíritu humano, sino la de su cuerpo, su carne, que sí murió y fue sepultada, pero que el Espíritu Santo convirtió en Cuerpo glorioso, espiritual.

"El cuerpo es creación de Dios e indica siempre el todo del hombre y no una parte solamente. Pero este todo del hombre no se concibe ni como algo cerrado en sí, como es el caso en el helenismo clásico, ni como carne, como dice el materialismo, ni tampoco como persona y personalidad, como interpreta el idealismo. El cuerpo es el hombre entero en su relación con Dios y los demás hombres. Es el lugar en que encuentra el hombre a Dios y a sus copartícipes. El cuerpo es la posibilidad y realidad de la comunión" (Id., p. 184).

La resurrección de la carne de Jesús avala la misma identidad: el que resucita es el mismo que murió en la cruz; el que resucita es el mismo que se encarnó y nació de santa María, el Verbo encarnado.

Todo Cristo, todo su ser, ha sido glorificado. No es otro distinto, ni su cuerpo es un cuerpo aparente, un disfraz de hombre, sino la realidad de su humanidad.

"Para ser fieles al nuevo testamento conviene hablar siempre de resurrección corporal. ¿Qué significa esto? Esencialmente consiste en declarar que el ser de Jesús no vive tan sólo en la memoria de los hombres, sino que ha sido devuelto personalmente y por entero a la vida sin fin; el acto divino de la resurrección tiene como término al ser humano al que transforma en su totalidad. En otras palabras, el Resucitado es el mismo que Jesús de Nazaret, pero un Jesús plenamente realizado en la gloria" (LEON-DUFOUR, X., Resurrección de Jesús y mensaje pascual, Salamanca 1973, p. 313).

Entendemos así la fuerza de las palabras del Nuevo Testamento: "Era verdad, ha resucitado el Señor", y este versículo convertido en saludo pascual entre los cristianos: "Verdaderamente ha resucitado"

2 comentarios:

  1. Las herejías teológicas actuales han impugnado prácticamente todas las verdades de la fe católica. Y aunque los errores más ruidosos son aquellos referidos a cuestiones morales ciertamente los errores más graves son los doctrinales, los que más directamente lesionan la roca de la fe sobre la que se alza la Iglesia y son origen de los errores morales. Entre ellas destaca una de suma importancia, la resurrección de Jesucristo.

    La resurrección de Jesucristo testifica del inmenso poder de Dios. Creer en la resurrección es creer en Dios. Si Dios existe, y si Él creó el universo y tiene poder sobre él, entonces Él tiene el poder de levantar a los muertos. Sólo Él, quien creó la vida, puede resucitar después de la muerte, dar la victoria sobre la tumba. En la resurrección de Jesús del sepulcro, Dios nos recuerda su absoluta soberanía sobre la vida y la muerte.

    En la primera Carta a los Corintios, san Pablo señala las consecuencias desastrosas que se derivarían del hecho de que Cristo no hubiera resucitado: sería vana nuestra fe, todos los testigos de la resurrección serían mentirosos y los cristianos seríamos dignos de lástima. Pero Sí, Dios se hizo hombre, murió por nuestros pecados, fue muerto y resucitado al tercer día; el sepulcro no pudo retenerlo. Cristo se levantó de entre los muertos como primicia de nuestra resurrección, por eso Pablo exclama: ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?

    Apacienta a tu pueblo, Señor (de las preces de Laudes).

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  2. San Pablo presenta su testimonio a los Corintios como una experiencia personal del Señor resucitado.
    Por medio de este relato, Pablo pretende demostra que él ha "visto" a Cristo resucitado, aunque la exaltación y la resurrección fueran ya conocidas antes de su encuentro de camino a Damasco. La carta es una fórmula con la que rememora un dato importante para los cristianos de Corinto sobre las implicaciones del hecho de reconocer a Cristo como Señor.

    Pablo subraya el valor de su testimonio que transmite a los corintios como un elemento fundamental de la fe. El contenido de su testimonio es precisamente lo que él ha recibido.

    La fe proviene del testimonio de alguien que ha recibido el mensaje. Pablo cita las apariciones de Cristo hechas a Cefas, a los doce discípulos y a los quinientos hermanos y hermanas, a Santiago y a otros apóstoles (cf. 1 Cor 15,4-7).

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